Este diecinueve de enero, se cumple un año más del asesinato del abogado y veedor Félix Eduardo Martínez Ramírez, ocurrido a manos de pistoleros en el conjunto residencial El Prado de Ibagué.
Martínez, quien aspiró al Senado de la República, no estuvo exento de polémicas y controversias en su ejercicio profesional. Al final de su vida, trabó espadas con el alcalde de turno en la capital tolimense, Jorge Tulio Rodríguez Díaz (2001 – 2003), a quien todos vieron como el candidato idóneo para señalar de la autoría intelectual del crimen.
Pero la Fiscalía, que estudió esa y otras siete hipótesis, decidió archivar la investigación al no poder probar nada de lo que se ventilaba a sotto voce, un aforismo latino que Félix Martínez usaba con frecuencia en recursos y alegatos, en su actividad de litigio como abogado.
En memoria del letrado, fue institucionalizado el ‘Día del Veedor’ en Ibagué, para recordar sus luchas, a veces estériles, otras pasionales, pero que no han cambiado nada en la ciudad de las avenidas fantasmas, los panópticos, y las licitaciones que siempre tienen un ganador anticipado, aunque se acuda a la pantomima de los comités de transparencia y las interventorías.
Si es así, Félix Martínez murió en vano, y su lucha contra la corrupción cayó en el olvido, porque en Ibagué, hacer fortuna de un golpe, con un contrato, o un zarpazo, se ha vuelto tolerable, replicable, y socialmente aceptado.
Una opinión
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