Hace cinco años, resulté de colado en una fiesta, que no he podido olvidar, y que hoy revelo, ya que el compromiso con la verdad está primero.
Tuvo lugar en una finca del sector de El Totumo, en frente del cementerio de esta zona rural de Ibagué. La propiedad, tenía por nombre Rancho Nevado. No sé si le habrán cambiado el rótulo de esa fecha para acá.
Para llegar a la hacienda, era necesario atravesar dos retenes, uno de la Policía y otro del Ejército. Una vez adentro, te acomodaban en mesas dispuestas en torno a una cuidada gramilla, donde se servía whisky de dieciocho años. Los diligentes meseros, atemorizaban un poco con las ametralladoras Uzi y MP – 5 que portaban, terciadas a sus cuerpos.
Un conjunto de música norteña, traído especialmente desde México, amenizaba el convite, que se realizaba para agasajar el cumpleaños de un abogado, de su hermano caballista y docente universitario; o de ambos, ya no lo recuerdo.
Cuando servían la tierna mamona como plato principal, divisé una mesa cercana y pensé que se estaba realizando la sala plena de un tribunal de Ibagué, pues todos sus magistrados, disfrutaban del licor, la cena y la música. Más allá, se encontraba el alcalde de Ibagué, varios senadores locales y de otras regiones del país, concejales y dirigentes políticos. Todos ellos, eran acompañados por lindas jóvenes o scorts, que estaban disponibles para la concurrencia.
De pronto, escuché que alguien dijo “llegó el director de Estupefacientes”, y cuando volteó a mirar veo a un tipo de gafas oscuras, que descendía junto con una esbelta joven, de un automóvil BMW descapotable de dos plazas, como los que se ven en las películas de James Bond. Otra persona dijo “ese carro le costó a Carlos Albornoz 150 millones de pesos, o como que se lo regalaron”. Ese exfuncionario público, hoy está preso y destituido, por la piñata de recursos en que convirtió la oficina que debía administrar los bienes que le quita el Estado a la mafia en Colombia.
Otra persona dijo “ahí traen a Jaime Dussán”, senador en ejercicio, para ese momento por el Polo Democrático. Lo cargaban tres personas, y el espectáculo que ofrecía el congresista era deplorable: intoxicado de licor y quizá otras sustancias, apenas si balbuceaba palabras incoherentes. Dussán, había salido de una de las habitaciones de la finca, y allí regresó, acompañado de dos de las gráciles jóvenes que revoloteaban por allí, a las que les echó el brazo por encima. Hoy, Jaime Dussán, mencionado en el ‘carrusel de contratos’ de Bogotá, aspira al Parlamento Andino, como ‘digno’ representante del pueblo colombiano.
Bien entrada la noche, como en la canción “sonaron cuatro balazos”, y aunque pensé que los tiros eran reales, los producía la amplificación de la orquesta. Al ritmo de “caballo de patas blancas, con herraduras de acero”, de Tony Aguilar, empezó a desfilar en una plataforma de madera, un caballo de galope. Un desconocido animador, micrófono en mano, comenzó a narrar que Rey Sexto de la Trocha, era el caballo más caro que había en el Tolima. No recuerdo la exorbitante cifra que mencionó, pero sí el nombre del dueño del animal: Santos Alfonso Quintero. Lo informó a los presentes el animador del desfile del ejemplar.
Casi al filo de la medianoche, uno de los agasajados, tomó el micrófono para agradecer a los presentes y dijo que dentro de poco lo nombrarían como magistrado de la Corte Constitucional. No me atreví a ponerlo en duda, porque con el despliegue de amigos de las altas y bajas cortes, congresistas, era imposible que no le fueran a echar la mano a su generoso anfitrión.
Dos periodistas de Ibagué, uno que dirige un noticiero local, y el otro, Roger Jiménez, que trabaja como jefe de prensa del Ibal, pueden atestiguar todo cuanto he contado de los recuerdos de esa noche, ya que se encontraban entre los presentes. Sé, que tanto ellos como yo, quedaron sorprendidos por el despliegue de dinero, de recursos, comparable solo con los festines mafiosos; y por la cercanía del sector político y judicial con esa clase de personajes, que tanto en el pasado como ahora, siguen siendo socialmente aceptados, y a los que se les sigue recibiendo invitaciones, dinero y ayuda, con tal de triunfar en la política, porque al fin al cabo “el fin justifica los medios”.
Por: Alexander Correa C., contador público, codirector de A la luz Pública, autor.