Luis Carlos Rojas Garcia

El búnker

Si digo que no me interesa lo que está pasando afuera es porque definitivamente no me interesa. En el bunker se vive mejor y no tengo la más mínima intención de compartirlo con nadie, ni siquiera con Eloísa, aunque regrese y me pida de rodillas que la perdone, tal como la última vez que la vi; ni siquiera si lo hace con su cuerpo desnudo y mucho menos si me ofrece sus delicias como en aquellos tiempos en donde la lujuria era nuestro plato favorito a cualquier hora día; sí, de la misma manera que lo intentó hacer aquella vez y no logró hacer otra cosa que hacerme reír.

No, no y no, aquí no tendrá entrada nunca más y ustedes no me podrán juzgar y los entiendo, ya que ninguno vivió lo que yo tuve que vivir con ese demonio, porque no era humana. Aunque, pensándolo bien, no me importa lo que piensen, no me importa nada, solo mi vida en el bunker en donde soy el amo y señor, en donde soy el maestro y constructor de todo lo que ocurre en este espacio que he diseñado para pasar el resto de mis días.

Para que lo sepan, aquí se hace lo que yo diga, no como cuando estaba Eloísa, la egoísta Eloísa, porque cuando este lugar era su territorio, fácilmente ella decidía marcharse con sus amantes de turno durante días y noches enteras, mientras yo palidecía de fiebre, consumido por el dolor y la angustia de imaginarla en otros brazos, compartiendo su cuerpo, su maldito cuerpo perfecto a cualquier extraño. Lo peor de todo, a ella no le importaba ni le dolía mi dolor; simplemente regresaba con las mismas palabras de siempre:

—¡Tienes que perdonarme Leo! ¡Tienes que entenderme! Tú ya no eres el mismo y yo aún estoy joven. Mi cuerpo necesita calmar la ansiedad que tú no eres capaz de calmar. Además, de qué te quejas ¡Siempre tienes un poco de esto!

Y se agarraba su sexo con fuerza y me lo daba a oler y yo, yo como un perro obediente volvía a obedecer todo lo que ella me ordenaba. Todavía puedo sentir ese nauseabundo olor a almizcle que le dejaban sus amantes. Eso me enfermaba más todavía y ella lo sabía, pero, se burlaba al ver mi rostro pálido y mis temblores producto de su infamia.

Por eso, cuando dieron la orden de encerrarnos una vez más, muchos miserables no creyeron que fuera cierto que los dioses del mercado se pudiesen llegar a equivocar en su juego; estoy seguro que ustedes también conocen a más de uno que pensó que se trataba de otra triquiñuela de los gobiernos para encerrarnos, pero no fue así.

Recuerdo aquel día cuando las alarmas sonaron en todas las ciudades del mundo, y luego vino el caos mientras las redes colapsaban ¿Saben una cosa? Fue verdaderamente hermoso pensar que mi venganza estaba consumada; inclusive, sentí la necesidad absurda de darle gracias al Dios vengativo de los creyentes porque tanto horror y angustia no fueron más que mi aliciente al recordar que Eloísa, la perversa Eloísa estaba afuera revolcándose con algún extraño mientras que yo estaba a salvo en mi bunker, el mismo que ella me vio construir día a día resistiendo sus asquerosas fechorías.

—¡Pareces un idiota Leo!

Me decía, pero estaba seguro que mi venganza llegaría y así fue, el día que sonaron las alarmas; el escabroso día que todo cambió. Yo estaba de pie frente a la reja, esperando su llegada y llegó. La vi sujetarse con fuerza de la reja reforzada y gritar como loca. Traía la ropa rasgada y el rostro ensangrentado. Lloraba como una Magdalena, rogaba para que la dejará entrar. Evocaba el ayer como si hubiese sido lo mejor de la vida.

¡Oh! ¡Cuánta dicha se puede llegar a sentir al ver algo así! ¡Cuánta maldad y cuánto odio se puede llegar a tener a un ser que en algún momento amamos tanto! Le pedí entonces que hiciera de todo para mí, que se desnudara, que bailara, incluso que se tocara como nunca lo había hecho y obedeció cada horrorosa orden; se retorcía de dolor, lloriqueaba, pero, continuaba, quería salvarse a como diera lugar. Luego, cerré la reja y pude escuchar sus salvajes gritos, sus maldiciones, sus amenazas y entonces fui feliz, por primera vez en tantos años fui feliz.

Le subí el volumen al estéreo e imaginé que baila en un gran salón mientras el mundo se caía a pedazos y con el mundo Eloísa. No sé exactamente cuánto tiempo ha pasado desde aquella vez. No sé si hay vida afuera, no sé absolutamente nada de nadie, ni de nada y no quiero saber.

Vivo en el Búnker y aquí soy Dios todo poderoso aquí…, aba… soy… ¡Un momento! ¿Quién ha entrado en mi sagrado recinto? ¡Es ella! ¡No puede ser! ¿Cómo logró entrar? ¡Maldita sea es ella! ¿O será producto de mi imaginación?

—Bonjour Monsieur Leopoldo! Buenos días en su idioma. Vous souvenez- vous de moi? Je suis Héloïse , votre psychiatre… Es muy importante que hablemos de su recuperación.

Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.

Deja tu comentario

Le podría interesar

Miguel 1

César Zambrano y su partitura sociocultural

Uno de los tolimenses más queridos, admirados y respetados por sus coterráneos y foráneos de …