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El jingle del salario mínimo es una afrenta más que suma a un nuevo Memorial de Agravios

Un 20 de noviembre de 1809 el prócer payanes Camilo Torres Tenorio, leería en representación de once regidores del cabildo santafereño el famoso Memorial de Agravios ante la presencia del virrey Antonio Amar y Borbón. El documento contenía todos los argumentos por los cuales se sustentaba el trato peyorativo e indignante que España en cabeza de Fernando VII y la Junta Suprema Central de Sevilla, le estaba dando a los criollos. Más que una lista de quejas, el documento del líder federalista era una exigencia para que la Madre Patria los reconociera como hijos legítimos así fueran americanos.

Más de dos siglos han pasado, pero el contexto político colombiano nos daría elementos de sobra para elaborar un nuevo Memorial de Agravios, en donde la lista de afrentas por las que tendría que responder el virrey, Iván Duque, sería interminable. Se trataría de un inmenso compilado de todos los vejámenes impuestos por su virreinato que como todo el mundo sabe, recibe directrices del verdadero Monarca quien ordena desde sus latifundios cordobeses.

La última perla lanzada por nuestro lúgubre desgobierno fue el incremento del salario mínimo ¿Habrá un desdoro más grande al pueblo colombiano y una mofa mayor  a la inteligencia promedio de nuestros paisanos que nos presenten esto como un gran logro? Desde el Palacio de Nariño, crearon este hermoso jingle (ver enlace) en donde se resalta la siguiente letra amenizada con un virtuoso coro: “Es un millón, es un millón, ahora tendremos más, ya nos pusimos de acuerdo, alcanza más para disfrutar con la familia; es un millón, es un millón”.

Creo que recordar las resacas juveniles con el famoso ron Jamaica y el Tequimón, resulta menos vomitivo que este espectáculo circense al que nos sometieron la banda de arlequines que nos dirigen. Es cierto que hemos tenido fama de soportar oprobios, violencia, injusticias, actos de corrupción, y demás; sin embargo,  también es veraz que estas nuevas generaciones con la ayuda de las redes sociales mutaron su forma de pensar y con ella sus actitudes ante lo político.

Hasta el más pelmazo de los pelmazos, se daría cuenta del embeleco que fue el tal aumento del salario mínimo. Con una inflación que sobrepasa el 5.6 por ciento no hay que ser economista para reconocer la pantomima. Así como estos granujas e insensibles que nos desgobiernan aseguran que desde hacía 40 años no se subía tanto el porcentaje (10 por ciento) del salario mínimo; también, los colombianos tienen claro que  un incremento tan infame en el costo de vida, no tiene precedentes.

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Los productos de la canasta familiar subieron más del 20 por ciento, algunos hasta el 30 por ciento. El mercado que una familia del estrato dos hacía con 150 mil pesos ya no lo hace con 230 mil. La carne, los huevos, la leche, están por las nubes. El transporte público subió, en Ibagué de 2 mil pesos pasó a dos mil 200 (un incremento del 10 por ciento). El Soat de las motos llegó a más de 550 mil pesos, lo que supera el medio salario mínimo. También, subieron la gasolina y los peajes. De igual manera, se aumentó el impuesto al consumo en los restaurantes por lo que los precios de los corrientazos y ejecutivos se dispararon. Los trabajadores del sector público que se mueven en el Centro saben que los ejecutivos que eran de 12 mil están en 16 mil y los de 14 mil quedaron en 18 mil pesos (un alza del 20 por ciento en menos de un año).

La brecha de desigualdad social cada vez se hace más grande e inatajable. La verdadera vía sería que el salario real creciera al igual que la productividad de la nación. El porcentaje de diferencia entre estas dos variables es de casi el doble, por lo que esto termina reflejándose en mayor desigualdad y mayor explotación. Es la plusvalía que hace que los ricos (un mínimo porcentaje) doblen o tripliquen sus fortunas, mientras la clase productiva u obreros asalariados que venden su fuerza de trabajo cada vez están más contra las cuerdas. Una proporción apenas justa del salario mínimo para vivir dignamente de acuerdo a las cifras no podría ser inferior al 18 por ciento.

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Capítulo aparte es el modelo de contratación por orden de prestación de servicio, en donde el trabajador tiene que pagar su seguridad social y no cuenta ni con primas, ni cesantías y menos vacaciones. Eso sí las obligaciones son mensuales y permanentes: arriendo, servicios públicos, alimentación, transporte etc. Aun así, se nos ríen en la cara.

Se acerca un cambio de gobierno y será la oportunidad de oro para castigar en las urnas a quienes son los responsables de estos ultrajes. A los creadores de este jingle de: “Es un millón, es un millón” decirles que es muy bonito, ingenioso y pegajoso. Una melodía que da ganas de disfrutar en una zarabanda. No obstante, les decimos a nuestro virrey y a su comitiva,  que bien pueden danzarla con sus señoras madres. ¡Llegó la hora de despertar!

Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy.

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