Desde los 90 del siglo pasado, como parte de la globalización económica y la inhumana estandarización cultural, el negocio posgradual es eso: un negocio basado en el contrato que un particular hace con una universidad pública o privada, o una simbiosis de estas, para que a cambio de dinero, esta certifique que el contratante sabe más que el promedio o la medianía social.
En el negocio ganan todos, menos el contratante: gana la creciente burocracia posgradual de la universidad o de su franquicia presencial o virtual, gana la banca privada (incluido el banco Icetex) que “facilita” el dinero y empeña al cliente posgradual, gana la burocracia del Ministerio de Educación que a manos llenas (y ciertos bolsillos) reparte licencias a los certificadores, y ganan finalmente los políticos que aprueban y aceitan todo el engranaje legal del próspero negocio.
Como todo negocio, este tiene su secreto industrial (o como ahora dicen, su Know How), para mantener al cliente atado al consumo máximo de su producto lucrativo: la obligatoriedad actual de las octogenarias normas APA, como reciente legado del colonialismo mental, creado por la Asociación Estadounidense de Psicología, que incluso tiene ya su plataforma “autorizada” para “educar” desde la escuela latinoamericana, sobre el cómo se debe “autorizadamente” redactar un texto investigativo o uno a partir de un adaptado conocimiento (http://www.apastyle.org/products/index.aspx).
No importa que desde 1984 existan otros sistemas de citación de autores (que en últimas es lo que se pretende con la APA) y presentación de escritos académicos o científicos usados por prestigiosas publicaciones como Science o Journal of the American Chemical Society (JACS), muchos de estos de fuente abierta o código abierto, libre y multiplataforma (para cualquier computador, viejo o nuevo), como: LaTeX, ConTeX, BibTeX, MiKTeX, WYSIWYM o TeX Live, útiles para Windows, GNU/Linux o MacOSX.
No importa que las normas “autorizadas” y exigidas por los emergentes empresarios posgraduales, sean de propiedad intelectual (recuerdan, la confianza inversionista) de una asociación implicada en 2015 (el Reporte Hofmann) en la creación y soporte de las torturas aplicadas a los presos de Guantanamo o los de las miles de cárceles secretas de la CIA en el mundo (https://www.apa.org/independent-review/APA-FINAL-Report-7.2.15.pdf).
Y menos importa a los empresarios de la educación posgradual, que el país nacional y su comunidad científica, soberanamente desde 1970, mejoren y soporten nuestras eficientes normas Icontec. Todo lo del pobre es robado, nos ha enseñado la colonización mental y cultural, europea y norteamericana.
Los argumentos de los comerciantes universitarios públicos o privados, saltarán ipso facto: que es una exigencia “científica, que es una exigencia de las publicaciones indexadas, que es de los tiempos modernos, que tal y que tal. Mentiras de mercachifle.
Para la muestra, algunos botones: la reciente comprobación de la existencia de las ondas gravitacionales, casi 80 años después de ser propuestas y escritas en una hoja de cuaderno por Albert Einstein, conjuntamente tuvieron de todo, menos alguna exigencia APA.
O la última advertencia teórica de Stephen Hawking respecto el posible paso de una dimensión a otra, a través de los agujeros negros y su energía oscura (el 95 % del universo incipientemente conocido), no necesitó un solo requisito APA.
O el aporte intelectual colombiano de la Investigación Acción Participación, aplaudida y mejorada desde 1970 por científicos sociales de Europa y Norteamérica, la escribió Orlando Fals Borda en unas hojas oficio y papel carbón mediante una vieja máquina de escribir, con la sola exigencia de su honestidad intelectual. O como lo hizo el veterinario Federico Lleras Acosta con sus estudios en micropatógenos o el matemático Julio Garavito Armero con su aporte a la astronomía mundial, y continuaría un largo etcétera colombiano, que los mercaderes posgraduales deliberadamente desconocen para su negocio.
Por la miopía de su creciente estructura educativa bursátil, tal vez la Universidad del Tolima, la Universidad Cooperativa, la Universidad de Ibagué, la Esap Tolima, el Sena Tolima, la Unad, la CUN, la Universidad Minuto de Dios, por contar las de mayor clientela en el Tolima, a cambio de unos pesos de más por los pagos de continuidad académica de sus clientes o quizá por llenar el registro de un estable record posgradual de alumnos ante el Icfes, estén perdiéndose ellos y privándonos a nosotros, que algunos de sus clientes posgraduales, ya no en una inocua hoja de cuaderno o en una vieja máquina de escribir, sino quizá en un simple texto publicado en una red social o en un ingenioso video de Youtube, publiquen (teoricen) algo de lo cual en las próximas décadas, nos enorgullezca científicamente como Nación Tolima. Para eso tienen la Ley 30 de 1992 o de la autonomía universitaria, para generar conocimiento libre de la presión de los grupos económicos o de poder, que nos enseñan a copiar y no a crear, a través de sus estandarizaciones coloniales.
Quien coloniza, exige y obliga persuasivamente a sus colonos a pensar y repensar en que mucho de lo que es real no existe, y que la ficción es nuestra única realidad existente, criticó Bertrand Russell. Solo es cuestión de encender la TV, para entenderlo.
PD: A raíz de la columna anterior sobre la Agrópolis, se generaron varios informes de la prensa del Tolima, ante lo cual el señor secretario de Desarrollo Rural, a contrario sensu de la confesión de parte de su jefe, el alcalde, apreció como “delirantes y de un agrónomo desinformado”. En realidad sí, señor secretario, estoy desinformado, por ejemplo: sobre dónde depositarán los millones de microplásticos Bio-Beads que tendrán que usar en las plantas de tratamiento, chinas o judías, o sobre cómo se usarán o dispondrán finalmente las toneladas de lodos de las mismas, cargadas de arsénico y cromo, por decir lo menos.
Por: Luis Orlando Ávila Hernández, Ingeniero agrónomo, propietario de la ex Tienda Cultural La Guacharaca.