Un día antes de este 20 de julio, en esta Ibagué pacata y pedestre, en claro remedo al poeta Ciro Mendía, dos imágenes vaticinan el triunfal regreso que anuncia el mármol empotrado en el edificio del Congreso en Bogotá.
La primera, un conciliábulo de reconocidos abogados y jueces arrumados al final de la tarde en la palestra del Palacio de la Novena con Segunda, extasiadamente admirando un vehículo tipo motocicleta parqueado libertinamente a la puerta del otrora respetado Palacio, motocicleta tal vez de última tecnología, tal vez de innombrable valor narco o tal vez propiedad de algún “héroe” que ignoto, le parqueó para su admiración deliberada por los justicieros, que entran y salen al final de una tarde de viernes del nido de la ciega justicia, igual como entra y sale nuestra desdicha.
La segunda, caída la reciente noche, junto a un querido y respetado periodista y cronista, frente al museo en desuso dizque de arte del Tolima, como en desuso subyace nuestra moral como sociedad, al impávidos ver con terror pasar raudos a una cincuentena de motociclistas, arma en mano y coraje de regreso en su ceño, preciso la misma noche atiborrada de los “héroes” inundando al centro de la ciudad bajo órdenes del general de la policía, digamos, García (como aquel de “La carta a García”) y del general del Cantón militar regional, digamos también, García (como en la otra carta a García), que prestos y orondos, dan en organizar el desfile del 20 de julio, al día siguiente al éxtasis y a la impavidez de aquel 19 del mármol del regreso.
Regresan y regresan para no irse, dado que nunca se fueron desde que somos Republica, como cualquiera de las míticas siete plagas bíblicas, que estando entre nosotros, se nos conjuró como a un castigo más por el Ser, que llaman Dios, a su regreso, sin irse, y en cantidad abrumadora, por desobedientes y malagradecidos con los ciudadanos ejemplares.
Por ello en esa tarde y noche del regreso de los ciudadanos ejemplares en la Ibagué pacata y pedestre, aquella cincuentena de jueces, abogados y motociclistas, armados y no, justicieros y no, nos convidan a la admiración obediente, al ceño fruncido, al agradecer brazo en alto y con vítores por el regreso, a los ciudadanos ejemplares de mármol empotrado o de moto lujosa desafiante en la puerta del otrora Palacio ibaguereño.
Qué más da.
Es lo mismo, es el regreso del que nunca se fue, como cual bíblicas plagas del conjuro del Ser o bien llamado Dios, que ya estaban entre nosotros, antes de que este nos diera en maldecírnoslas, por desobedientes no admiradores, claro.
Ya sea como mármol empotrado o como motocicleta admirada, nuestra desdicha está en no entender que la sociedad, la de los jueces y abogados admiradores o la de los motociclistas de arma en mano merodeadores de “héroes”, se erige y culmina en la erección de una, une o un ciudadano ejemplar, como por ejemplo se erecta por unos pocos minutos nuestra perspectiva machista y patriarcal de lo que llamamos vida.
Y es en la reciente erección de la efigie marmolesca del ciudadano ejemplar, que extensiva se proyecta nuestra ansia de andar armados y en moto admirada merodeando “héroes” para de una vez por todas, tal vez junto a ellos, dar a entender a los demás que se regresa sin haberse ido.
Esa es la magia.
Ese es el embrujo autoritario, que hasta congresista investigador, exrector candidato y examante candidato, usarán para el repetirnos que los ciudadanos ejemplares, sin irse, regresaron.
Por: Luis Orlando Ávila Hernández, Ingeniero agrónomo, propietario de la ex Tienda Cultural La Guacharaca.