Primero de octubre Día Internacional de la Música.
Los 7.442 millones de habitantes que tiene la tierra utilizan más de 7.000 idiomas y dialectos para entenderse pero solo uno, tan solo uno, tan sencillo y a la vez tan excelso, nos une a todos, haciendo posible esa mágica comunicación, ella es la lengua de los dioses, la música, símbolo de igualdad y de identidad.
Por esa sublime característica el día primero de octubre fue declarado por la Unesco como el Día Internacional de la Música, con el claro propósito de unir a todos los pueblos del mundo en ese idioma universal y sus múltiples manifestaciones.
En esta fecha rendimos homenaje a esos seres privilegiados que con ese don celestial se convierten en dioses que responden a nuestros sentidos y sentimientos tocando las fibras del corazón, porque la música está inmersa en todas las acciones del ser humano.
Este sencillo reconocimiento a esos seres especiales, a los compositores que la vida les ha sonreído con holgura o timidez y a los que se les ha negado el justo reconocimiento, a aquellos que pese a tener grandes obras mueren casi en la indigencia, pero así con sus necesidades básicas insatisfechas nos están dando siempre una lección porque su lenguaje es el del amor.
La tarea del intérprete tampoco es nada sencilla, ya sea en el más exclusivo escenario o desde un incómodo anden declarando el amor de otro o simplemente acompañando y complaciendo a un grupo de amigos, eso no es para cualquiera, eso solo lo saben hacer ellos, esos seres excepcionales dotados de ese don especial de llevar el adecuado mensaje al corazón.
Y cómo no rendir tributo a quienes con sus mensajes musicales me han acompañado en mis horas de gozo o de tristeza. Desde hace años, dos bellos recuerdos, dos bellas melodías me acompañan y me estremecen. Una de ellas es la versión tropical de «tristeza marina», canción que acompañó a mi padre desde su juventud hasta cuando llegó la muerte se sentó a su lado y fundidos en un solo espíritu sucumbieron ante el profundo dolor de Leo Marini y los acordes nostálgicos de la Sonora Matancera.
La otra melodía es la representación de la belleza, de la vida, de la alegría, de la perfecta armonía del universo en el del cuerpo de la mujer representada en una bella joven, cuando en una calurosa tarde ibaguereña seducida por los aires caribeños nos deleitó con el más perfecto baile al ritmo de la «pollera colorá». Pero el recuerdo de la joven, no es la expresión del morbo, ni del deseo, no, fue su valentía al lanzarse sola a la pista ante la negativa de su acompañante, fue su ritmo, esa cadencia, la coquetería y la elegancia que exige semejante pieza musical del maestro Juan Bautista Madero Castro que la hizo instrumental y luego Wilson Choperena la complementó con la letra. Sí, ese un hermoso momento que nos brindó esa jovencita de tez blanca danzando como “la negra soledad, la que baila mi cumbia”. Su nombre nunca lo supe, pero estoy seguro que no era Soledad, ni tampoco Margot “la de la boina azul y en su pecho colgaba una cruz”.
Pero hay muchos más temas que me han marcado, como ese bello homenaje que a la música le hace el maestro Rafael Godoy en “Soy Colombiano” porque “lo demás será bonito pero el corazón no salta, como cuando a mí me cantan una canción colombiana” o la exaltación de la tierra tolimense en “Canta un Pijao” del cantautor Jorge Humberto Jiménez que desborda nuestro tolimensismo con ese fragmento magistral de “aquí en espigas arroz dorado y allá en la sima café morado y aquí mi gente y aquí mi canto y aquí el Tolima de píe marchando” y obviamente no se podía quedar por fuera Carlos Ariel Pinzón cuando en “muy libanense” nos impulsa a declarar “Por Dios que soy libanense, de ancestro antioqueño, tolimense soy”. O quien no se ha solidarizado con la indignación del “campesino embejucado” de Oscar Humberto Gómez en la versión de Jorge Veloza por “tanta juepuerca preguntadera”. Finalmente, mamerto o no, quién en su juventud no cantó el tema de Carlos Puebla “Hasta siempre”. ¿Cuál?, ese que dice “aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante Che Guevara”.
A todos esos dioses, nuestra perenne gratitud por ponerle música y letra a la vida.
Por: Miguel Salavarrieta Marín, Comunicador Social – Periodista independiente.