En junio de 2016, apareció en el diario independiente israelí, Haaretz.com, una nota del periodista Ariel David, acerca del origen del dios de las religiones monoteístas, obviamente a partir del judaísmo, como la primera creencia en el tiempo que adoptó al monoteísmo, en los libros del antiguo testamento, mucho antes de la probable existencia de Jesús, la conversión del imperio Romano al cristianismo y su consecuente auge, y mucho pero mucho antes de las visiones del profeta Mahoma y su cabalgante animal alado que permitió la expansión del islamismo.
Tal vez, para la mayoría de sus creyentes el desconocer estos hechos y evidencias humanas en la fe que dicen profesar, descritos amplia y literariamente en los textos originales de la Biblia cristiana, de la Torá o en el Corán, sea la causa principal de la barbarie humana que ha hecho de la guerra un negocio a nombre de un único dios.
Inicia su artículo David, con el valido interrogante respecto que si las tres creencias monoteístas comparten la existencia de una única omnipotente deidad que creó los cielos y la tierra, ¿por qué ha de necesitar un nombre?
Sostiene que es la misma Biblia que nos relata que Dios lo necesita para ser distinguido de los otros seres celestiales, tanto como los humanos necesitan asignar un nombre a cada pueblo o nación, entre sí.
Cual sea ese nombre, es otro tema, agregando que la prohibición en el Judaísmo de nombrarle, se deba quizá a que su correcta pronunciación se ha perdido con el tiempo.
Y acá es donde el monoteísmo se interpreta a través del Helenismo (tanto para David como para nosotros colonizados por Occidente con su principal forma de lucha, la Fe): la Biblia hebrea gramaticalmente usa cuatro consonantes que forman un misterioso Tetragrammaton: que se translitera como Y-H-W-H.
Previamente es preciso aclarar que la sesuda psicolingüística religiosa que se haga en adelante de este tetragrammaton hacia Yaveh, Jehova o cualquiera de las franquicias de la Fe que cotizan en la bolsa mercantil, es pura coincidencia.
Sigamos.
En consecuencia, nos dice David en su artículo, si los israelitas, necesitaron nombrar a su Dios, es porque para su momento y tiempo tenían varias deidades.
Según él, varios académicos bíblicos y hallazgos arqueológicos dentro y fuera de lo que hoy es Israel, evidencian que los primeros israelitas no siempre creyeron en único y universal dios, tanto así que el monoteísmo judío es relativamente reciente.
El libro “La Invención de Dios” (Ed. Harvard University Press, 2015) del profesor del College de France y de la Universidad de Laussane, Thomas Römmer, explica David, resume décadas de investigación en el nacimiento y la evolución del culto a Yhwh, usando como su principal fuente de investigación a la misma biblia hebrea, a propósito de la cual aún se desconoce la fecha exacta en que alcanzó su forma final escrita (el antiguo testamento), la que pudo ocurrir entre el exilio de Babilonia (2.600 años atrás) que inició con la caída de Jerusalén (587 antes de Cristo) y los siguientes periodos de gobiernos Persa y Helénico sobre esta.
En entrevista a Römmer, este afirmó a David que: “los textos bíblicos no son fuentes históricas directas. Solo reflejan las ideas, las ideologías de sus autores y de hecho del contexto histórico bajo el cual ellos escribieron”.
Al margen, en este punto de la nota de Ariel David es que vale la pena el preguntarnos: ¿a que jugaron o juegan algunos obispos, sacerdotes católicos o algunos pastores/as cristianos en la guerra colombiana? Propiamente, su injerencia no les sale ni salió de los textos bíblicos. Esa fue solo su excusa para colaborar en la depravación de los más pobres.
De otra parte es el mismo Römmer quien nos lo aclara en entrevista concedida a David: “puedes tener memoria sobre un distante pasado, algunas veces en una forma muy confusa u otras veces en forma muy precisa. Pero pienso que podemos, debemos, no solo usar a los textos bíblicos como textos de ficción, sino como textos que pueden contarnos historias acerca de nuestro origen”.
David nos deduce que si por el nombre de la deidad, se buscara el origen común monoteísta, el culto a Yhwh como principal dios de los antiguos israelitas no fue el primero, sino que fue el culto a El, la deidad cimera del panteón Cananita (la bíblica región de Canaán llamada por los romanos Palestina, es hoy Israel, Palestina o lo que judíos les permiten en su encierro en Cisjordania y la Franja de Gaza, más algunos puntos de Siria y Jordania), quien era adorado a través del Levante.
Es decir, Römmer sostiene en la entrevista que el nombre “Israel” fue muy anterior a la veneración de su deidad Yhwh (3.200 años antes de Cristo) y realizada por un grupo poblacional del Levante llamado Israel: “su primera deidad tutelar que estos adoraron fue El, por tanto su nombre original como pueblo pudo ser Israyahu”.
