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Feminismo no es hembrismo, la lucha por la equidad no se puede convertir en androfobia

No cabe duda que la sociedad viene pagando a cuentagotas, una deuda histórica que tiene con las mujeres, y falta mucho “pelo pa’ moño” para lograr el paz y salvo de esa cuenta de cobro. El machismo, relegó por muchos siglos a las féminas y las convirtió en seres humanos limitados en sus libertades, que en el sistema patriarcal, servían únicamente para atender a sus maridos y para la crianza de los hijos.

Esa desigualdad que ha existido siempre, forjó una lucha por ganar los derechos de las mujeres, a partir del siglo XVIII, que inició con la publicación de la obra: “Vindicación de los derechos de la mujer” de la filósofa inglesa, Mary Wollstonecraft. De ella retumba una frase impactante: «No deseo que tengan poder sobre ellos, sino sobre sí mismas». También, en la Revolución Francesa, la escritora Olympe de Gouges, hizo lo propio con la autoría de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) lo que le significó, además de sus posiciones políticas, el odio de sus opositores y su condena a la guillotina.

La emancipación femenina, como movimiento social e intelectual, tiene su campo de estudio en la  historiografía, la sociología y la antropología. Hace énfasis en el desarrollo histórico en el que las mujeres se han ido desligando de la opresión patriarcal, luchando por la igualdad legal, política, profesional, social, familiar y personal, que se les negó por tantos siglos. Un ejemplo de este pensamiento lo tuvo Emmeline Pankhurst Goulden, activista política británica, quien fue líder del movimiento sufragista que ayudó a las mujeres a ganar el derecho al voto en la Gran Bretaña, en la segunda década del siglo XX.

Más adelante vendría lo que se conoció como «El movimiento de liberación de las mujeres”, colectivo que surgió a finales de los años 60 y se extendió hasta la década del 80 en el siglo XX. El impacto de esta sublevación, tuvo  mayor furor en las naciones industrializadas, pero influyó para una gran transformación (política, intelectual, cultural) en todo el mundo. En Colombia por ejemplo, el primer triunfo político de las mujeres se dio, con la aprobación del voto femenino, ejercido hasta el primero de diciembre de 1957, en el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla.

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El feminismo como ideología, no propone acabar con el hombre y devolverle con creces, las ignominias, que trajo el machismo en la historia, justificado en argumentos vetustos como: «el orden natural de las cosas» sustentado presuntamente en la Biblia. El papel de esta corriente, es exigirle a la sociedad los mismos derechos para todos y que sean los méritos y no un género, lo que defina el progreso social. El feminismo simplemente, busca la equidad en los derechos y las oportunidades.

Es diferente la animadversión hacia los hombres denominada: androfobia y el odio hacia el género masculino llamado  misandria. Este tipo de actitudes tienen un origen psicológico y no social. Está calificada como una patología, que  generalmente tiene su génesis en la infancia. La mayoría de veces tiene soporte en sentimientos que se generan por abandono o el abuso por parte de la figura paterna. Este tipo de problemas, al igual que el de la misoginia (odio a las mujeres) debería tratarse con psicología y psiquiátrica, porque además de disfuncionales son peligrosos.

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La venganza nunca es buena. Los judíos no solucionarían el horror vivido por culpa de los alemanes Nazis, aplicando la “Ley del talión” (ojo por ojo) y exterminando al mismo número de arios (seis millones). La venganza étnica que quisieron tener los hutus con los tutsi en Ruanda (África) , en el año 1994, lo único que dejó fue más de un millón de muertos, miles de desplazados y una pobreza absoluta. Es claro que los abusos al que algunos trogloditas (mal llamados hombres) han sometido a millones de mujeres en la historia, no se solucionará, acabando con el sexo masculino.

El ‘hembrismo’, es el término adecuado para calificar al mal llamado ‘feminismo’ que algunas mujeres, llenas de odio, repulsión, y violencia, quieren fomentar y hacer crecer en la sociedad. Nada que legitime la violencia, es digno de aplaudir. Eso de salir a dañar la propiedad pública o privada, con el pretexto de luchar por los «derechos de la mujer» va en un contrasentido de lo que busca el verdadero feminismo. Es cierto que algunas protestas en la historia, han derivado en actos violentos, pero una cosa es la retaliación (casi siempre en defensa propia), por el uso desmedido de la fuerza por parte del Estado, y otra muy diferente es el vandalismo.

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La verdadera protesta, la que tiene eco, la que sirve, se da cuando la mujer decide prepararse intelectualmente, académicamente y participa en los procesos de liderazgo político en defensa de sus derechos. Esas líderes que asumen un arduo  interés en los asuntos económicos, sociales y culturales de su entorno; y que entienden que así como hay hombres crápulas, también los hay sensatos, humanistas y respetuosos de ellas. No se puede generalizar de acuerdo a las experiencias vividas porque cada ser humano es un mundo diferente.

La mujer feminista aprecia su libertad y la diferencia del libertinaje. Sabe que puede vestirse como quiera, disfrutar su sexualidad (independiente de sus gustos) no obstante, su inteligencia le permite ubicarse en los contextos.  Entiende que afuera hay sujetos con los que no se puede negociar. Su discernimiento, le da para comprender  que la mayoría de los hombres no son violadores, pero, podría  llamar la atención de un depredador. A esa mente enferma le importará muy poco que le canten: «el violador eres tú». La semiótica (ciencia de los signos) dice que siempre comunicamos queramos o no (comunicación no verbal). Si una persona deambula por una calle peligrosa contando billetes, lo más probable es que lo roben. Al ladrón le importará muy poco que usted piense “es mi dinero y nadie me lo puede quitar”. Recordemos la prudencia que hace verdaderos sabios.

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Crecí al lado de una mujer empoderada que es mi señora madre. De esas que les tocó asumir un rol doble (ser mamá y papá). Estudiaron, trabajaron, criaron; y todo lo que tienen se lo deben a Dios y a su esfuerzo. Su rol de cabeza de familia, no le impidió enseñarnos e inculcarnos que en el mundo hay grandes hombres, como también grandes mujeres. Tengo claro, hoy en día que la sociedad no mejorará cuando un sexo sea más poderoso que el otro, sino cuando se entienda que este orbe necesita más humanistas y menos misóginos y misándricas.

Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy

Comunicador social y Esp. en Educación, cultura y política y Docencia

Universitaria.

 

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