Cuento infantil corto.
Había una vez, en un país muy, pero muy, pero muy lejano,
un político corrupto que se soñaba con tener su propio Narcoestado.
Desde los inicios de su carrera siempre estuvo salpicado
por la corruptela del momento, de capos y asesinos encapuchados.
¡Nunca hubo personaje igual!
— “¡Es un buen muchacho!” —Se le escucho decir a un tal Escobar.
Su poder fue creciendo en medio de aviones cocaleros, paramilitares,
motosierras y hasta falsos positivos que son parte de otro cuento.
Pero su obsesión mayor fue acomodarse en el poder de ese país
y cuando lo logró, se empotró fuertemente y fue feliz.
Aunque, como nada dura para siempre, llegó el día en que tuvo que partir.
Entonces, probó de todo, inventó historias ‘castrochavistas’,
desapareció testigos, inventó calumnias y al pueblo de este país,
que prefería no pensar para sus cabezas no desgastar,
terminó por convencerles que con él: ¡Todo el mundo podía viajar!
¿A dónde? ¡Vaya uno a saber!
Como loros se les escuchaba replicar:
¡Con el patrón podemos viajar! ¡Ese es duélale a quién le duela!
¡Y vaya que a muchos les terminó doliendo!
Luego de un inmenso y corrupto esfuerzo
logró poner en su reemplazo a un pequeño puerco,
bruto y farandulero, de viajes, revistas, fútbol y cancioneros;
quien cumplía a cabalidad con lo que de ordenaba su titiritero.
Pero, un día, un reino más grande y violento
quiso invadir al país vecino del que gobernaba el puerco.
y tachó de narcotraficante al gobernante de dicho país,
lo que causo euforia en los xenófobos e ignorantes
y en un dos por tres comenzaron a pedir
invasión y sangre en los predios de la gente de allí.
Lo curioso de todo este cuento maravilloso, es que,
pese a que todo el mundo, incluso el reino violento,
tenía pruebas contundentes de los nexos del político corrupto
con todo tipo de crímenes, incluyendo el narcotráfico,
no hubo requerimiento, ni titular, ni preguntas
para él, ni para su obediente puerco.
Los ataques eran exclusivos para el narco de al lado,
pero no para el Narcoestado soñado por ese hombre malvado.
Este cuento no tiene final, así que podrían ustedes
utilizar su imaginación y darle un final feliz o, por el contrario,
volver este cuento en un clásico del terror
de esos que, a nadie, absolutamente a nadie, deja dormir.
Continuará…
Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.