La nueva película de Dago García sorprenderá tanto a sus seguidores como a sus detractores.
En un vuelo accidentado, seis protagonistas del dramaturgo británico se ven obligados a confrontarse.
¿Qué pasa cuando Dago García, el director de cine popular del país por excelencia, intenta realizar un experimento cinematográfico al estilo de Derek Jarman o Peter Greenway? ¿Cuándo, contra todo pronóstico, decide reunir en un avión a seis protagonistas de Shakespeare para hacerlos cuestionar la inevitabilidad de sus destinos? ¿Cuándo, queriendo hacer una propuesta de vanguardia, cuya temática se vería en un teatro alternativo en Medellín, Romeo se convierte en un sicario y Cleopatra se acuesta con el padre de Hamlet?
La primera reacción es incredulidad. Luego viene la confusión y la desconfianza. Finalmente, la curiosidad. Una serie de emociones que no abandonan al espectador tras ver la cinta. Pues, a pesar de no ser muy buena, resulta por lo menos entretenida por su insólita dupla (García y Shakespeare). La película, ante todo, constituye un saludable cambio de aires en la filmografía de García, quien en diciembre del año pasado rompió el record de taquilla con la muy criticada comedia Una al año no hace daño, que más de un millón y medio de colombianos vieron.
Shakespeare abre con una toma de seis personajes caminando en una pista de aterrizaje. Uno a uno, y a pesar de que no hay fila (ni tripulación), se montan al avión en intervalos de hasta dos minutos. Casi todos entran hablando por celular y así dejan entrever sus respectivas situaciones. Hamlet se dirige a confrontar a su tío; el rey Lear a reprender a sus hijas; Macbeth (un militar) se prepara para usurpar el puesto de su superior; Romeo se dirige a donde Julieta, sin saber que ella pretende drogarse; mientras que Desdémona viaja a reunirse con su celoso esposo (Otelo); y Cleopatra planea verse con Marco Antonio.
Durante el vuelo transcurre un intento de secuestro, una tormenta eléctrica, una confrontación con un revólver y, aunque suene absurdo, una discusión sobre quién se debería tirar del avión para aliviar el peso. El recorrido, así como la personalidad de los pasajeros y la fotografía (que fluctúa entre blanco y negro y color), está marcado por súbitos e inesperados cambios. Los protagonistas, en cuestión de segundos, pasan de la paranoia a hablar sobre la incompatibilidad entre la belleza y la honestidad para luego entablar un debate en torno a la paternidad. Ese constante ir y venir resulta exasperante y, ante todo, le resta seriedad a la película.
El momento más interesante proviene, paradójicamente, de la situación más absurda. A medio vuelo el piloto les advierte que por falta de combustible uno de los seis tiene que abandonar el avión. Hamlet, entonces, hace un discurso sobre la posibilidad de combatir el destino y tomar nuevos caminos. Cuestiona su suerte y la de los demás héroes, y en el proceso plantea un dilema literario: ¿pueden los personajes librarse de su designio? El momento de claridad, de todas formas, se derrumba al poco tiempo y la película regresa a su ritmo frenético y aleatorio.
A pesar de sus lugares comunes (Hamlet proclama el discurso de ‘ser o no ser’), y aunque seguramente será criticada por aquellos familiares a la obra del dramaturgo inglés, Shakespeare es una cinta que se arriesgó con una propuesta que retaría a cualquier director. Lastimosamente, todo parece indicar que ese no será el caso de la próxima película de la casa de producción de García, a juzgar por su título: Reguechicken.
Con información de: revista Arcadia.