Para David esto es probablemente cierto dado que la Biblia en Exodus 6:3, evidencia esta primaria adoración a El, cuándo Dios hablándole a Moisés, dice que él “se le apareció a Abraham, Isaac y a Jacob como El Shaddai (hoy traducido como “Dios Todopoderoso”), por tanto no fue conocido por ellos como Yhwh.
Es decir que aquellos primeros israelitas pudieron haber adoptado el culto a Yhwh de una misteriosa tribu desconocida que vivió en la zona desértica al sur del Levante. David anota que la primera mención israelita de esta tribu, se encuentra en una estela (monumento en piedra con inscripciones conmemorativas) de una victoria surgida alrededor de 1.210 antes de Cristo, por el faraón Mernetpah (a veces llamada “la estela de Israel”), tribu que habitó como pueblo en Canaán.
¿Así que como hicieron estos cananitas adoradores de El para entrar en contacto con los adoradores de Yhwh? David contesta que la misma Biblia es bastante explicita en las raíces geográficas de la deidad Yhwh, reiteradamente vinculándola a las montañas y desiertos inhóspitos en el sur del Levante. El periodista cita a Jueces 5:4 donde aquel Yhwh: “Salió desde Seir” (limite del antiguo Egipto con Canaán) y “marchó hacia los campos de Edom.” Igualmente en Habacuc 3:3 nos dice que “Dios llegó desde Teman”, específicamente del monte Paran. Todas estas regiones y localidades pueden identificarse hoy con el territorio que va desde el Sinaí y el Negev hasta el norte de Arabia.
La afición a un Yhwh en la cima de una montaña cargado de nubes y tormentas, quizá nazca de una deidad propia del desierto y atribuida a las lluvias y a la fertilidad. No obstante David sustenta que la teoría de que Yhwh se originó en los desiertos de Israel y Arabia, se puede encontrar en textos egipcios de finales del segundo milenio, que enumera diferentes tribus de nómadas llamadas colectivamente «Shasu» y que poblaban esta vasta región desértica. Uno de estos grupos, que habita el Negev, se identifica como el «Shasu Yhw (h)», sugiriendo que este grupo de nómadas puede haber sido el primero en tener al dios de los judíos como su deidad tutelar.
Cómo exactamente el Shasu se fusionó con los israelitas o les introdujo en el culto de Yhwh no se conoce, pero para los primeros siglos del primer milenio antes de Cristo, fue adorado claramente tanto en el Reino del norte de Israel y su vecino más pequeño en el sur, el Reino de Judá.
David complementa que su nombre aparece por primera vez fuera de la Biblia, cerca de 400 años después de Merneptah, en la estela de Mesha del siglo IX antes de Cristo, donde un Rey moabita se jacta de derrotar al rey de Israel y de «tomar los vasos de Yhwh”.
Römmer también le relató a David, que incluso el profeta Jeremías habló de los muchos dioses adorados en el periodo del Primer Templo en Judá, los cuales fueron tan numerosos como las calles de un pueblo, llegándose a la adoración de una deidad femenina, Asherah, o la reina del cielo, o incluso a la adoración del dios de las tormentas del norte Hadad (Baal “amo” o “señor” para filisteos, babilonios, sirios, fenicios, caldeos, israelitas y cartagineses).
El artículo de prensa nos cuenta que la pluralidad de deidades fue tal que en una inscripción de Sargón II, quien completó la conquista del reino de Israel a fines del siglo VIII antes de Cristo, el rey asirio mencionó que después de capturar la capital, Samaria, sus tropas devolvieron «las (estatuas de) dioses en las cuales (los israelitas) habían depositado su confianza«.
A pesar de las pocas evidencias, David sospecha que en cualquier caso, muchos eruditos concuerdan en que Yhwh se convirtió en el dios principal de los judíos, solo después de la destrucción del reino de Israel por los asirios, alrededor del 720 antes de Cristo. Por ello nos plantea que no está claro cómo o por qué los judíos llegaron a exaltar a Yhwh y rechazar a los dioses paganos que también adoraban.
Como abrebocas nos sugiere una salida sociológica: después de la caída de Samaria, la población de Jerusalén se multiplicó por quince, probablemente debido a la afluencia de refugiados del norte, nos dice. Debido a eso se hizo necesario que los reyes de Judá impulsaran un programa que unificaría a las dos poblaciones y crearía una narrativa común. Y según David, esa puede ser la razón por la cual los escritores bíblicos estigmatizan con frecuencia las prácticas de culto paganas del norte y enfatizan en que solo Jerusalén, ha resistido el asalto asirio, explicando así la vergonzosa caída de Israel a Asiria, al tiempo que distingue la prominencia y la pureza de la religión judaica.
