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La moraleja que me dejó “El juego del calamar”

Para los que no tienen ni idea: “El juego del calamar”, es una serie  de televisión de suspenso- drama surcoreana, estrenada en septiembre del año pasado a través de la plataforma de streaming, Netflix. Además de haber sido más exitosa y popular que la serie española La casa de papel, en contenido por lo menos para quien escribe, es mucho más profunda y existencial.

Si fuéramos a hacer una sinopsis simple, se diría que la serie narra la historia de algunas de las 456 personas, que por culpa de sus elevadas deudas deciden participar en unos misteriosos y enfermizos juegos en donde el perder implica morir y el ganar llevarse un atractivo premio de 45 mil 600 millones de wones (un poco más de 150 mil millones de pesos). No obstante, a través de sus personajes principales se relata la tormentosa vida a causa de las necesidades, la delincuencia, la violencia, la falta de educación y la ambición (adjetivos que conocen muy bien los colombianos).

Pueden estar tranquilos que no haré ningún spoiler y tampoco espero que se confunda esta columna de opinión con una crítica, puesto que no llego a nivel de experto en guiones y producción de televisión. Me limitaré a analizar algunos campos del argumento  en lo cual si tengo un poco de idea y que va relacionado con lo político, social y psicológico de la serie. De hecho, aunque fue hecha “al otro lado del charco” comparte muchas similitudes con nuestra realidad.

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Lo primero es que deja claro, que ningún modelo político y económico, llegará a satisfacer las necesidades colectivas en una sociedad, mientras sus miembros no tengan el mínimo de humanidad, respeto al prójimo y amor a su semejante. Entraría en este caso la eterna divergencia entre Hobbes y Rousseau, en la cual se discute si el hombre es malo por naturaleza o la sociedad lo corrompe. Tengo claro que la balanza se inclina a favor del autor de Leviatán, porque la maldad no solo pulula en occidente, ni es una herencia gringa como muchos creen, sino que sin reglas pareciera que el hombre no tiene control sobre sí mismo, ni de sus impulsos y menos de las ansias de poder.

De igual manera, la producción nos muestra a través de cada uno de sus principales personajes, la decadencia humana producto de aspectos como diría el psicólogo John Watson, y su Conductismo en los cuales el medio ambiente hace de las suyas. Por ejemplo, Seong Gi-hun, (Jugador 456) es un cuarentón que vive con su madre lleno de frustraciones, divorciado y con una hija; por lo que termina siendo preso de los juegos de azar. Los que leyeron el libro Satanás de Mario Mendoza, sabrán lo que puede llegar a pasar en una cabeza que entra en depresión como aconteció con Campo Elías Delgado, quien se convirtió en el psicópata autor de la Masacre de Pozzeto (1986). Por lo menos, el surcoreano, desesperado, optó por irse a jugarse el todo o el nada al aceptar el reto de los macabros juegos.

Ahora miremos el caso de Cho Sang-woo, (Jugador 218), el típico hombre exitoso que se graduó con honores de una prestigiosa universidad (amigo de infancia de Seong Gi-hun) y que gracias a su inteligencia logró salir de la pobreza. Sin embargo, tal como sucede en Colombia, “la ambición rompió el saco” y terminó en varios actos de corrupción por evasión fiscal, lavado de activos y otros ilícitos, por lo que no tiene otra salida para salvar su desgastado honor, que competir  por el gran premio. El anterior, es apenas uno de los cientos de casos en nuestro terruño en donde nos enteramos todos los días de noticias en que famosos “doctores” de la política  o exitosos hombres de negocios, muchas veces sólo son delincuentes de cuello blanco.

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El caso de la jugadora Kang Sae-byeok, (número 067)  una norcoreana que escapó del régimen  y que busca desesperadamente darle una vida digna a su hermano, no es más que el fiel reflejo de los miles de venezolanos que llegaron a Colombia huyendo del régimen de Nicolás Maduro. Lo que no sabemos en este caso es si a largo plazo como se viene evidenciando resulte peor el remedio que la enfermedad. La realidad es que Colombia, cada día se parece más al vecino país.

Para no dar más nombres, otros de los jugadores que aparecen son: mafiosos endeudados (con el agua hasta el cuello), enfermos terminales, homicidas que fueron víctimas de padres violadores, expresidiarios, enfermos mentales y todos aquellos que poco tienen que perder en la vida. Sin lugar a dudas, recurso humano e ideas tendría el creador y director de El juego del calamar Hwang Dong-hyuk si pusiera sus ojos en Colombia.

Al final de la primera temporada de esta exitosa serie, se entrega  un profundo mensaje por parte de un anciano organizador del juego y quien también es uno de los donantes del millonario botín que se entrega al ganador. El misterioso hombre indaga al protagonista con la siguiente pregunta: ¿qué tienen en común un hombre sin dinero a una persona que lo tiene en exceso y le sobra? Su respuesta es contundente “sencillo, la vida no es divertida para ambos”. El senil añade: “si tienes demasiado dinero, no importa lo que compres, comas o bebas, al final todo se vuelve aburrido”. Me sorprendió este razonamiento dado que muchos de los suicidios van en esta vía, personas con serios problemas económicos y personas que lo tienen todo y se matan a través de: excesos, pastillas, drogas, alcohol y demás, al no encontrarle sentido a nada.

En definitiva El juego del calamar no tiene desperdicio. Así que si no la ha visto  y está dispuesto a afinar sus nervios, desafiar la bondad humana, la ingenuidad, la maldad, la compasión, la incredulidad, estás en el lugar indicado. Quizás terminemos respondiendo las dos preguntas que se hace el protagonista ¿cuánto vale una verdad y cuánto una mentira? 

Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy.

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