Ahora que termina la Semana Mayor esperamos que la misma haya servido para las introspecciones respectivas sobre todo en los servidores públicos (gobernantes, secretarios, diputados y concejales). Esos que ostentan algún cargo, sea de elección o por nombramiento y que creen que cogieron el cielo con las manos. Los que están convencidos que su limitada cuota de poder les durará toda la vida.
Los lectores que pudieron ver la película El abogado del diablo (1997) recordarán a Satanás (Al Pacino) quien insistía en que su pecado favorito y con el que más fácil enredaba a la humanidad, era la vanidad. Por ahí sucumbe la gran mayoría y más cuando algunos que no han tenido nada, de un momento a otro consiguen mucho.
El mayor daño se lo hacen ellos mismos. Contratan a un comité de aplausos exclusivo para que le echen aire a su necesitado ego. Lo curioso, es que sin importar a qué colectividad pertenecen: rojos, verdes, azules, amarillos, caen en la misma trampa de la adulación y del cepillo. Todos se vuelven doctores sin doctorado. La gran mayoría se tragan el cuento.
Les incomoda que su celular se llene de mensajes y de llamadas perdidas. Son tan egocéntricos que creen que la gente les marca porque anhelan que los iluminen con su aura. Olvidan que llenaron de cuentos y de promesas a las personas para lograr los cargos que ostentan. Tienen amnesia sobre quiénes dieron la pela por su causa. Obviamente, eso empezará a cambiar cuando inicie formalmente la campaña. No hay que olvidarlo.
A la gran mayoría el nepotismo los consume. Su poder está para solucionar su vida económica y la de algunos de sus familiares. Echan bueno también dependiendo de las orientaciones sexuales (las o los) que estén dispuestos hacer un trueque a cambio de algún contrato.
El cercano que se le ocurre decirle que la está embarrando indefectiblemente termina de enemigo o marginado. Es admitido únicamente, elogios, palmadas en la espalda y el silencio siciliano. Por supuesto, la prensa crítica es un palo en la rueda.
Hemos hecho el experimento de dialogar con algunos personajes de la política, que aseguran que quieren ser congresistas incluso alcaldes o gobernadores (están en todo su derecho). Los indagamos pidiéndoles una razón por la cual quieren llegar a tan importantes dignidades. La respuesta al unísono es que la propia gente les dice que deberían aspirar porque tienen el perfil y el carisma.
Nos surgen algunas preguntas: ¿A qué personas se refieren? ¿Hablarán de su secretaria privada o asistente? ¿De sus amigos contratistas? ¿De los que obturan la cámara para la fotografía? ¿Entenderán que la percepción popular o política es algo que no se debería medir desde adentro?
Al vivir obnubilados se enredan en su propia telaraña que no les permite ver la realidad. Esa que van a saborear si no reaccionan (para alguno es tarde) más adelante cuando ya no ostenten ningún cargo. La experiencia nos ha permitido ver el rostro del desasosiego de los que fueron y ahora quedaron en el ostracismo, porque nunca entendieron que el fin del servidor público, es servir. Algunos están convencidos que el propósito es hacer dinero.
Hace apenas unas semanas nos entrevistamos con un exgobernador que nos dijo: “Al final a uno no le quedan sino los amigos que tenía antes de campaña, a esos hay que cuidarlos porque los demás se van”. Los imperios se caen, las civilizaciones evolucionan y lo que nace indefectiblemente muere. La política es dinámica y en cualquier momento se da la vuelta.
Es la gente la que le otorga el poder a los gobernantes de creer que son dueños de sus destinos. A algunos de ellos el poder les hace olvidar y es por eso prudente recordarles la frase bíblica cristiana que manifiesta: «Polvo eres y al polvo volverás».
Este es un editorial de A la luz Pública.