¿Hemos perdido la capacidad de compadecernos por el dolor ajeno?
En contenedores rectangulares depositaron los más de 30 cuerpos incinerados. Los cuerpos eran livianos, pequeños, de niños. Al lado, el autobús reducido al esqueleto después de haberse incendiado.
Fueron 33 los niños que se subieron vivos a un vehículo el pasado domingo en Fundación y salieron de él carbonizados. Los padres harán los rituales fúnebres sin poder sepultarlos, pues volverán a medicina legal para intentar identificarlos.
De inmediato, una oleada de dolor recorrió al país entero, le recordó que las secuelas del abandono y el deterioro institucional pueden producir tragedias de proporciones dantescas.
Nos recordó que son millones los niños abandonados a su suerte en estas tierras. En ese caso, 33 niños murieron por subirse a una bomba de tiempo: un bus sin revisión técnico-mecánica conectado a un tanque improvisado de gasolina con un conductor que acumula varias infracciones de tránsito.
Lloramos de impotencia ante un horror que parece repetirse sin fin. Como si fuera poco ese horror, un hombre, Alejandro Pérez, decidió hacer de la tragedia un circo y convirtió en tendencia en Twitter la frase: #MePrendoComoNiñoEnBus. El dolor daba una vuelta de tuerca inesperada y cruel: la burla. Cuando creíamos haber llegado al fondo de la sevicia humana nos preguntamos: ¿podría ocurrir un nuevo hecho que demostrara nuestra sed de sangre y la ausencia de compasión y respeto? Sí.
El pasado martes, después de que se difundiera la identidad del joven en Twitter, decenas de estudiantes de la universidad a la que asiste Pérez intentaron lincharlo. Si fuera esta una historia de terror tal vez se la consideraría «demasiado truculenta» y, por lo tanto, «inverosímil». Pero, para desgracia de todos los colombianos, es una historia real y ocurrió en nuestro país, un país intoxicado de violencia y de sed de venganza.
No podemos considerar «normal» que más de treinta niños mueran incinerados en un bus por falta de una revisión técnica del autobús que los transporta; no es posible que una universidad sea epicentro de un linchamiento. Y tampoco es posible que nuestros jóvenes tengan la sevicia de burlarse de esos niños que fallecieron quemados vivos.
¿Hemos perdido la capacidad de compadecernos por el dolor ajeno? ¿Nos hemos convertido en bestias que se regodean en su capacidad de ocasionar dolor? Esta brutal cadena de acontecimientos es un termómetro de una sociedad enferma. Y no, no es una frase de cajón, es una realidad. Estamos enfermos de la cabeza, somos paranoicos, vengativos, cínicos, sádicos.
Eso pasa cuando la cotidianidad de un país es la muerte por descuartizamiento, las violaciones a las mujeres, la miseria, la agresividad y el hambre. Pasarán décadas hasta que logremos reconciliarnos con nuestro presente y nuestro pasado, pero lo urgente hoy es darle punto final a esta guerra fratricida antes de que nos convierta por completo en salvajes que se burlan de niños incinerados.
Por: María Antonia García de la Torre, tomado de www.eltiempo.com
@caidadelatorre