Gloria Isabel Forero Bonilla, también conocida como la ‘Ficticia’, es una damisela de Ibagué que lleva años entrando y saliendo de prisión.
Cuando la oferta con su cuerpo escasea, se le da por vender papeletas de basuco. En otras ocasiones ha corrido sangre, y la ‘Ficti’ vuelve de nuevo al bote. En una de esas comparecencias a los estrados judiciales, hablé con ella.
¿Hace cuánto es trabajadora sexual?
Hace diez años
Pero la traen por homicidio…
Maté a mi esposo. Pero fue en defensa propia. Si no, yo había sido la muerta (sic).
Isabel Forero, alude al deceso de Melkin Ricardo Galindo Pineda, ocurrido en la calle Dieciocho con carrera Cuarta de Ibagué, cuando la mujer sacó una navaja ‘patecabra’ y se la enterró en el corazón al hombre. El finado, era un auténtico ‘chulo’, ya que le quería quitar a la meretriz ochenta mil pesos, que la Ficti se había ganado con el bajo vientre, y entre ambos se desató una riña.
“Él me tiró en el cuello y en la mano. Me dañó la cara, me pegó. Yo me defendí. Saqué la navaja ‘como sin querer queriendo’. Luego, yo lo llevé al hospital y allá se murió. Él robaba y consumía vicio, y siempre me quitaba la plata”, dice Gloria Isabel con un rictus de su boca, a la que le hacen falta varias piezas dentales.
La tesis de la defensa propia esgrimida por la mujer, fue acogida por la Fiscalía y los jueces, que aunque la acusaron, decidieron largarla de nuevo al oscuro mundo de la noche.
¿Cuántos hijos tiene?
Tengo tres. Dos varones y una niña
¿Va a seguir en el oficio?
Claro, no ve que toda mi vida he trabajado en eso
¿No es peligroso?
Pues ya qué puedo hacer si toda mi vida he trabajado en eso
Se acostumbra…
Sí
¿Y por noche más o menos a cuántos clientes atiende?
Por ahí cuatro o cinco, depende. Depende de si uno le pide tanto, y si sí o no, y así.
De repente, Gloria está saturada de preguntas. Es como si su mente hubiese regresado a un ennegrecido cuarto de residencias, oscuro de moho y de sórdidas intenciones, donde lo alquilan por cuatro pesos el rato. Debe tragarse el sudor, el olor de su cliente y la peste a alcohol, cigarrillos y droga, para poder llevar dinero a la casa o un poco de pan a sus hijos, luego de un placer fingido y un rápido estremecimiento corporal. Aquí sí que las caderas mienten, parodiando a la cantante (¿nacional?) de chillona voz y grácil pelvis. “No más”, dice la Ficticia, cortando intempestivamente la entrevista.
Esta noche, Gloria saldrá al amparo de las primeras luces del alumbrado. Ocupará la esquina de siempre en la calle Dieciocho, junto a travestis, ladronzuelos, jíbaros, y granujas de toda índole. Aquellos con los que comparte el estigma de una sociedad marginal y marginada. Son esas criaturas de la noche, que hacen lo impensable por unas monedas, envileciendo su dignidad, a costa de una corrompida, fugaz y vacía diversión para las mayorías. Quizá en el estéreo de un cafetín cercano, la Ficti pueda escuchar las notas de la canción con la que Jorge Oñate inmortalizó a manera de poema y crónica urbana, el oficio más antiguo de la humanidad:
Cuando va a comenzar la noche, comienza tu día;
maquillada con mil colores para lucir más;
contame donde esta lo alegre de tu triste vida;
vendiendo puñados de amores pa’ ganar el pan.
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