Reflexiones de Semana Santa.
Es común ver en esta época del año a cientos de “cristianos y católicos” que no se toman un trago, no comen carnes rojas y hacen peregrinaciones, porque sienten que esto agrada a Dios. Durante el resto del año sus comportamientos difieren de las enseñanzas de Jesús; pero, en Semana Mayor, actúan como anacoretas.
Algunos por estos días quieren llevar la cruz de Jesucristo. Hacen sacrificios que él no pidió. Tergiversan las escrituras y olvidan el segundo mandamiento con el que se resume la ley: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Es tanto su egocentrismo que se sienten con relaciones especiales, con galardones inventados y están convencidos que el Todopoderoso es amigo de sus sectarismos, de los amiguismos y de los favoritismos.
En mis estudios teológicos de más de veinte años jamás he leído un texto bíblico que sustente razonamientos como los que expresan algunos: “No soy el dueño del mundo pero sí la hija del dueño”. “Soy el favorito de Dios”. “Soy una princesa de Dios”. Esto es narcisismo puro, mimetizado con cristianismo. No es autoestima, es egolatría.
Revisemos algunas frases de los hombres de la Biblia. Decía por ejemplo David: “No recuerdes mi faltas ni los extravíos de mi juventud; pero, acuérdate de mí según tu amor” (Salmo 25:7). El apóstol Pablo inicia su carta a los Romanos de la siguiente manera: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por un llamado de Dios”. Dice el libro de Proverbios de Salomón capítulo 27 versículo uno: “No te alabes del día de mañana: porque no sabes que parirá el día”.
Lo cierto es que la nueva era del cristianismo hizo un Dios a la medida de los gustos y proyectos de sus creyentes. Esta forma doctrinal se viene combinando con varias corrientes filosóficas del “culto al yo”. Aquí queda disipado el llamado al amor altruista que enseñó Cristo. De ahí parte esa forma de catarsis, de expiación de culpas, de flagelo que algunos quieren tener en esta época (con excepciones por supuesto).
Cargar todo el año con tanta intriga, envidia, mentiras y demás mezquindades produce un cúmulo de ansiedad que tiene que salir a flote de alguna forma a manera de sublimación. No es bueno para la salud física y mental (menos la espiritual) llevar el peso de los remordimientos y por ello sería mejor empezar por aceptar nuestra condición humana. No obstante, se hace todo lo contrario, camuflar las debilidades con mucha liturgia.
Sin lugar a dudas, si erramos, es mejor pedir perdón a tiempo a quien hemos herido que salir a darse látigo en Semana Mayor. Para alabar a Dios deberíamos estar dispuestos todo el año y no una semana como nos quiso mostrar erróneamente la tradición.
Quizás por eso 1 de Juan 4:20 insta a los cristianos para aplicar las siguientes palabras “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto”. Es clara como el agua esta exhortación. De nada vale pedirle perdón a Dios por nuestras faltas si no lo hacemos con quienes hemos herido.
Por supuesto es más fácil buscar a un ser invisible al cual no podemos ver, que tener que hacerlo con nuestro prójimo. Es más cómodo para nuestro ego evitar la confrontación humana. Nos enseñaron que pedir perdón es un signo indefectible de debilidad. Aprendimos a convivir con la hipocresía.
El propio Jesucristo expresó en su famoso Sermón del Monte lo siguiente: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda (Mateo 5: 22-24).
Por eso si robamos al prójimo, si le somos infieles, si lo calumnias, etc., será más fácil pedirle perdón a Dios y darse látigo en Semana Santa, que buscar a la víctima y hacer lo debido. Terminamos como sepulcros blanqueados, bonitos por fuera pero con mucha contaminación por dentro.
Hagamos la introspección y pensemos en ser mejores personas todo el año y no un ratico en Semana Santa.
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy.