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“La política criolla: menos ideología, más negocio”

Las peleas políticas de hoy en día ya no son ideológicas, sino simples disputas por el control del poder y del dinero.

Todavía quedan miles, quizás millones de ciudadanos que, por desconocimiento o costumbre, se mueven bajo las banderas de los colores políticos o las etiquetas de izquierda y derecha. Sin embargo, las élites —unas aferradas a mantener el poder y otras desesperadas por recuperarlo— aprovechan esa ingenuidad al máximo.

Aún hay quienes creen que el “populismo” pertenece a una sola corriente política. El sensato sabe que no. Zurdos, diestros o de centro recurren al mismo recurso de sintonizarse con las masas para ganar respaldo popular. Y lo hacen, en buena medida, porque encuentran ciudadanos ávidos de líderes que les devuelvan la esperanza.

Así lo demostró Hitler en Alemania con el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, que lo llevó primero a la Cancillería y luego a la dictadura. Fue la misma fórmula que utilizó Hugo Chávez en Venezuela en 1998, cuando arrasó en las urnas con un discurso que conectó emocionalmente con el pueblo.

En Colombia no es distinto. Álvaro Uribe, en su momento, apeló al populismo, al igual que el actual presidente Gustavo Petro. Basta con revisar cómo en sus gobiernos convivieron aliados insólitos: Uribe acompañado de exguerrilleros del M-19 y Petro apoyado por políticos tradicionales como Benedetti o Barreras. El pragmatismo se disfraza de ideología.

Los precandidatos de hoy repiten el libreto. Todos prometen “salvar a Colombia”, aunque sus discursos carezcan de sustancia y rebosen de frases emocionales: “rescatemos, salvemos, entre todos podemos”. La historia de siempre. Y, una vez más, la mayoría cae.

Lo paradójico es que, en un país polarizado y agitado por los ejércitos digitales de ambos extremos, nada parece capaz de cambiar el rumbo. Faltando apenas ocho meses para las elecciones presidenciales, la suerte del país parece estar echada.

El Congreso tampoco será distinto: los escaños seguirán en manos de las élites regionales y de los partidos que, con dinero y maquinaria, se aseguren las curules. Los ríos de plata, como siempre, terminarán inclinando la balanza.

La verdadera tragedia política de Colombia es que el ciudadano promedio ya no espera programas sólidos ni propuestas serias, sino espectáculos. Las redes sociales han convertido la política en un show de frases fáciles, videos virales y ataques personales. En este escenario, el debate de ideas desaparece y lo que queda es una competencia de marketing, donde gana el que más ruido hace, no el que más argumentos tiene.

En conclusión, en Colombia es difícil esperar un cambio de fondo. No porque la izquierda sea peor que la derecha o viceversa, sino porque las malas mañas son ambidiestras. Y porque, en el fondo, el mayor problema somos los propios colombianos, que seguimos cayendo en las mismas trampas de siempre.

Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy

Editor General.

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