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Imagen: de referencia.

Vida prestada

Luis Carlos Rojas García
Luis Carlos Rojas García

(Basado en cientos de historias reales).

La carta de deportación llegó a eso de las nueve de la mañana, días antes de la noche buena. La familia Flores esperaba con angustia que la respuesta del gobierno fuese positiva, pero, no, no fue así. La mirada de la señora Flores se perdió en el blanco de la nieve que golpeaba su ventana y no volvió a pronunciar palabra alguna.

Entre tanto, el señor Flores, como hombre de la casa, tuvo que sacudirse el miedo para que no se derrumbara toda la familia. Regresar a su país de donde habían tenido que salir huyendo no era muy alentador, pero, quedarse quieto a la espera de un milagro que nunca ocurriría tampoco era una buena opción.

La notificación era clara, quince días tenían para abandonar el país; quince días nada más para dejar su vida en un lugar que, en su momento, se había convertido en el sueño de libertad y tranquilidad para la familia de los cuatro osos.

Quince días para dejar los sueños de ver progresar a sus hijos, de verlos crecer en un aparente ambiente sano y lleno de abundancia. Quince días para salir de todas esas pequeñas cosas que eran parte de su refugio.

Quince días para despertar a la realidad, para regresar quién sabe a dónde y cómo. El horror se ríe a carcajadas y baila una danza nauseabunda que nadie quiere presenciar.

Los niños llegaron de la escuela sobre las tres de la tarde; la señora Flores los abrazó y su llanto fue tan profundo que inundó al mismo cielo de sentimiento, pero Dios no los escuchó. Algunos dicen que es por su santa voluntad, otros, más conscientes, saben que aquí en el paraíso mandan las leyes del hombre, no la ley de ningún Dios.

El rumor de la deportación se esparció por cada rincón; de hecho, la prensa escrita aprovechó para dar a conocer el caso. Los amigos y conocidos intentaron hablar con el señor Flores; no obstante, la batalla que estaba librando no era como para sentarse a tomar un café y a planear las compras de navidad. Ya no había tiempo para eso. Lo vieron salir del apartamento, correr desesperado sacando una cosa y otra, con la mirada perdida, con el rostro desencajado.

En un par de días la familia Flores tuvo que salir de todo; como en un principio cuando llegaron sin nada y ahora, por esas ironías de la vida, tenían que partir sin nada. Fue así como los vecinos observaron las bolsas con la ropa de los hijos, las mesitas de noche, los electrodomésticos y muchas cosas más, afuera del edificio como si de una venta de garaje se tratara.

La familia Flores desapareció sin despedirse de nadie. En completo silencio, como echados de su tierra, como desterrados por la violencia, conscientes de que lo que tuvieron aquí no fue más que una vida prestada.

La razón por la cual fueron deportados nunca la sabremos porque en el paraíso nunca se sabe nada. Además, el caso de esta familia es el de muchas otras; algunos políticos aseguran que las leyes no son justas, que sacar a una familia que ya está adaptada, que tiene una vida y, lo que es peor, que tienen que regresar a un lugar en donde sus vidas corren peligro, no es para nada humano.

Sin embargo: ¿Quién dijo que la ley es bondadosa? La ley humana es una suerte de lotería en donde no siempre se gana. Y para ser sinceros, el paraíso no es para todo el mundo; aquí vemos entrar a personas con las mentiras más reforzadas y recibir como premio una residencia. Así como vemos a personas que en verdad merecen estar aquí y son deportadas.

Alguna vez le escuché decir a un especialista que cuando se está en un proceso de aprobación de residencia en un país como este, lo peor que pueden hacer las personas es dar por sentado que ya la tienen, que se van a quedar, que tienen esos papeles que tanto ambicionan en las manos porque cualquier cosa puede pasar, entre ellas, que uno se tenga que regresar sin nada.

La familia Flores tuvo que abandonar el país a unos pocos días de la llegada de la navidad, ese fue su espantoso regalo de navidad. Pero, como un acto de verdadera revolución en un mundo lleno de avaricia y de malas jugadas, permanecieron juntos, amándose aún en medio de tan terrible tempestad.

Para esta familia que puede ser cualquier familia y para todos los que están viviendo este tormento, no me queda más que decirles que: ¡No se agüiten! ¡Arriba corazones! 

Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.

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