En Colombia el abuso sexual a infantes es principalmente coartado en el entorno familiar. No son los Garavitos, ni los Uribe Noguera el principal riesgo. Es un tema que nos ha manchado las líneas de nuestra historia como raza desde antaño. El abuso es el accionar de fuerzas disparejas, la muestra de poder y superioridad en todos los ámbitos de un adulto sobre un niño, y no sé da en la calle, se da en las casas. No son manos extrañas las que tocan, son manos conocidas.
En América latina, uno de cada cinco niños son abusados por un familiar cercano; en más del 50 % hay evidencias de situaciones incestuosas; el 80% son amigos, vecinos o parientes.
En Colombia cada dos horas llega un menor a Medicina Legal por haber sido presuntamente violado. Cifra arrojada por la ONG internacional Save the Children y que contextualizándola a lo real, asusta. Pues es sabido que lo incestuoso, se maneja diferente y que son pocas las familias que le dan un manejo jurídico a la anomalía, al delito, al hecho macabro que por acontecer en familia, se rotula y se maneja distinto.
El informe: Efectos y consecuencias del abuso sexual infantil lo plasma así: El abusador/violador se refugia en el secreto, que le protege y le permite repetir la misma actuación con otras niñas de su familia. Porque aunque sea descubierto por algún otro miembro de la unidad familiar, el hecho de hacerlo público es tan espantoso que generalmente callan para proteger la imagen de la familia. Esta ley del silencio agudiza los efectos y las consecuencias que la víctima sufrirá durante gran parte de su vida. Por eso es tan importante que hablemos de la existencia de los abusos sexuales y los reconozcamos como un problema social que hay que abordar.
El periodista Adolfo Zableh Tocó el tema, pues él mismo, fue abusado. Expuso su dolor y la situación, 40 años después “De eso no se habla, pero es más común que las monedas de cien». Una estadística dice que ocho de cada diez personas han sufrido algún tipo de abuso sexual. Es como si existiera un acuerdo tácito entre abusador, víctima y los que están alrededor. Al primero no le conviene que se sepa, el segundo carga con la culpa y la vergüenza, y los allegados prefieren no esculcar o manejar el tema con bajo perfil, a ver si el tiempo y el olvido hacen lo suyo. Pero casi nunca lo hacen. Y así, hay cientos de casos con un manejo inapropiado, mañoso y cómplice donde la víctima no se protege y el verdugo recibe una protección ganada a lo indecoroso, por el qué dirán y es ahí donde el agresor se hace más y más fuerte.
Escribo esto porque se me ha convertido en un reto personal, porque de niño tuve una vecina muda que tenía papá y a su vez esposo y 14 años. Porque he escuchado últimamente cómo la hermandad es más fuerte que la paternidad y cómo la víctima es la culpable y el victimario el adolecido. Porque siento que hay un pacto de silencio macabro que por la sobrevaloración de lo familiar se está descartando y viendo como un episodio para no mirar, el abuso. Cuando es un maltrato y delito por ajusticiar o prevenir. Y es mi labor como periodista poner en escena la problemática para que usted y yo amigo lector, nos pensemos como aportarle al abusado o a las posibles nuevas víctimas.
A los familiares silenciosos debo decirles que la verdad libera y es el primer paso a la sanación del alma. Que la negación fantasiosa de la realidad le funciona a usted pero no al abusado y que la familia como figura social, está para proteger y amar, no para similar un clan inamovible que con todo y mierda, se mantenga.
Como herramienta de prevención encontré cuatro cuentos para prevenir e identificar el abuso en niños. Están seccionados por edades. Son didácticos, claros y no ‘sexualizarán’ a los niños para que sigan siéndolo.
Lea los cuentos acá.
En cuanto a los adultos, hablen. Busquen ayuda profesional, el abuso sexual sufrido y no asumido puede ser el detonante de sus insomnios, de sus trastornos depresivos, de su estrés, de su aislamiento y ansiedad, de sus auto-flagelos, de su inseguridad, de no poder entablar relaciones sanas, de que la vida le pese de más. Adolfo Zableh como resultado a la mala experiencia que le obligaron a vivir, tiene un leve trastorno en el habla, el tartamudeo que llaman y que él reconoce que es la manifestación del temor. “El tartamudeo no es otra cosa que miedo”.
Por: Germán Gómez Carvajal, Universidad de Ibagué.