A Julián le dieron un par de correazos y luego le dijeron que dejara de llorar como una niñita.
A Nicolás le gritaron que parecía una niña llorona cuando en su clase de educación física un balón golpeo sus partes y él se derrumbó llorando de dolor.
A Pedro lo dejó su mujer por otro y la crítica no se hizo esperar cuando lo vieron llorar entre botellas de alcohol porque era un cobarde.
A Sebastián lo llamaron maricón por negarse a entrar a un burdel con sus amigos.
A Enrique, su mujer lo llamó cobarde porque le confesó que tenía miedo de ir a su nuevo trabajo.
A Jesús le comenzaron a hacer matoneo en su colegio porque utilizaba expresiones como bonito, lindo, maravilloso, hermoso. Dijeron que era un marica.
A Diego, además de criticarlo, lo ridiculizaron porque en su separación decidió dejarle todo a su mujer y a sus hijos.
Marta se burla de Andrés, su novio, porque suele llorar cuando ve escenas emotivas en las películas.
De Miguel se dice que es una loca llorona porque se muestra sensible frente a situaciones como el hambre, la pobreza y otros males sociales.
A Marcos, a Richard, a Rigoberto y a más de uno de su especie los han bombardeado con lo mismo:
Los hombres NO lloran, porque los hombres que lloran son unas gallinas, son cobardes, mariquitas, maricones. Los verdaderos hombres se aguantan, son machos, son fuertes y están dispuestos a todo sin derramar una sola lágrima.
Mientras tanto, los estudios de la OMS siguen anunciando que la muerte por suicidio está por encima de muertes por VIH, paludismo o cáncer de mama, guerras u homicidios y como si fuese una suerte de ironía de la vida, el suicidio en hombre duplica al suicidio de mujeres. Y si a esto agregamos que cada cuarenta segundos, según estudios de entidad en mención, se suicida una persona, el panorama es bastante oscuro.
Ahora bien, no se trata de comparar, ni de empatar, porque a la hora de la verdad todo este cuento no es más que un asunto de seres humanos que sufren, que no saben manejar sus emociones y que viven en un mundo de prototipos estúpidos que lo único que lograr en generar miedos y traumas que van devorando a unos y otros.
En resumidas cuentas, los hombres sí lloramos, sentimos, nos duele, nos alegramos, somos sentimentales, amamos, nos preocupamos, nos entregamos y luchamos por los nuestros y las nuestras. Lo demás no es más que la pantomima tóxica de esta sociedad enferma.
Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.