Dedico, “Trozos de Historia y de Alma”, a la memoria de Mario González Rojas, mi hermano de luchas, alegrías y tristezas, treinta años juntos. Alberto Ravagli, mi maestro de dignidad y rebeldía política, hermano mayor que compartió con romántica irresponsabilidad todas mis locuras juveniles. Enrique Ramírez y Olinto Velásquez, con quienes compartí la bohemia, el amor prohibido, la disipación y el humor en medio de las lágrimas. No dudo que alegran y amenizan la insulsa tranquilidad eterna. A cientos de amigos y parientes, Amigos y hermanos, hasta la vista.
“…Sabíamos que escribirías un libro…en vida jamás lo hubiéramos leído (pobres retinas)…te agradecemos que nos lo hayas dedicado… Aquí vagamos por todos los vericuetos de la eternidad…no es cosa del otro mundo¬…añoramos mucho nuestra tierra…Te esperamos con las alas abiertas.”
† Mario González, Alberto Ravagli, Enrique Ramírez, Olinto Velásquez.
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¿Dónde está Mario González?, ¿Dónde está Alberto Ravagli?, ¿Dónde está Olinto Velásquez?, ¿Dónde está Enrique Ramírez?
Desde la noche del 13 de noviembre no veo sus caras, ni oigo sus punzantes palabras. No regresaron colgados de los helicópteros. No llegaron en las ambulancias vestidos de marrón y apestando a azufre. El barro no desfiguró sus morenos rostros ni entró por sus epidermis a formar un tatuaje la arenilla volcánica. No limpiaron sus partes pudendas delicadas manos de damas leridenses. No preguntaron sus nombres cien veces periodistas, soldados, socorristas y metiches. Aprendices de médicos no suturaron sus heridas ni impregnaron más virus en la sangre con instrumental contaminado. No vieron por fortuna a mil gringos, sajones y nipones cazando renombre y trayéndole su propio dios al moribundo, o catequizando al afortunado sobreviviente. “Nadie da puntada sin dedal”, sabio aforismo. La solidaridad, sucia palabra, cargada de política de sometimiento colonial y de agradecimiento a priori, tenía más veneno que la cobra. No vieron o fueron ustedes victimas tal vez, si aún no estaban muertos, del infame saqueo y última afrenta que padeció el moribundo armerita por parte de los cuervos de la Defensa Civil, la soldadesca enloquecida y la fatídica Cruz Roja, ¡Hienas malditas!
Amigos, compañeros, hermanos… ¿Cuántas veces estuvimos juntos? ¿Cuántas veces compartimos el pan y el vino y hasta el mismo amor prohibido en las madrugadas frías impregnadas de alcohol? No éramos santos pero sí, fieles e impenitentes pecadores, el amor y el placer, nuestra única y exclusiva religión. Danzamos y bebimos sin freno ni medida que lo diga Baco y todas las vestes muertas el 13 de noviembre y las que sobrevivieron. Nada nos envidiaría la refinada sociedad que entre jarrones de vino y racimos de uvas atrapó la lava de Pompeya. Pero fue nuestro barro, nuestro propio barro. ¡Gran consuelo! fue nuestro río, el mismo que mitigaba nuestra sed, y fue el volcán, nuestro propio volcán, y nuestra infinita indiferencia y desidia…además para morir sin gusto y en lejana provincia, expatriado o desterrado, mejor morir en nuestra propia casa. Los Montenegrinos, preferían morir ahorcados en su propia tierra.
¿Qué harías tú, Mario González, sin tu carrera 19, sin las caricias de tu amada… sin el tamal de mercedes, sin los sábados bohemios?
