Si un político supiera el daño que le hace el séquito que lo acompaña a donde va, se tomaría el trabajo de hacer una introspección seria de su verdadera imagen. Lo difícil, es que sin importar a qué colectividad pertenecen: rojos, verdes, azules, amarillos, caen en la misma trampa de la adulación y el cepillo. Les encantan los piropos y por eso pagan bien para tener cerca a los que les inflan su necesitado ego. Sin embargo, aún más patéticos son los que se prestan para estos fines y se creen mucho por su doctorado en lagartería.
Precisamente en esta columna hablo de esos «Don poco» que jamás han ganado ningún cargo de elección popular, no gozan ni del liderazgo de su propia casa, pero están embelesados al haberse encontrado con una miserable cuota de poder. De verdad es para mofa, esos que con cargos de libre nombramiento y remoción se sienten muy «doctores» y creen que cogieron el cielo con las manos. De ahí se evidencia sus pocas competencias, su nula empatía y su marcada prepotencia, olvidando lo efímero de su gloria.
Saludan entre dientes como si les doliera la boca para decir buenos días. Sonríen para la foto de las redes sociales, pero tras bambalinas son unos ogros que creen que pisoteando a sus subalternos se harán más fuertes. Tratan de chismosos, de muertos de hambre o de periodistas de pacotilla; a los integrantes de la prensa, no obstante, cuando necesitan de ella vuelven las palmaditas en la espalda. Eso sí, tratan muy bien a las mujeres de buenos atributos buscando por supuesto fines sexuales a cambio de apadrinamiento. Si gustan del mismo sexo, se rodean de atractivos jóvenes sin importar lo competente que estos sean.
Los lectores que pudieron ver la película El abogado del diablo (1997) recordarán cuando quien encarnaba a Satanás (Al Pacino) insistía en que su pecado favorito y con el que más fácil enredaba a la humanidad, era la vanidad. Por ahí sucumbimos la gran mayoría y más cuando algunos que no han tenido nada, de un momento a otro consiguen algo.
He hecho el experimento de hablar con algunos funcionarios y exfuncionarios, que me aseguran que quieren ser alcaldes o gobernadores (están en todo su derecho). Los indago pidiéndoles una razón por la cual quieren llegar a tan importante dignidad. La respuesta unísona es que la gente les dice que deberían aspirar porque tienen el perfil y el carisma. Ahí me surge la duda ¿A qué personas se refieren? ¿Hablarán de su secretaria privada? ¿De sus amigos contratistas? ¿De los que obturan la cámara para la fotografía? O ¿De los que le celebraron el cumpleaños luego de recibir algún beneficio particular? ¿Entenderán que la percepción popular o política es algo que no se debería medir desde adentro?
Una de las fallas más grandes en la que suelen incurrir los políticos, según un experto comunicólogo como Alfonso Gumucio Dagron (El cuarto mosquetero) es la comunicación vertical. Esa que omite la parte dialógica, porque todo el que se atreve a decir lo que se está haciendo mal de inmediato se convierte en enemigo. De hecho, como dice el escritor boliviano, los asesores en esta área no deberían solo tener habilidades para escribir o para las nuevas tecnologías, también deben ser personas de visión estratégica y sobre todo de experiencia comunitaria. En resumen, más sensibilidad para abordar la interculturalidad que ser simples y planos informadores.
Es muy fácil caer en esa trampa y ser víctima de la propia telaraña que los enreda y no les permite ver con claridad la realidad. La que muy seguramente conocerán cuando dejen de ser ordenadores del gasto y pasen a caminar por las calles sin pena ni gloria (algunos hasta con más pena). Veinte años de periodismo me han permitido ver el rostro del desasosiego de los que fueron y ahora quedaron en el ostracismo, porque nunca entendieron que el fin del servidor público, es servir. Algunos están convencidos que el objetivo es: cambiar de carro, de vivienda, y hasta de pareja y amigos.
El día que todos nosotros entendamos que el poder es efímero y que la vida es un instante, empezaremos a darle valor a lo realmente importante. Mientras tanto seguiremos tras el oropel, viviendo de artilugios de relumbrón y convirtiendo en dioses a seres vulnerables que tarde o temprano la vida les mostrará su fragilidad. Los imperios se caen, las civilizaciones evolucionan y lo que nace indefectiblemente muere. La política es dinámica y en cualquier momento damos la vuelta.
Nos resta pensar, que todos tenemos el derecho desde que nacemos de un espacio vital en este planeta. Y somos nosotros mismos los que les otorgamos el poder a otros de creer que son dueños del espacio vital de los demás. Me refiero a esos que han olvidado y que es prudente recordarles la frase que pronuncia el sacerdote el Miércoles de Ceniza: » polvo eres y al polvo volverás».
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy.
Una opinión
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