Podría afirmarse que los sofistas y los demagogos equivalen a los falsos profetas de los cuales Jesús advertía no eran de fiar. Por supuesto, tanto los unos como los otros desprecian la verdad, son eclécticos y actúan como comerciantes. Hoy tanto los unos como los otros continúan entre nosotros con marcada incidencia en la sociedad.
Imagínese usted mi querido lector la impotencia que puede sentir un médico, cuando escucha a tanto tegua, envenenando al prójimo, con pócimas mágicas para combatir sus dolencias. Lo absurdo es que en pleno siglo XXI, todavía creemos en charlatanes que como por arte de birlibirloque dan cátedra en muchas áreas.
Con la democratización de los medios, la aparición de las redes sociales, y el nihilismo que abunda en esta coyuntura, se otorga un enorme poder a la sociedad, que sirve para escuchar a los que no tienen voz. No obstante, también potencializó a los sofistas del siglo XXI. Esos que no son formados en nada, pero que se sienten expertos en todo.
Aparecieron los famosos motivadores, los influencer, la nueva ola de pastorcitos mentirosos y los politólogos que no leen (hágame el bendito favor). Todos ellos con bastante campo de acción porque conocen que en un país en donde el promedio de lectura es de medio libro por año (creo que es mucho) es muy factible convencer.
El colombiano promedio se educa políticamente con los canales de televisión tradicionales. Generalmente su Biblia esta inexplorada y abierta en el Salmo 91 en la sala de la casa. Obviamente, prefiere a los teguas, a los yerbateros y al hermano Gregorio antes de ir al médico. Esto sin duda, es el caldo de cultivo para los charlatanes.
Los avivatos que escogen el campo de la religión, llevan a los incautos como borregos al matadero con tácticas persuasivas acomodando versículos a su antojo. Los que incursionan en la política, saben que la ignorancia es grande y que así pasen los lustros, los ciudadanos ni siquiera se tomarán el trabajo de analizar que siguen eligiendo corruptos a cambio de moronas.
Sócrates, habló hace varios siglos sobre la prudencia como virtud. Esa máxima es la que nos debe permitir compartir nuestro conocimiento (lo debemos de tener en alguna área) y estar prestos a investigar y fortalecer las competencias en donde no gozamos de mucho entender. Decía un profesor que tuve en la universidad: “Jamás se podrá aprender si usted cree que sabe”.
Un consejo sencillo, cada vez que le hablen del tema que sea, revise en primera medida la formación que tiene ese emisor, además de su ética y moral. Si es de fiar, escuche con mucha atención, pero, luego vaya a fuentes confiables (bibliografía) lea y profundice sobre lo aprendido. Jamás coma entero y no se deje llevar por sus emociones, ni estereotipos que siempre nublan el entendimiento.
Finalmente, recuerde que el conocimiento no llega por ósmosis, entonces desconfíe de los charlatanes retóricos que lo único que tienen para mostrar es boñiga disfrazada de pomada. Los sofistas no eran de exclusividad de la Grecia antigua, por acá pululan por todos lados. ¡Ojo no les crea!
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy
Editor General