León dormido o adormecido en la silente noche alumbrada por ciento cuarenta y cinco lunas. Humboldt lo dijo: “Los granadinos viven sobre un león dormido”. Y harto de pesadillas despertó la noche del 13 de noviembre, lanzando fuego y encauzando su ira por las estrechas gargantas de los ríos cantando canciones de muerte y exterminio, inundando los valles con pestilentes lodos y tragándose poblados y ciudades. Treinta mil almas sepultadas en el lodo y toda la hacienda de sus habitantes. La ira del Volcán, ira del mundo cambiante, ira de la corteza terrestre, ira de la materia, manifestación de la vida misma de la tierra, vida cósmica a causa de vidas humanas y de humildes criaturas. Cien años de trabajo de labriegos sobre el valle de Armero, acabaron en solo diez minutos, y no valió avaricia de unos, la miseria de otros, el ego que corroe las almas, la vanidad, la veleidad, la apariencia, la fatuidad, lo poco y lo vacío del hombre, así los poderosos como los infelices yacieron bajo el lodo atrapados, cercenados, decapitados, atorados en las fauces de los escombros que como trasatlánticos fantasmas se hundían en los abismos fangosos y ácidos que trajo la más cruel avalancha jamás imaginada. Armero: cuatro mil casas, veinticinco mil almas, treinta mil hectáreas, llenas de ganados y de extensos sembradíos, ahogados en el limo.
Un año antes el volcán anunció lo que vendría y en sus ensueños botó una bocarada que se levantó humeante, enigmática y anunciadora. Lo que sucedió después, el Ruíz lo había anunciado. No fue su culpa. “Cuando el río suena piedras lleva”, las avecillas abandonaron las cercanías de los volcanes antes de las erupciones, el azufre envenena sus pulmones; huyen también los reptiles y todo tipo de alimañas; la misma tierra trata de huir y resquebraja su tez y se expande en sí misma como si tuviera que abortar un monstruo ígneo de lo más profundo de su vientre. Todo eso sucedió… Natura no fue jamás avara y en el idioma majestuoso de los fenómenos envió las cenizas anunciadoras como palomas mensajeras de la catástrofe. Coloreó los ríos que como lágrimas se desprenden de sus ojos incandescentes y exhaló el sudor azufrado de su angustia, para que ahuyentara a los hombres de su camino, de su paso, de su alcance y hasta piedrecillas como maná diabólico desparramó a su derredor para que no se interpusiera al paso de su orgasmo cósmico el que alimenta, elabora, recicla y contiene con increíble dominio y maestría en siglo y medio. Después de ese acto fiero de onanismo los yermos desiertos que deja sin siquiera un “espartillo”, después la fuerza abrasiva quema a su paso el fértil limo… empieza nuevamente a fecundar la tierra árida y penetra en sus tejidos la sustancia magnánima que ha producido en el monumental laboratorio de sus profundas entrañas y la tierra vuelve a reconfortarse y resucita de entre los muertos que ella misma guarda y que le han aportado el calcio de sus huesos.
El valle de San Lorenzo, fue más fértil después de la inundación de 1845. El auge tabacalero no tiene antecedente. Ahora sufre igual proceso. En 1845 recibió el tributo de 1.000 hombres y unas pocas reses. En 1985 recibió el tributo de la descomposición de 25.000 cuerpos humanos y de miles de animales. Crecen ya arrozales y de la epidermis de la ciudad sepultada brotan pajillas amarillas como el oro. Ya viven lagartijas y beben salamandras agua de los canales. Brotan nuevamente las aguas radiactivas del “Tivoli”, y han regresado algunos ruiseñores. No fue el volcán, amigos, fue el miserable hombre, fue el Gobierno, el Gobernador, fue el Alcalde, y el cura y el maldito amor a la riqueza material, los científicos improvisados y falsos vulcanólogos, los causantes del mal. No fue el volcán, fuimos nosotros digámoslo con toda claridad, fue la política, el ansia de poder y no ceder, no darle la razón al contendor. Decir, es la Represa y en medio de la angustia y la inmanencia de la tragedia anunciada, pelear en la Alcaldía por un puesto -tu cabeza, Alberto Ravagli, ya estaba pedida por Heliogábalo Jaramillo-. Tú lo sabes Mario González, ¿qué nos dijo el Alcalde