“A otros le enseñaron secretos que a ti no, a otros dieron de verdad esa cosa llamada educación”.
El baile de los que sobran. Los Prisioneros.
A ella no la llevaron a dar el recorrido aquel por la universidad para que conociera el jardín botánico, el restaurante o las oficinas en donde se podía matricular, en aquel entonces, en medio de largas filas porque no se había implementado la plataforma virtual. A él no le regalaron el cuadernito y el esfero en señal de aprecio, el mismo que obsequian cuando se inicia una especialización. Con ellos no se tomaron la molestia de darles el discurso de bienvenida, ni los instruyeron a profundidad sobre los ‘beneficios’ que da la universidad. A mí, me tocó pelear por un salón en la U, porque de entradita y después de pagar, me mandaron para un colegio en algún lugar de la ciudad. Sencillamente han dado y siguen dando las cosas a medias.
Resulta paradójico darse cuenta que semestre tras semestre la situación para los estudiantes, especialmente para los que estudian a distancia, en la Universidad del Tolima, no cambia. Llegan nuevos estudiantes, mueven algunos funcionarios y contratan a uno que otro, es cierto, pero la diferencia entre el programa de Distancia con el de Presencial, es la misma. Las garantías, el trato, los beneficios y demás no son los mismos, aunque estén estipulados en algún papel. Y digo que no son los mismos porque no promueven la información como deberían hacerlo, hay un desconocimiento total por parte de los estudiantes de Distancia en cuanto a sus derechos y por ende, difícilmente se van a atrever a exigirlos. De hecho, ni siquiera la enseñanza es igual, siendo que son los mismos tutores de Presencial, en su gran mayoría, los que la imparten.
Alguna vez le pregunté a un tutor el porqué de esa diferencia tan abrumadora que existe entre los programas, me respondió sin vacilar que cuando uno estudia a distancia el 90% corre por cuenta del estudiante y sólo el 10% corresponde al tutor, que hace las veces de acompañante. Creo que fue esa la razón por la que escuché tantas incoherencias durante parsimoniosas exposiciones. No era para menos, los tutores, algunos no todos, se limitaban a acompañar.
En Ibagué y en varias partes del país, la situación que viven los estudiantes en el programa de Distancia es preocupante. Según cuentan los que saben y no denuncian y los que protestan, aunque protesten por ratos y a veces por conveniencia, los estudiantes de Distancia aportan más dinero que cualquier otro, incluso, se dice que es el programa que inyecta más recursos a la universidad. A esto se suma que hay una especie de barrera entre los dos programas, no existe por parte de la universidad con sus tutores abordo, algunos no todos, el afán de integrar a los estudiantes de lado y lado. Por si fuera poco, la mayoría de los estudiantes aportantes no llegan a saber qué es una práctica, si corren con suerte reciben clases en las instalaciones de la universidad, al resto los mandan a lugares que no cuentan con las garantías suficientes para satisfacer sus necesidades. Sin derecho a restaurante o fotocopias económicas, sin un campus con acceso a internet y en general, los futuros profesionales se debaten entre supuestas teorías que alienta el pensamiento crítico y la construcción de un mundo diferente desde sus disciplinas en instituciones que por lo general no tienen vigilancia y ya se podrán imaginar. Los tutores entre tanto, algunos no todos, guardan silencio sepulcral, por miedo tal vez o por necesidad.
Existe la posibilidad de que se piense que por el hecho de estudiar una carrera a distancia el estudiante paga a cuotas el cartón, cumple con unas notas y ya, pero resulta que en el caso de la Universidad del Tolima no estamos hablando de educación virtual ni mucho menos como suele suceder con esas universidades cuyos programas se prestan para esa dizque enseñanza moderna en donde si hay con que pagar los créditos puede entrar. En esta situación en particular nos referimos a un grupo de personas que están haciendo todo tipo de sacrificios para poder estar ahí, seres humanos que invierten tiempo y dinero, que dejan de comer por pagar un semestre, de compartir con sus familias un sábado o un domingo y sobre todo, que tienen el sueño de realizarse como profesionales en un país en donde estudiar es sinónimo de sacrificio gracias a la cultura de la exclusión permanente.
Por todo lo anterior, deberíamos comenzar a reflexionar sobre la importancia de exigir la igualdad de condiciones para los estudiantes que se encuentran a años luz de distancia en una universidad que pareciera es para unos cuantos y no para todos como debería ser. Demandemos entonces una educación con más calidad, una educación real, palpable, que cambie nuestras vidas y que no termine siendo un compendio de teorías idealizadas, muchas veces bajadas, copiadas y pegadas de alguna página de internet a manera de taller, y que nada tiene que ver con la realidad.
Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.