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Imagen: tomada de Twitter.

Ibagué sin carros, motos, agua, ni pavimento

Reflexión sobre la desidia que cabalga rampante en las calles de la ciudad.

Lúgubre es el ambiente que en general se respira en la ciudad, cuando la Alcaldía celebra con ‘bombos y platillos’ la anual jornada del día sin carros y motos, como medida pedagógica para mitigar el daño al medio ambiente.

Sin embargo se respira un ambiente de letargo y tristeza en las calles de la ciudad, que se viene prolongando más o menos desde los tiempos en que nos golpeó la pandemia derivada del Covid 19.

A diario cientos de ibaguereños de ‘a pie’ sufren el pésimo servicio de transporte público, que antes de la pandemia se observaba trabajar hasta las 10 de la noche. Hoy después de las ocho de la noche es difícil esperar o tomar una buseta.

Rutas como la 2, 15, 28 y 82, se volvieron no importantes para el consorcio trasportista que maneja ahora el gremio, afectando de forma mayúscula a quienes están obligados a depender del transporte público.

Las entidades bancarias retrocedieron 25 años. Ahora manejan un laxo horario de atención al público de ocho a 11:30 y de dos a cuatro pm, e inexplicablemente están recogiendo las sucursales que facilitaban la atención y el desplazamiento de sus usuarios, con el cuento que «estamos en la era digital«.

El periodismo investigativo y de seguimiento ya no existe. Los nuevos periodistas locales y generacionales ahora apuestan por la mediocridad del like, las visitas, y los videos chistosos para ganar estérilmente visitas en sus medios de comunicación emergentes, adobando con la información sumaria del día a día, dejando en segundo plano el espíritu intuitivo que debe caracterizar al aguerrido comunicador.

Las calles de la ciudad se hunden de manera irremediable, no hay una cuadrilla de infraestructura que 24 horas atienda los daños que persisten en las vías, lo que está sumergiendo en un abandono total a la ciudad.

Se acuden a los parches y remiendos en coyunturas tales como las visitas presidenciales, las fiestas de junio o la cercanía del fin de año y de la ley de garantías, a fin de raspar la olla del presupuesto; eso sí con materiales de pésima calidad que hacen necesarios nuevos contratos y adiciones. “Ese es el negocio, socio”, reza un aforismo popular.

El alcalde se dedica más a levantar ‘polvorera’ en un intento desesperado de opacar a sus opositores, desconociendo que una figura pública está expuesta a las críticas, y por el contrario se muestra como una persona inmadura al salir con fantocherías pueriles. Yo prefiero que la ciudad tenga un gerente con una visión más holística propia de un burgomaestre, y menos pragmática.

El febril impulso por la adquisición de vivienda en Ibagué se desbordó de manera descomunal, dejando insuficiente el noble gesto del río Combeima de abastecernos de agua, las constructoras ofrecen mini apartamentos donde quiera que vean un lote, sin estudios serios y concretos que garanticen la calidad de vida de la gente.

Las mezcladoras de cemento despachando pedido para las construcciones en Ibagué como ‘pan caliente’, dejaron destruida la malla vial con sus montículos de concretos que se hallan por doquier.

Qué decir de las vías que con más de 40 años de funcionamiento, no soportan la cantidad de vehículos nuevos que circulan por el casco urbano, carreteras que no fueron planeadas para el futuro sino para el presente de aquel entonces, lo que hace que fomenten la escabrosa congestión vial que desde la madrugada enferma a la ciudad.

Ibagué también se quedó sin salas de urgencias en sus clínicas. No hay derecho a enfermarse porque estos anexos mantienen con la atención a pacientes a reventar, ya que no hay espacios adecuados para recibir a los enfermos. ¡Qué dolor!

Solo me queda decir: ¡Que Dios se apiade de Ibagué!

Por: Juan Felipe Solano Vásquez.
Especial para A la luz Pública.

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