“Los libros son impertinentes, interrumpen. El mundo no se va a acabar si no se publican”, Piedad Bonett.
La frase de la poeta y novelista debería servir de advertencia a quienes piensan en poner sus pensamientos, sueños o reflexiones en letras de molde.
Si aspiras a convertirte en autor de best seller de la noche a la mañana y alcanzar fama y gloria, te queda un largo trecho por recorrer. Las editoriales pagan a los escritores novicios poco menos del siete por ciento del valor total de un libro puesto a la venta al público. Los anticipos millonarios están reservados para los grandes: Vargas Llosa, Vallejo u Ospina. Además, ser de los más vendidos no garantiza calidad ni permanencia en el tiempo; si no, que lo digan Paulo Coelho, Walter Risso o hasta el Padre Linero.
Los tiempos en los que el libro se vendía junto a las pechugas y chorizos en las grandes superficies, se han ido. El último que logró esa proeza en Colombia fue Carlos Vives con un reciente cedé, que no alcanza a clasificar en este ranking. El libro digital, muerde en la actualidad en 1% del mercado global, pero esa será la tendencia a futuro, así como la pérdida progresiva del concepto de autor. Los grandes blogueros, columnistas y hasta periodistas, usan seudónimo y no son reconocidos, ni venden miles de ejemplares, ni persiguen ser encandilados con flashes y firma de autógrafos. Un periódico colombiano, suprimió recientemente a un editorialista, ‘Juan Paz’, que no era una persona real, sino la suma de varias plumas que reflexionaban sobre la actualidad.
“Señor Correa, usted no puede provocar el delito”, me dijo un fiscal de la URI en Ibagué, cuando fui a pedir asesoría al descubrirse la piratería de uno de mis libros, misma que puse en evidencia mandando a comprar varios ejemplares. Con el auge de las redes sociales y la penetración del internet el concepto de autoría se ha vuelto difuso y cualquiera se apropia de temas ajenos y los presenta como propios. Ni siquiera fue a la cárcel una docente ¡de la Universidad de los Andes!, que plagió la tesis de una estudiante. Su condena fue ratificada hasta en la Corte Suprema de Justicia. Al final, desistí de presentar la querella penal por considerar que era una forma inesperada y hasta válida en que mi nombre y textos andaban circulando por el mundo.
Cosa distinta hizo la periodista del diario El Tiempo y autora de libros de investigación Jineth Bedoya Lima, quien con sus contactos en la Fuerza Pública, desató una persecución con la Policía en las ciudades (incluso Ibagué) a los vendedores informales que ofrecían una de sus obras en rústica y con papel periódico, sobre la caída del líder guerrillero alias el ‘Mono Jojoy’.
Para el autor Fernando Vallejo, dos cualidades innegables debe tener el escritor a la hora de enfrentar la hoja en blanco: poseer una estructura literaria de años derivada de la lectura de muchísimas obras; y haber vivido, para tener algo que contar. Si empiezas a escribir y crees que ese párrafo, página o capítulo, es una obra maestra, detente y reflexiona. Acusan con no poca certeza de ser narcisistas y egocéntricos a los escritores. De los directores de cine dicen que padecen de delirios grandeza.
Como si no fueran suficientes estos bemoles, existe un problema adicional. Escribes un libro para comunicarte con otras personas, pero para poder hacerlo te debes convertir en un antisocial que corta todo nexo humano, porque lo que le importa es escribir. Esta actitud, desde todo punto desaconsejable, va en contra del segundo mandamiento vallejiano que expresaba en el párrafo anterior.
La verdadera literatura, se da por causalidad, no por elección. Si decides contar una historia ahí ya la embarraste, porque a veces cuando duermes en la madrugada, o escuchas a alguien referir un cuento, es la chispa que te enciende a sentarte a escribir y no levantarte en semanas o meses hasta que tienes algo medio decente que se puede empezar a editar o a reescribir, que es también la clave de un buen autor. “Es dejar dormir el texto”, refiere un libro editado hace muchos años por la revista Semana, que da las pautas para quienes andamos en el ingrato oficio de soñar, aterrizar las palabras de lo etéreo a lo real, y “saber contar el cuento”, como refiere nuestro Nobel en varios de sus textos periodísticos.
Por: Alexander Correa C, contador público, periodista, autor..