¿Por qué será que mucho de esto nos recuerda lo que ha pasado últimamente en Colombia con el intento de cambiar la historia y refundar la patria?
Esta transformación del politeísmo, para David, a adorar a un solo dios fue tallada en piedra, literalmente. Por ejemplo, nos dice, en una inscripción en una tumba en Khirbet Beit Lei, cerca del bastión judaico de Lachish, dice que “Yhwh es el dios de todo el país; las montañas de Judá pertenecen al dios de Jerusalén”.
Las reformas de Josías también se consagraron en el libro de Deuteronomio, cuya versión original se cree que se compiló en esta época, y especialmente en las palabras de Deut. 6, que más tarde formaría el Sh’ma Israel, una de las oraciones centrales del judaísmo:
«Oye, Israel, Yhwh es nuestro Dios, Yhwh es uno«.
Pero mientras Yhwh se había convertido en el dios nacional de los judíos, en los albores del siglo VI antes de Cristo, todavía se creía que era solo uno de los muchos seres celestiales, cada uno de los cuales protegía a su propia gente y territorio. David nos lo ilustra cuando en la entrevista con Römmer, este explica que en muchos textos bíblicos que exhortan a los israelitas a no seguir a otros dioses, es sin duda un reconocimiento tácito de la existencia de esas deidades.
Así mismo cita a Jueces 11:24, cuando Jefté intenta resolver una disputa territorial diciéndoles a los amonitas que Yhwh le había dado la tierra de Israel a los israelitas, mientras que su dios Chemosh les había dado sus tierras a ellos: “¿No tomas lo que tu dios Chemosh te da? Del mismo modo, cualquier cosa que Yhwh nuestro dios nos haya dado, la poseeremos”.
Y al final viene lo más importante del artículo periodístico de David sobre la invención de Dios y que puede darnos luces de la manipulación de las élites gobernantes en Colombia:
La verdadera revolución conceptual probablemente solo ocurrió después de la conquista de Judá por parte de los babilonios y del incendio del Primer Templo en 587 antes de Cristo, relata David.
Por tanto la destrucción y el posterior exilio a Babilonia de las élites judaicas inevitablemente arrojan dudas sobre la fe que le habían depositado a Yhwh.
En palabras de Römmer, David nos lo aclara, «La pregunta era: ¿cómo podemos explicar lo que pasó?«. Si los israelitas derrotados hubieran aceptado simplemente que los dioses babilónicos habían demostrado que eran más fuertes, que el dios de los judíos, la historia habría sido muy diferente.
Pero de alguna manera, a alguien se le ocurrió una explicación diferente, sin precedentes: «La idea era que la destrucción sucedió porque los reyes no obedecían la ley de Dios«, le responde Römmer. «Es una lectura paradójica de la historia: el vencido de alguna manera está diciendo que su dios es el vencedor. Es una idea bastante inteligente. Los israelitas / judaicos tomaron la idea clásica de la ira divina que puede provocar un desastre nacional, pero la combinaron con la idea de que Yhwh en su ira hizo que los babilonios destruyeran a Judá y Jerusalén«.
¿Nos suena en algo a la interpretación de la historia o de los hechos del actual gobierno colombiano y las elites que le apoyan?
El concepto de que Yhwh había influenciado a los babilonios, encausándoles castigar a los israelitas, inevitablemente llevó a la creencia de que él era no solo el dios de un pueblo, sino una deidad universal que ejerce poder sobre toda la creación.
Esta idea, sostiene Römmer en entrevista a David, ya está presente en el libro de Isaías, que se cree que es uno de los primeros textos bíblicos, compuesto durante o inmediatamente después del Exilio. Así es como los judíos se convirtieron en el «pueblo elegido», porque los editores bíblicos tenían que explicar el por qué Israel tenía una relación privilegiada con Yhwh, a pesar de que ya no era una deidad nacional, sino el único Dios verdadero.
A lo largo de los siglos, nos resume David en su artículo, al redactarse la Biblia, esta narración se refinó y fortaleció, creando la base de una religión universal, una que podría continuar existiendo, incluso sin estar atada a un territorio o templo específico.
Y así, nos remata, se estableció el judaísmo tal como lo conocemos y, en última instancia, todas las otras religiones monoteístas importantes como el Cristianismo y el Islamismo.
El corolario a este insípido pasabocas de historia y arqueología de semana santa, es: ¿qué nos deparará el tercer milenio a nosotros los colombianos ahora que la mayoría en Colombia adora a un mortal expresidente y su séquito en nada parientes ni de Yhwh, Asherah, Hadad o Baal?
Por: Luis Orlando Ávila Hernández, ingeniero agrónomo, propietario de la ex Tienda Cultural La Guacharaca.