Esta vez no fueron los tamales, ni la lechona, tampoco los sitios turísticos. Lamentablemente, la percepción que tuvieron muchos de los visitantes es que las calles están totalmente deterioradas. Esto no es con el ánimo de caerle a la alcaldesa de la ciudad porque no es la única responsable. Es simple, el tema cogió ventaja y la ciudad es una sola trocha por donde usted vaya.
Es que no estamos hablando de huequitos, son cráteres lo que hay por todos lados. Obviamente, esto ayuda a que se incrementen los trancones, los accidentes y la impaciencia de la ciudadanía. Esta vez muchos se fueron tristes de ver la dantesca situación.
Hace unos meses la alcaldesa culpó a la gobernadora con su frase: “Dime cómo está la ciudad capital y te diré que clase de gobernadora tiene”. Acto seguido salieron los alfiles de la administración seccional con la lista de inversiones que se han hecho por parte de ellos en los últimos años en Ibagué.
La realidad es como la ley conmutativa “El orden de los factores no altera el producto”. Así que ninguno está libre de pecado y si la ciudad está como está la responsabilidad recae sobre la clase política. Quizás los mayores responsables son quienes gobiernan, pero, no se escapan los que dicen hacer oposición. Tampoco se salvan algunos medios de comunicación que hablan bien del que les pauta y como tienen la barriga llena se hacen los desentendidos.
Un grave problema político para Ibagué es que tanto el Gobierno Nacional, El Departamental, como el local; no son afines. El gran perdedor es el pueblo. Eso sí, todos pertenecen al corral en el que ponen huevitos de codorniz y quieren cacarear una cubeta. Pareciera que el único fin de la clase política es que crezca su movimiento y atornillarsen en el poder.
Si todos trabajaran unidos (es casi una utopía) de seguro los recursos aparecerían y con voluntad política podría tomarse en serio la recuperación real de la malla vial de la ciudad. No nos digamos mentiras, el problema, es que sus intereses electorales están por encima de las necesidades de la ciudadanía.
Por otra parte, la ciudadanía olvidó que en una democracia es el pueblo a través del voto, el que le otorga el poder a un gobernante de administrar los recursos del municipio. Aún después de ser elegido, los mecanismos de participación ciudadana, las veedurías y los medios de comunicación pueden ayudar, exigir y denunciar de existir el caso. La parsimonia y la indiferencia son aliados para que los gobernantes hagan de las suyas.
Mientras el pueblo quiera pan y circo, se seguirán trayendo shows, conciertos, y todo lo que distraiga de los verdaderos problemas. Si queremos vender bien una ciudad hay que pensar en arreglar la casa. De nada sirve tapar el sol con un dedo.
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy
Editor General