Moscas

Vuelven las moscas

Luis Carlos Rojas García
Luis Carlos Rojas García

Por ahí las vi de nuevo, justo como el año pasado. Parece que andaban dormidas por el brutal invierno, pero, las moscas son las moscas, tal como las describe Machado:

Vosotras, las familiares
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares
me evocáis todas las cosas”.

En efecto, una a una las moscas van entrando, dejando su nausea por todo lado. Son las invitadas no deseadas, insolentes, rapaces, irrespetuosas alimañas a las que no les importa nada. Entran como Pedro por su casa y juegan en la cabeza del escritor que las ve revolcándose en el barro.

Primero una, luego dos, después tres y a la final, todo el recinto se encuentra inundado por la peste voladora. Aunque recordemos que algunas, son tan descaradas, que se quedan viviendo en los cuerpos de otros animales y ni siquiera pagan el arriendo, mucho menos dan para el mercado.

Entonces, aquí como allá, pero más aquí que allá, a las moscas las miran con repudio, son una suerte de inmigrantes que desprecian los locales con cordialidad y frasecillas que hacen que, los ingenuos, se sienta mejor, importantes, aunque lo son y muchos no luchan por sus derechos por creer que son como moscas en la leche del color del dueño de casa.

De ahí que, el querer hacer parte de la familia rica del continente, construye imaginarios que terminan diseñando a los nuevos esclavos del mercado, con sus cabecitas atiborradas de sueños y esperanzas que supuestamente en sus tierras natales jamás hubiesen encontrado.

Por supuesto, tanto a los unos como a los otros los necesitan, no importa que causen desconcierto, no importa que se les mire con ojos asustados. Muchos países necesitan a personas de otros lugares para mover su economía y en el caso de las moscas, el planeta las necesita no solo para hacer ruido, poner huevos, vomitar y tener sexo.

Aunque ni usted ni yo lo creamos, aquí o allá las moscas, las indeseables, resuelven crímenes o hacen que las plantas nos regalen un poco más de vida en un planeta que destruimos en nuestro afán de ser los amos y señores del consumo.

Las moscas devoran gran parte del desperdicio que hacemos; sí, pueden producir enfermedades, pero, también contribuyen a la cadena alimenticia y, por si fuera poco, son extraordinariamente apetecidas en los nuevos mercados alimenticios para la cría de animales de corral y de pescados.

Sin dejar de lado que hasta museo les han creado, les han sacado películas y las encontramos en gran parte de la literatura, la música y hasta en la pedagogía popular con la que aprendimos a quedarnos callados.

Pese a todo esto, la perspectiva frente a las moscas no cambia, siguen causando repudio y nadie quiere que entren en sus casas, porque son invasoras, contaminadoras y destruyen la paz y la tranquilidad de los nativos.

Por esta razón, estaremos listos para destriparlas con esos inventos modernos o con los clásicos del papel envuelto. Porque no es cierto que se le tenga la misma compasión a la mosca que a la mariposa.

Menos, cuando vivimos en un mundo de desigualdades y clasificaciones en donde el empleo, la tranquilidad, el estudio, la salud, el amor, las relaciones, el sexo, los gustos, la comida, los programas de televisión, la información, la política y hasta el mismo derecho a vivir, depende en gran medida del color de piel, el tamaño, la contextura, el cabello, el pensamiento, las creencias, el sexo y hasta la nacionalidad. De ahí que muchos se crean con derecho de tratar al otro como simples moscas.

Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.

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