Conocí a Dulian hace poco. Casi siempre lo veía en las busetas de transporte público ofrecer sus dulces con un particular discurso que me llamó la atención. Es una especie de recital que practican día a día y que influye mucho en la atención que el público espectador le preste. Más allá de un ofrecimiento de un dulce por 200 y tres por 500 quise averiguar que había dentro de él, por qué aun siendo un niño estaba trabajando.
– “Usted es lo que estoy buscando” – le dije. Sorprendido, se quedó mirándome quizás para constatarse de que no era uno de sus enemigos que ha cargado a cuestas a lo largo de su corta vida. Le compré una docena de dulces para poder escuchar su historia. Dijo que no tenía mucho tiempo y empecé a preguntarle cuántos años tenía. Por su aspecto me reflejaba unos 14 o 15 años.
– “Tengo 16” – dijo, con una voz muy diferente a la que acostumbra a dar sus discursos laborales. Este niño de contextura delgada, pelo liso y cara paquidérmica, trabaja hace más de tres años. Su madre es empleada de servicio y nunca ha sabido quien es su padre. Dejó el estudio cuando estaba en quinto de primaria, con el fin de ayudarle a su mamá con el sostenimiento de él y de sus tres hermanos.
Dulian no es muy elocuente, más bien tímido y por supuesto mucho más con alguien que acaba de conocer. Ha tenido problemas con los “tombos” como él los llama, porque no lo dejan trabajar. Un día se lo llevaron para la estación de policía de la 21 y lo agredieron físicamente. Le pegaron en su estómago, en sus brazos y casi le rompen la cabeza.
Cuando me cuenta de sus enfrentamientos con la policía, lo detallo físicamente y le encuentro en su camiseta un rastro de bóxer. -¿Usted consume drogas? – le dije con cierto temor de que no le gustara la pregunta. Sin embargo, me respondió con una sonrisa cínica que nunca lograré entender. “La droga es la única que me quita el hambre”- Replicó, con cierto tono de resentimiento. La verdad, lo entiendo, entiendo su amarga situación, pero al mismo tiempo me da lástima de Dulian, quien ha recorrido más mundo que el mío, vaya en un camino que no garantice quizá de cumplir la mayoría de edad.
Dulian me cuenta que quiere volver a estudiar, sueña con algún día, si la vida se lo permite, ser un médico prestigioso. Lo atrae mucho la medicina porque ha visto que ganan mucha plata.
Dulian me confiesa que también ha robado. Su niñez ha transcurrido en un ambiente pesado del barrio El Bosque en Ibagué. Hace aproximadamente dos años le mataron a su hermano mayor. Dicen que lo encontraron con 50 puñaladas en un lote baldío del barrio Combeima. – “Lo mataron los hijueputas de los topos” – Me cuenta con una sensación de impotencia y de odio, como si quisiera vengar la muerte de Teo.
Además de la figura periodística, adopto el papel de consejero, de hermano mayor y le digo que si sigue por ese camino, no va a poder ser médico. Se queda en un silencio reflexivo. -“¿Su mamá no lo regaña por meter bóxer?” – Le pregunto. -“Una vez me pilló con una patica de bareta (marihuana), y me cascó durísimo”- Me responde, asintiendo.
En el tema de las ventas a Dulian le va a veces bien, otras veces no tanto. De un dulce que vende en 200 se gana 150. El dinero le alcanza para ayudarle a su mamá a pagar los servicios de la casa y para la panela de sus hermanos, que gracias a la Virgen del Carmen, nunca le falta en su casa.
Analizo su forma de expresión, es un niño pero parece que estuviera hablando con un hombre adulto que ya conoce de lo que es el mundo, un mundo desgraciado el cual le toco vivir.
La buseta ya ha recorrido más de 12 cuadras y Dulian ya está por bajarse. No se deja tomar fotos porque según él, puede ser identificado por la Policía, que se la tiene montada. Me despido del niño al que la calle lo volvió hombre, apretando su mano. Espero que ojalá algún día pueda volverlo a entrevistar y decirle “Muchas gracias, doctor Dulian”.
Por: Juan David Ortiz, periodista.