Caen las últimas lágrimas de nieve sobre esta tierra de corazones fríos y egoístas; tierra de mentes y dementes que hacen parte de una irrisoria encuesta que les ubican entre los más felices de la faz de la tierra. Caen las pequeñas arañas blancas y desaparecen como si se tratase de fantasmas en miniatura que intentan asustar a plena luz del día. Se, definitivamente se va y ya ni siquiera se puede pensar en hacerle una despedida.
Se va el invierno y debo decir con gran vergüenza que esta vez pasó sin pena ni gloria y eso es algo que ya no se puede seguir ocultando. Ya no es el mismo. No, ya no lo es, aunque queramos a ver de cuenta que aquí no pasa nada, realmente pasa mucho.
Durante los últimos años, unos y otros han querido ocultar la verdad, pero, lo cierto es que el invierno está enfermo, la decadencia y el hastío lo han alcanzado y ahora parece que no le importa nada. Ya no le interesa derramar frente a los espectadores que antes le contemplaban con respeto.
Por eso las gaviotas graznan anunciando que ya viene la primavera y próximamente el vanidoso verano; anuncian también que como sucedía con Ilona, también llega la lluvia. Aunque muchos prefieren el agua más que a la nieve, siendo que ambas son un verdadero karma.
Por su parte, los almacenes hacen lo suyo, ya podemos encontrar la moda primavera por todos lados porque lo importante, lo verdaderamente importante es que nadie deje de consumir. El ciclo sin fin se repite y la eterna rutina hace de este país gris, un poco más gris, pero con promociones que el salario mínimo no puede suplir.
Entonces, consciente de que su papel ha vuelto a terminar, el invierno se despide con una llovizna pobre de nieve enferma y llena de sal que se retuerce por los recovecos, calles y avenidas. Habían anunciado que la última nevada estaría aterradora, que vendría con toda la fuerza, pero, para ser extremadamente sincero, eso no sucedió porque el invierno, al igual que muchas mujeres y hombres en este paraíso capitalista, está cansado.
Sí, al invierno le duele a espalda, las piernas, las manos, no duerme bien y hasta muchos le han visto que bebe más de la cuenta. Trato entonces de adivinar qué será lo que lo tiene así, tan, pero tan fatigado. Y estoy casi seguro que tiene que ver con ese ritmo de vida que llevamos muchos inmigrantes, el mismo ritmo que a veces pareciera nos impide parar.
¿Cuánto va a durar el invierno si sigue con ese ritmo? No lo sé, lo único que tengo claro es que ya no es el mismo de antes y aunque los seres humanos piensen que el cambio climático no existe, yo, un simple mortal, les puedo decir que después de ver el estado el invierno, no hay mucha diferencia entre él y un hombre que está a punto de morir.
Por Luis Carlos Rojas García, escritor.