Crónica de los días que pasa en presidio el exministro y exsenador tolimense, condenado por el asesinato de Galán.
Quien crea que a los setenta y un años, Alberto Santofimio, está derrotado o convertido en un anciano decrépito, debería ir a visitarlo en el pabellón ERE Sur de la cárcel La Picota en Bogotá.
Santofimio se levanta a las cuatro de la mañana, todos los días. Media hora después, se dirige al gimnasio del reclusorio a ejercitarse. Por lo general, hace una hora de caminadora. A las cinco y treinta de la mañana, el otrora gamonal y jefe político indiscutible del Tolima, desayuna algo ligero, pues debe cuidarse en su salud. A la misma hora, en las celdas de los parapolíticos y otros convictos de renombre, se cuela un inconfundible olor a pescado y a diversos aires del Pacífico: es el exsenador Juan Carlos Martínez Sinisterra, quien prepara su comida, con los productos más frescos que le traen sus leales cuando vienen de visita. La comunión de los presos con su alimento, es interrumpida por el conteo de varias veces en el día que realiza la guardia del Inpec, a fin de cerciorarse de que no haya habido fugas ni evasiones.
Tomado el desayuno, Alberto Santofimio se encierra en su celda a escribir, hasta medio día. Ha dicho que prepara una novela, pero no revela su temática. También trabaja en un recurso de revisión de la sentencia que le impuso la Corte Suprema de Justicia, por supuesta coautoría en el crimen de Galán.
Otros internos, como el exsenador Iván Moreno Rojas, el expersonero de Bogotá Francisco Rojas Birry, y el exdirector del DAS Jorge Noguera, emplean la mañana en ver televisión, revisar el Internet (monitoreado por la guardia carcelaria), y en otras actividades menos relevantes.
A las doce del día, sirven el almuerzo. La mayoría de penados e indiciados no paladea del menú carcelario, sino que lo encargan del exterior del penal, pues cuentan con recursos para ello. Santofimio, nuevamente se alimenta con comida especial, porque aunque no es diabético, hipertenso o cardíaco, quiere mantenerse en forma. A muchos les sorprende que a los 71 años el exministro liberal no padezca de ninguna de estas dolencias. Otros que conocen su ascendiente y genealogía, recuerdan que la madre del político tolimense, doña Clarita Botero, vivió hasta casi alcanzar los cien años de edad.
En la tarde, Santofimio es conducido a la zona verde cercana a su pabellón, donde ha pedido que lo dejen cuidar de las rosas y plantas ornamentales de un jardín. Otro recluso tristemente célebre, el coronel Hugo Aguilar, exgobernador de Santander condenado por para política, y quien habría dado de baja a Pablo Escobar, se emplea en cultivar en la granja del penal. Ambos, están adscritos al Programa Ambiental de Internos (P.A.I.), con el que sobrellevan las horas muertas del encierro y de paso, descuentan días en las condenas que les impusieron los jueces.
Antes de que caiga el sol, otros internos del ERE Sur, juegan al fútbol. Es común ver a Noguera y a Martínez Sinisterra, sudar por varios minutos persiguiendo un balón. El exsenador Luis Humberto Gómez Gallo, cuando estuvo detenido allí, también jugaba con sus compañeros de infortunio. Algunas fuentes consultadas para este artículo, refieren que la fama de Juan Carlos Martínez Sinisterra, de díscolo y protagonista de escándalos y fiestas, incluso cuando ha estado detenido, quedó en el pasado, y que ahora soporta con tranquilidad los días de ‘cana’ obligatoria.
Para los presos más famosos del país, es común que la guardia del Inpec visite varias veces en el día sus celdas, en busca de elementos prohibidos. En las cárceles, los internos no pueden poseer teléfonos móviles, dinero, ni bebidas alcohólicas. Y si tuviesen acceso a un celular, de nada les valdría, ya que el Inpec instaló bloqueadores de señal que impiden la comunicación en esta zona del sur de Bogotá. Algunos como Santofimio, se comunican con el exterior a través de chats y medios virtuales, como Skype, donde tratan de ponerse al día en el mundo que corre sin que ellos puedan influir en su marcha, como lo hicieron en otras épocas. Con ese mismo fin, interrogarán a las visitas y familiares que aparecen los fines de semana.
A las cinco de la tarde, la guardia realiza el último conteo del día, y tiempo después se sirve la comida. Los reclusos, a veces arman tertulias entre ellos, pero su preferida, es la que preside en ocasiones Alberto Santofimio, que versará sobre temas de la política o el acontecer nacional. Ninguno se atreve a gastarle bromas pesadas, pues recuerdan lo que ocurrió cuando Pablo Ardila, exgobernador de Cundinamarca, comentó acerca de unas moscas que revoloteaban en su celda: “Alberto, ahora no me vas a decir Pablo mátalas, mátalas”. Esa misma frase, pronunciada por el sicario alias ‘Popeye’, hundió a Santofimio en el juicio que se le instruyó por el asesinato de Galán, y la habría dicho el político al narcotraficante Pablo Escobar, para que este diera la orden de acabar con el jefe del Nuevo Liberalismo. Santofimio le quitó el saludo a Ardila, por casi un mes, hasta que se reconciliaron.
Muchos podrán odiar o alabar a Santofimio. En Ibagué, políticos y ahora encumbrados funcionarios, o abogados, olvidan que estudiaron gracias a becas otorgadas por el dirigente; o que obtuvieron abultadas pensiones porque los puso en carrera, gracias a una recomendación, un guiño, o una simple orden, ya que su poder en ese Tolima bucólico e inocente, de hace treinta o cuarenta años, era innegable. Ahora se refieren a Santofimio en los peores términos, y para ellos ya no es “el mejor orador del Tolima”, “el genio sin igual”, sino “el “bandido, “el asesino”, “el pícaro hijueputa ese”. Cómo cambia la opinión de la gente, que te encumbra y te alaba, y luego te condena sin fórmula de juicio, al vaivén de las circunstancias.
Álvaro Cuartas Coymat, Simón de la Pava, Edgar Antonio Valderrama, y otros ‘intelectuales’ de esta comarca, extrañan a Santofimio, pues las reuniones que regentaba como presidente de la Academia de Historia del Tolima, no son las mismas sin “Alberto”, como acostumbraban decir cuando Santofimio estaba libre y se regodeaban de una supuesta cercanía o confianza que no tenían. Cuando el exministro fue condenado, los ‘académicos’, se apresuraron en borrar de sus actas, fotos, y libelos, que siguen ‘editando’ a costa del erario, cualquier rastro que los vinculara con el jefe liberal. Otros no olvidan y están en pie para recordarles que aunque se vistan de falsos faros de la moral y de la ética, seguirán siendo los mismos provincianos que en Ibagué no han salido del villorio. Los mismos obtusos que ha parido, y seguirá pariendo, esta a veces ingrata tierra del Tolima.