La sangre salpica las flores (again)

downloadEsta semana llega a los cines de Colombia, Django unchained, la más reciente balada de Quentin Tarantino.  Bien que nos lo ha recodado el diario El Tiempo en un (publi) reportaje, en su edición de mayor circulación y tiraje. Nada haría sospechar de este informe, si no fuese porque los accionistas originales del periódico, son los mismos dueños de Cinemark, uno de los mayores distribuidores de cine en el país. Cada tanto alaban los grandes estrenos de Hollywood, pero nunca ofrecen al público alternativas de cine arte o independiente.

Quentin en este filme, vuelve a meter mano en la historia, como cuando dio muerte a Hitler en Inglorius Basterds (2009). Jamie Foxx es Django, un esclavo devenido en caza recompensas, que reta a los terratenientes y los convencionalismos del sur estadounidense, tres años antes de estallar la guerra civil. El wild west (salvaje oeste), es una poderosa influencia en la filmografía de Tarantino, que ha camuflado en guiones, música y caracterizaciones, en sus más de veinte años de carrera.

Django sediento de venganza. Un elemento que se repite en varias cintas de Tarantino: Reseivor Dogs, su ópera prima, donde un grupo de ladrones se aniquila entre sí para descubrirá al infiltrado; en Kill Bill, Uma Thurman, decapitando sumarais con su espada; en Death Proof, un grupo de chicas que busca darle su merecido a un maniaco al volante de auto antiguo y doble de películas de acción; en Sin City, donde fungió como director invitado, Bruce Willys y Mickey Rourke, salpican de sangre hasta la cámara en una orgía brutal de dos horas; y el comando judío que quiere devolver ojo por ojo en el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial (Basterds).

La sangría (como en Django), un lugar común en el director de 49 años y coeficiente intelectual de 150, donde se patetiza a las víctimas, se aclama a sus verdugos momentáneamente para al final, ridiculizarlos a ellos por igual: el mafioso violado por dos tipejos en la trastienda de una venta de armas (Pulp Fiction); Kurt Rusell pareciendo a golpes de tacón por Rosario Dawson (Death); el estado mayor nazi aniquilado en un cine; el coronel Landa marcado con la esvástica por un perverso Brad Pitt (Inglorius), Leonardo Di Caprio asesinado con una pistola Derringer, utilizada en el oeste por damiselas y apostadores; y así…

En la cinta, una escena muestra cuando el compañero de andanzas de Django dispara a un fugitivo, y la sangre salpica los botones de algodón que florecen. Un recurso que ya hemos visto: cuando despedazan adversarios con las espadas en Kill; o la sangre saltando a la cámara en Sin City; o Death Proof. Planos de los que parece abusar el director. Algunos nos llegamos a hartar de la sangría.

Qué habrá sido de aquel joven que en Pulp Fiction sacudió el establisment, y criticó con rudeza a la sociedad, alzándose con un Academy Award por el mejor guión original. Algo queda del director de Massachusetts, en chispazos geniales como la frase que pone en boca del inolvidable David Carradine, al inicio de Kill Bill: «¿you find me sadistic?» (¿me encuentras sádico?), toda una declaración psicológica que penetra en la psique del espectador y lo lleva por una misteriosa exploración, algo que hemos perdido cuando ya no vamos al cine, porque preferimos verlo en devedés pirateados, que acudir al bombardeo inmisericorde de 3D y animación computarizada, que los niños adoran en negocios como Cinemark.

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