a las cinco de la tarde? …“el agua nunca nos llegará a los tobillos”. No era en la plaza pública, en amplios escenarios donde llegaban los “expertos” a explicar el peligro de una erupción, era en la Iglesia, en Armero, en donde había tres mil protestantes y otros tantos adeptos a otras iglesias y capillas. Quienes no pertenecían a la política del gobierno local, no tenían voz, menos voto y opinión. Y el gobierno del Tolima, era peor, ni oía, ni veía, ni entendía. Y su secretario de Gobierno que alguna vez fue becado por el erario armerita “hizo mutis en el foro” y fue solidario y mancomunado cómplice del descendiente de otro fatídico personaje que incendió a Guayabal durante la Guerra de los Mil Días, por algo se les llama los “Armericidas”. Y los científicos, ¡vaya científicos!, que mezclaban la alquimia con análisis de suelos, se apoderaron de la suerte de la ciudadanía. Ordenaron empapar en agua bendita todos los pañuelos que se pudieran comprar. Y ahí ganaron los turcos. Y desde el momento que llovió ceniza y luego el cálcico maná ordenaron encerrarse en las casas, ojalá con llave y candado para evitar la entrada de los gases. La Policía tenía orden de encarcelar a quien llamara al pueblo abandonar la ciudad. Y mostraron fiereza su comandante como demás sabuesos. Educardo Acosta, hombre inquieto, acucioso defensor de la administración, pero independiente, de espíritu crítico y de innata inteligencia, entendió la gravedad de la situación y con el megáfono con el que se ganaba la vida empezó a convocar a la ciudadanía para que abandonara la ciudad: ¡salgan del pueblo Armero se puede acabar!. La Policía no se hizo esperar y pese a que era su hijo el Inspector, fue detenido y encalabozado, a las 10:15 de la noche y murió como un vulgar delincuente cuando todo lo arrasó la primera avalancha. Y como una tenue y lejanísima voz desde Patiburrí, llamara a la Policía para avisar “que se estaba entrando Lagunilla” Entendiole el radista “que se entraba la Guerrilla”. El comandante ordenó acuartelar sus hombres muriendo casi todos, pues si no le temes a la Guerrilla témele a una Avalancha sobre Lagunilla. Desde la Iglesia se oían las mismas recomendaciones….tápense las narices con pañuelos mojados. Cierren bien puertas y ventanas…las llamadas se acabaron…el párroco viajó a Ibagué, algo le decía por dentro. Desde la emisora…las mismas recomendaciones. A las 10:15 se fue la luz, llovía arena y entraba a la ciudad un pequeño riachuelo con sonoros pedruscos. Cinco minutos después Armero NO EXISTÍA…Nunca un ruido más horripilante anunciaba la muerte de 25.000 personas, ni el derrumbe de 4.000 edificaciones…Yo viajé como hez de resaca en el crestón de la ola… y el resto ya se sabe, lo dije hace cuatro años cuando izado a un helicóptero, vi a mi pueblo desaparecido “sangró más mi alma que mi cuerpo”. Brotamos del barro como juncos en primavera, nos sacaron como a renacuajos, éramos flores de loto de los cenagales y hechos pedazos unos sobrevivimos y el resto, casi todos perecieron…
¿Dónde está Mario González?, ¿Dónde está Alberto Ravagli?, ¿Dónde está Olinto Velásquez?, ¿Dónde está Enrique Ramírez?
Desde la noche del 13 de noviembre no veo sus caras, no oigo sus punzantes palabras…no los vi chapucear en el lodo… Sé que murieron y yo con ellos, es decir mi alma está cuatro pedazos muerta. Yo soy la quinta parte. No he podido olvidar la simple geografía de Armero, que se levantaba en manzanas rectilíneas geométricamente exactas, sus calles y carreras y sus casas tan blancas, pintadas y cuidadas por gente que tenía también el alma blanca. No fue mi cuna pero tampoco mi sepulcro madre adoptiva durante treinta años me hizo, hombre, padre, amante, político y poeta. Bajo la luna llena dormí plácidamente en las bancas del parque… dormí con mil mujeres de toda condición social en casas de viudas y en burdeles, bebí desde muy joven todos los licores conocidos y escuché a nuestros músicos y compositores, desde la “Lluvia de Recuerdos”, conjunto clandestino de Pompilio Tafur y Pachito Alarcón.
Por: Hugo Viana Castro (Q.E.P.D.)
Armero, 13 de noviembre de 1989.