El hombre vestido de galeno le hizo señas a doña Esperanza para que lo acompañara a una diminuta sala en donde solo había espacio para una camilla, un ordenador con su mesa para una sola persona, un butaco y nada más.
Doña Esperanza llevaba en sus manos una carpeta con sus documentos y una orden en donde pedían que de manera urgente le realizaran un examen que descartaría la posibilidad de tener un cáncer gástrico.
El hombre la miró detenidamente, luego volvió la mirada al ordenador, hizo un movimiento con la boca, como tratando de comprender la razón por la cual a alguien se le había ocurrido enviarle un examen de este estilo a la mujer, sobre todo, porque en El Edén, nombre de ese país de ensueño a donde todos sueñan con llegar, un examen de ese tipo no es nada beneficioso para la salud y el bolsillo del gobierno.
Doña Esperanza entre tanto, respiraba con dificultad y aguardada con una paciencia santa. Lo que fuese que tenía en su estómago había crecido a tal punto que, no solo dolía, sino que le impedía respirar con normalidad.
El hombre la miró y levantando una ceja dijo:
— Madame, vous allez bien. Vraiment, je ne peux pas vous envoyer cet examen. Il est préférable que vous vous reposiez quelques jours à la maison et que vous amélioriez votre alimentation. La douleur passera.
Doña Esperanza abrió sus ojos de luna llena; no podía comprender lo que estaba escuchando, no por el idioma, sino por la locura de pensar que había esperado tanto para que la atendiera ese supuesto especialista y ahora, justo ahora, le salía con un disparate como este.
No podía entender cómo era posible que aquel hombre, viendo el bulto en su vientre, se atreviera a decir que la veía bien, que no podía enviarle el examen y que lo mejor era regresar a su casa y esperar a que el dolor pasara.
Doña Esperanza, con su voz fatigada respondió:
—Excusez-moi docteur, ma mère est morte d’un cancer gastrique. J’ai peur que ma maladie soit la même.
El hombre la miró con furia, movió los labios en señal de desprecio y luego sacó unos papeles y firmó la orden del examen. Sabía que no se podía negar ya que la propia doña Esperanza le estaba confirmando que su madre había muerto de cáncer gástrico.
Sin embargo, le advirtió que entraría en una lista de espera que podría tardar muchos meses.
—C’est la vie, c’est comme ça.
Dijo el hombre como si se tratase de una broma. Fue entonces cuando doña Esperanza le preguntó que qué hacía, a lo que el sujeto respondió con una especie de sonrisa en sus labios y con un español tan fluido que sorprendió a la moribunda mujer:
—Esperar Madame. Espera a vivir o esperar a morir.
Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.