Miguel Salavarrieta Marin
Miguel Salavarrieta Marín

Adiós Taita

En 1996, a sus 70 años de edad mi papá fue diagnosticado con un cáncer en un estado muy avanzado, desdicha que provocó drásticos cambios en la vida de mi madre, quién se retiró de la docencia para convertirse en su enfermera las 24 horas y a la vez hacerse cargo del negocio familiar a un costado de la catedral de El Líbano.

Estas desestabilizadoras situaciones, cuando la medicina convencional solo puede brindar cuidados paliativos, el deseo infinito por mantener ese ser amado a nuestro lado, nos lleva, a veces, a acudir a muchas ofertas de sanación que nos plantean y llegan hasta la intermediación del más allá. En este caso, Además de una cita con José Gregorio Hernández, le adicioné un tratamiento con píldoras de culebra de cascabel, muy costosas por cierto, las que dejé de suministrarle cuando Soraya, mi esposa, luego de conocer la “olla“ donde las compraba, fue tajante al decirme “lo están estafando”. Varios años después regresé al barrio de mi proveedor de la cura milagrosa, pero esta vez a recuperar el repuesto del carro que me habían robado.

Mi trabajo en la subdirección de Comfatolima continuaba “normalmente” y en esas tareas de relacionamiento conocí a Víctor Hugo Álvarez, un joven inquieto, trabajador, honesto y muy allegado a las comunidades indígenas del Putumayo, en especial de los mayores, de los Taitas, poseedores de una gran sabiduría sobre la medicina tradicional, de las plantas, de la sagrada ayahuasca, además, de su conexión y manejo del plano espiritual.

Pocas semanas después de este encuentro con Víctor, tuve el privilegio de conocer al Taita Querubín Queta Alvarado, la máxima autoridad espiritual de la comunidad indígena Cofán, reputado médico tradicional, defensor de derechos humanos, de reconocimiento internacional por su erudición sobre las plantas medicinales y su defensa de la Ayahuasca cuando el estadounidense Loren Miller, dueño de una farmacéutica patentó este brebaje excepcional; poseedor de diversas propiedades y potenciales usos terapéuticos. Fueron 13 años de lucha que batalló el Taita Querubín con otros líderes ancestrales hasta lograr la cancelación de ese registro.

Confieso que he sido creyente de esta sabiduría y eso me condujo a La Hormiga (Putumayo), en esa enigmática dimensión, en la maloca del Taita Querubín, a ese maravilloso mundo, donde vivía con mamá María, su esposa y una pequeña niña de unos 12 añitos, a quien cariñosamente llamaban Mamá Conchita.

Nuestro siguiente encuentro fue en El Líbano, en la apacible hacienda San Carlos, donde con la complicidad de la noche, los Taitas Querubín y Saulo Gil Botina guiaron a mi padre y a otras personas, mayores y jóvenes con diversos quebrantos de salud, en esa ceremonia de exploración material y espiritual en búsqueda de sanación. Nunca le dije al Taita cuál era el diagnóstico médico de mi papá, pero él, como aquel oncólogo, me describió su enfermedad y me advirtió que cualquier tratamiento solo se podría adelantar en un sitio sagrado, donde confluyen las fuerzas benignas de la naturaleza.

Eso implicaba tres meses en el Putumayo a lo que yo estaba dispuesto, pero primero debíamos superar tres dificultades, una confesarle a mi papá cuál era su situación, porque reiteradamente nos dijo que si alguna vez tenía una enfermedad grave no le dijéramos y la otra, que creyera en las posibilidades de esta medicina ancestral y aceptara ir a ese lugar sagrado.

Llegó junio de 1997 y mi papa asistió a la feria Expotolima en Ibagué. Coincidencialmente a la ciudad habían llegado unos amigos del Taita Querubín que me querían saludar. Obviamente, acudí a ese encuentro que se convirtió en una sentencia para mi papá. Resulta que mientras yo dialogaba, a puerta cerrada con el mayor de los curacas visitantes, mi padre esperaba dialogando en la sala con los otros dos médicos tradicionales, discípulos de Querubín, quienes, atraídos o inquietos por el reflejo de su padecimiento, en un gesto de hermandad, de muy buena fe, haciendo uso de sus conocimientos y métodos procedieron a auscultarlo y de paso a revelarle la verdad que celosamente le escondíamos.

Cuando regresé a la sala mi papá estaba más pálido que de costumbre, algo contrariado y en un mutismo absoluto. Nos despedimos del anfitrión y los visitantes. Ya, estando solos le pregunté que qué le pasaba y no me respondió. Le insistí y no pudo aguantar más su silencio y en una mezcla de confusión, angustia e irá explotó: “qué tal estos indios ignorantes, que dizque tengo un cáncer muy grave regado por todo el cuerpo…”. Quedé aturdido. Mi dolor y mi vieja promesa solo me llevaron a identificarme con sus palabras. No fui capaz de nada más.

En ese momento murió toda esperanza de una posibilidad de sanación en el templo sagrado de la selva, en casa del Taita Querubín en el Putumayo. Tan solo tres meses después, el 9 de septiembre de 1997 perdimos a mi padre.

27 años después de la partida de mi papá, el pasado tres de febrero de 2024, a sus 110 años de vida falleció el Taita Querubín Queta Alvarado, el líder espiritual y tradicional de la comunidad Cofán, un hombre a quien la comunidad internacional le debe el mantener y compartir con la humanidad ese conocimiento milenario, heredado de sus antepasados.

El Taita Querubín Queta Alvarado regresó al seno de la madre tierra y nosotros con respeto y cariño lo recordaremos por siempre, buscando vivir en armonía. Adiós Taita sabio.

Por: Miguel Salavarrieta Marín

Periodista.

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