Miguel Salavarrieta Marin
Miguel Salavarrieta Marín

¿No hay quién temple el corazón de esperanza?

En esta convulsionada Colombia con un vergonzoso acumulado de hipocresía, de engaños, de mentiras atroces, de robos y una infinita insolidaridad, pareciera que cualquier esperanza o posibilidad de respeto humano, a una vida con decoro y dignidad, a la igualdad de oportunidades, a la equidad, al rescate de millones de compatriotas sumidos en la pobreza y un poco más abajo, se extinguiera definitivamente por el ritmo de estridentes discursos, de mensajes de odio y ataques sin cuartel, donde solo resalta la lucha por el poder político y económico a como dé lugar, sin un indicio de sensibilidad con el sector más vulnerable, a nombre de quien, irónicamente, se libran esas gestas.

La guerra entre las fuerzas legales e ilegales, llámense como se llamen, en proceso de crecimiento, la devastación de pueblos por el invierno cuya reubicación hace tiempo fue prometida, las denuncias diarias sobre robos al Estado que se volvieron paisaje, la fluctuación en los precios de los productos agrícolas sin fondos de sustentación, los índices de pobreza, miseria, hambre y desempleo y la corrupción por “contratos chuecos” que por decenas salpican a altos dignatarios del Estado; son las noticias que a diario nos traen los informativos, sin que algún avance social llegue a ser novedad por su insignificancia o porque no hay nada que mostrar.

Obviamente, la prensa también se ocupa de la actividad gubernamental y legislativa de las famosas reformas a la salud, a las pensiones y la laboral, que me acuerde, en donde la primera por sus ambivalencias y la curiosa volteada de algunas EPS, ni se entiende y ni siquiera saben ellos cómo iría a terminar, en caso de aprobarse. De la pensional, ya la ministra del ramo dijo que hay que volverla a modificar en 15 años y de la laboral que deja por fuera a los informales y a los desempleados.

Mientras tanto, incautos ciudadanos vociferan en redes sociales sin mayor profundidad y en consonancia con su orientación política, sin una clara conciencia de que quienes ostentan el mandato o quienes lo han perdido, han olvidado que ese poder supremo conferido tiene como fin garantizar “un orden político, económico y social justo” asegurando “la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo”, según reza en la carta magna y las leyes.

Claro está que desde esta semana los focos de los noticieros de televisión estarán dirigidos a la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia por cuenta de los escándalos por corrupción que removerán los ventiladores de Olmedo López Martínez y Sneyder Augusto Pinilla Álvarez sobre el crimen contra la Guajira que presuntamente involucra a ministros, congresistas y a otros funcionarios.

Esta encrucijada, esta triste realidad de hoy la plasmó para nosotros don Ángel Cuervo (hermano del filólogo José Rufino Cuervo) en su obra “Cómo se evapora un ejército”, hace más de 150 años, cuando las fuerzas a que pertenecía fueron derrotadas por el general Tomás Cipriano de Mosquera, en tiempos de creación del Estado Soberano del Tolima: “Una de las señales que anuncian la caída inmediata de las naciones, o si se quiere de una causa o un partido, es la falta absoluta de hombres superiores; a medida que el cuerpo social enferma, no produce nada sobresaliente, nada que sirva para templar los corazones con la esperanza; los ojos se vuelven a todas partes y no hallan un hombre capaz de dirigir la nave y llevarla a buen puerto”.

Sí, es la misma vivencia del presente. La corrupción, el egoísmo y la ambición tienen enfermo el cuerpo social y, por más que miramos y miramos, no encontramos a quién o a quienes, nos templen el corazón de esperanza y entre todos hagamos esa Colombia justa, equitativa, humana y solidaria.

Por Miguel Salavarrieta Marín

Periodista independiente.

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