Los músicos tradicionales se aferran al sector que por años les procuró el sustento.
Son las 6:30 de la noche en la calle 43 con carrera Quinta de Ibagué. Los comercios cierran sus puertas dando paso a otro tipo de transacciones y de lucha por la supervivencia. Diversos grupos de mariachis van apoderándose de las aceras, parquean sus camionetas, del tipo recorrido escolar. Otros fuman y se toman un tinto, aguardando por los clientes.
Cerca al paradero de buses, hay una venta ambulante de comestibles y bebidas. Allí conversan dos damas, con un músico entrado en años, vestido a lo charro, que aparenta más de 60. Entre los tres hablan del tema de moda en Colombia: la muerte de una niña del Cauca a manos de un arquitecto bogotano.
“Ojalá lo extraditen a Estados Unidos”, dice una de las mujeres, mientras al mariachi veterano le suena el teléfono móvil. “Estoy acá en La Playa, esperando a ver. Me quiero ir temprano hoy. Anoche hice dos serenatas”, dice el hombre, para volver con resignación al tinto que está paladeando.
“A veces no hay nada que llevar a la casa, pasamos en blanco, hasta tres días en la semana. Es normal. Cada día la situación es más difícil, la competencia. En otras épocas, llegaban los carros acá y uno duraba cantando una, dos horas. El cliente por horas se acabó. Ahora solo son serenaticas”, dice Edilberto Salinas, del Mariachi Colombia, quien lleva 27 años de asistencia ininterrumpida en La Playa.
La Playa de la 43 ha visto mejores épocas. Desde hace más de 30 años se volvió sitio obligado de estancia de los mariachis, quizá por la cercanía de la rumba de la 42 que por años animó la zona. Hoy, ni la 42 muestra su fervor de antaño, y tan solo sobreviven un puñado de bares y discotecas que ya no atraen a los rumberos de hoy, de siempre.
Pero queda el colorido de los mariachis, sus trajes extravagantes, su intención de transportar al conocedor a la época vernácula de México, con canciones populares, de despecho, de corte machista, que se popularizaron por todo el mundo desde hace varias generaciones y que los colombianos han disfrutado en interpretes tan variados como Vicente Fernández, Antonio Aguilar, Juan Gabriel, Rocío Durcal, y el contemporáneo Luis Miguel.
Con 180 mil pesos usted puede asegurar el cariño de su novia, esposa, o de cualquier familiar al que quiera brindarle una serenata. Un ‘combo’ estándar incluye; nueve canciones, el video del toque, un ramo de flores, y de pronto una ‘ñapa’ de otra canción “porque la gente siempre pide el encime, entonces toca complacerlos”, afirma Ediberto.
La Playa guarda recuerdos de los que se han ido luego de entregar su voz y destrezas con los instrumentos en el entretenimiento ajeno. “El finado Fernando Rueda, buen compañero, buen amigo. Desgraciadamente, le llegó una enfermedad y lo mató”, recuerda con tristeza Salinas, diciendo que en tragedias como esas, entre todos se colaboran, “pues somos gentes pobres, humildes y tratamos de ayudar en lo que se pueda”.
Edilberto toca la vihuela, como se aprecia en este video de una de sus serenatas:
No todo es color de rosa en el trabajo del mariachi. La noche tiene sus encantos y sus oropeles. Te puede seducir o te puede matar. “El trabajo de la música es de cuidado, cada día se ven problemas, vicios. Todo eso se ve. El que se dejó llevar por el trago, el vicio, perdió el año”, señala Edilberto.
También en épocas del auge del narcotráfico, capos y matones, hubo anécdotas peligrosas: “lo ponían a uno a tocar por horas y no le pagaban. Lo amenazaban, lo correteaban, de echarle plomo a uno. Todo eso pasaba. O llevarlo a uno a viajar y no pagarle. En Villahermosa me pasó: una señora me contrató tres días y se voló, perdí cinco millones de pesos. Para uno de pobre es muy duro”.
“La gente le gusta escuchar al mariachi, venían a Plaza Garibaldi, pero hasta eso se acabó. El alcalde cerró ese negocio. Cada día está más muerta esta esquina”, se duele con tristeza Edilberto Salinas, esperando cada noche a los clientes a los que alegrará con unas canciones un cumpleaños, una boda, unos 15 años; con el ánimo de llevar unos pesos a casa y volver como siempre a la vida noctámbula, divertida y arriesgada, de La Playa en Ibagué, una ciudad que por ejecutantes como estos, puede por ahora seguir llevando el rótulo de Ciudad Musical.
Este artículo fue publicado en noviembre de 2017.