Ningún tipo de violencia tiene justificación. No tengo el derecho de agredir a nadie bajo ningún concepto por más herido que me encuentre, excepto en defensa personal. Crecimos en un país violento en donde creemos de manera absurda que tenemos el derecho de atacar la integridad de alguien si este me ofendió primero. En síntesis, la venganza es opcional para muchos.
Varios trogloditas están convencidos que pueden pegarle a una mujer (incluso asesinarla) si esta le puso los cuernos o jugó con sus sentimientos. Otros creen que si logran agarrar al ladrón tienen el derecho de rociar gasolina sobre él y prenderlo vivo. La pregunta es, si se justificara en pleno siglo XXI la ley del Talión, entonces ¿Qué nos haría diferentes de nuestros verdugos? ¿En dónde queda el perdón y la resiliencia?
A mí también exparejas me dejaron como reno decembrino. Sé lo que se siente que te cambien por otra persona. También de manera injusta me echaron como a un perro de trabajos en los cuales lo di todo como profesional. Algunos “amigos” que tuve en el pasado fueron unos Judas y me traicionaron de la manera más vil. Sé lo que es vivir con marcas físicas y mentales. Lo cierto es que a ninguna de esas personas agredí físicamente porque no tenía ningún derecho de hacerlo.
Como tolimense, simpatizante del equipo de mi tierra, también me dolió la forma displicente en la que Cataño cobró el penalti de la final ante Nacional y su posterior torpeza que terminó con su expulsión. Como el derecho es probatorio, no tengo cómo asegurar que se vendió como algunos manifiestan. La verdad es que dolió la pérdida de la estrella; sin embargo, estoy seguro que hay que darle vuelta a la página.
He visto fútbol desde que tengo uso de razón. Estoy seguro que de aplicarse la justicia con rigurosidad cientos de títulos desde clubes locales y hasta eventos mundiales tendrían que devolverse. Sé que eso es imposible, entonces para qué quedarse en discusiones bizantinas. Las cosas suceden y la capacidad de adaptación del ser humano a las circunstancias es la que permite su evolución. Eso es sustentable desde Darwin y Lamarck hasta hoy.
Volviendo al tema de la agresión del hincha energúmeno Alejandro Montenegro, es claro que es injustificable. Debe existir una sanción ejemplar para que el joven comprenda que su acción es reprochable. Deberá enfrentarse a una conciliación con el jugador, pero, lo más lógico es que se le prohíba por lo menos por dos años el ingreso al Murillo Toro. Igualmente, buscar que tome algún curso obligatorio de manejo de la ira y de relaciones humanas que le sirvan para su resocialización.
¿Qué pasará con Cataño? Por supuesto que el jugador ahora al servicio de Millonarios no es una mansa paloma. Hace rato que viene provocando a los hinchas del Deportes Tolima; hechos que debería reprochar su club como también sus compañeros y hasta la Dimayor. Además, se nos olvida que el agresor huyó al momento de dar el golpe. Daniel lo persiguió y también lo golpeó. Seguramente, en pleno estadio jamás se hubiera escapado Montenegro y sería el único agresor. No obstante, Cataño, mostró su actitud poco profesional, esa del colombiano que justifica que la violencia se resuelve con violencia.
No nos rasguemos las vestiduras porque los vídeos son muy claros. El agresor de Cataño, le pegó y huyó. El jugador lo alcanzó en segundos y lo tiró al piso. En una pelea mano a mano no tendría nada que hacer el joven obeso contra un deportista es plenitud de su estado físico.
Temo que la Dimayor, saldrá de manera ágil a sancionar la plaza del Murillo Toro y seguramente el joven iracundo Montenegro, tendrá las consecuencias de sus actos. Pero, si se quiere como decían los periodistas nacionales, que se siembre un precedente se debe tratar el tema de raíz. Un buen inicio sería reconocer que el jugador también ha sido partícipe con sus acciones y comentarios de esta grotesca novela.
Queda claro que nos falta mucho como sociedad y que el subdesarrollo nuestro es notorio. El fútbol, en lugar de ser un espacio para la integración familiar hoy por hoy es un evento al que lo rodea un ambiente muy peligroso. Mientras la seguridad no se garantice y no haya control sobre los inadaptados, el camino es sombrío.
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy.