Luis Carlos Rojas Garcia

Mi arcoíris

Emma, quiero contarte que lentamente el radiante sol del verano ha desaparecido. El frío vuelve a ser el amo y señor de este lugar. Aunque, si te lo confieso, desde que te marchaste mis días, aunque salga el sol, son oscuros y gélidos. Sí, así es Emma, cincuenta y nueve años a tu lado, cincuenta y nueve años contemplando el arcoíris de tu sonrisa y ahora todo es gris. En verdad, no puedo creer que te hayas ido y menos de la manera cómo lo hiciste.

¿Sabes algo? Le he renegado a Dios todos los días desde tu partida. Lo he retado, lo he maldecido y creo que en su infinita cólera se ha dignado a escucharme. Ya sabes cómo es él, siempre tan soberbio, siempre tan injusto, siempre Dios el de la gran muralla, el que nos hace ver indignos, aunque seamos su creación y aunque le adoremos como solemos adorarle. Emma, llegué a la conclusión que esa es la razón por la cual nos la pasamos justificándole cada uno de sus espantosos actos, como, por ejemplo: tu partida. Dios para mí no es más que un narcisista perverso que juega con nuestras mentes para que cometamos todo tipo de errores y no importa el resultado, siempre saldrá ganando.

¡Qué más da Emma! Hoy solo quiero decirte que los médicos han aceptado ayudarme con este suplicio. Hoy firmé mi sentencia de muerte y lo hice con mi mano firme, no temblé Emma, no lo hice. Tampoco lloré, mis ojos se secaron cuando te vi en aquel féretro, tan pálida, tan lúgubre, tan vacía. Pero eso ya no importa Emma de mi corazón, dentro de dos semanas los galenos de este lugar llevarán a cabo un procedimiento con el cual dejaré de existir. Será rápido, sin dolor y sabes algo, me alegra que sea así porque mi cerebro aún funciona. Si espero unos meses más el cáncer me destrozará por completo. No seré más que una piltrafa llena de horrores y dolores, mendigando por un poco de morfina que me ayude a soportar la barbarie.

Por eso he adelantado todo, ya no hay nada que me importe en este mundo, la vanidad se ha ido, el qué dirán también. Estoy tranquilo y lúcido y así quiero que me veas de nuevo. No quiero ser un espectro escuálido cuando nos reencontremos. Es cierto que he bajado un poco de peso, pero, me conservo. Así que espérame un par de días, solo eso te pido.

Emma, no conozco el camino, no sé qué hay allá en ese mundo, tan solo lo que me han querido contar los que nunca han ido. Hoy me siento como cuando llegué por primera vez a este país; como cuando te conocí y me llevaste de la mano para después mostrarme cada rincón de este lugar. Por eso te pido que me des la mano una vez más, llévame contigo, cuídame, protégeme como lo hacías cuando estabas viva, muéstrame ese mundo como solo tú sabes hacerlo. Mírame con tus hermosos ojos y tu sonrisa de cielo, mírame otra vez como si yo fuese lo más importante en tu vida, ahora después de la muerte, y cuando estés lista, acaricia tus labios con los míos y prométeme que nunca más nos volveremos a separar.

Nos vemos pronto amor mío… Emma, mi dulce Emma, mi arcoíris.

Con amor, Owen.

Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.

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