En una democracia se hace fundamental los contrapesos que permiten mitigar los desafueros de algunos gobernantes. La Constitución del 91 avaló el viraje de lo representativo a lo participativo y aparecieron por tanto, todos los mecanismos de participación ciudadana vitales para escuchar la voz de los que no ostentan el poder.
Lo que carece de sensatez, es hacer oposición al que no ha empezado a gobernar y menos responsabilizar de las consecuencias del gobierno vigente al que no ha entrado. No solo es injusto sino absurdo. Aquí todavía hay badulaques que defendieron a Duque dos años culpando a Santos de sus pocos resultados y ahora le echan el agua sucia a Petro de la debacle en el tramo final de su mandato.
¿Acaso fue Petro quien firmó los contratos con los que se robaron los dineros de la Unidad Nacional de la Gestión del Riesgo de Desastres y de ñapa embolataron los recursos de la paz? La economía del país está hecha trizas y la culpa es del presidente electo de la subida del dólar ¿Eso es serio? No me sorprende que los enemigos del gobierno entrante emanen odio al ver afectados sus intereses particulares, pero que haya gente buena que les cree todavía, si da mucha grima.
Sé que para algunos incautos que se tragaron el cuento del Castro-Chavismo, Gustavo Petro es el mismo Belcebú, pero, curiosamente para los verdaderos de izquierda recalcitrante es lo más parecido al Juan Manuel Santos de Álvaro Uribe. Lo ven como un metalero vería a su amigo de conciertos de Slayer, si lo encontrara cantando vallenatos en el festival de Valledupar.
Tuve la oportunidad de entrevistarme con un líder del Partido Comunista (omito su nombre por temas de seguridad) quien me aseguraba que apoyan a Gustavo Petro con muchos reparos. De hecho, hizo un símil en el cual argumentaba que era como cuando el yerno pide la mano de la hija y el padre le contesta: “tiene mi permiso, pero si le pega se las ve conmigo, si le habla feo me va a conocer y si falla a su compromisos también”. Resumió: “estamos listos a ver cómo se comporta y de acuerdo a ello también reaccionaremos”.
Es claro que el pensamiento de la izquierda extrema va encaminado al comunismo y a tomar el control del Estado a través de una revolución del proletariado. Los postulados asumen una dictadura en la cual se buscaría una igualdad no negociada y un ajuste de cuentas con aquellos que han saqueado las arcas de la nación. Aquí sí se habla de expropiaciones, de acabar la propiedad privada y del fin del capitalismo. Como ven está a años luz de la filosofía de Petro.
Mis queridos amigos, Petro subió porque negoció con la clase política tradicional. Jamás habría llegado de no ser así. Algunos dirán pero los votos de él son de los nadies y es verdad; su triunfo electoral se debe a que la periferia (los más pobres) le cumplieron. No obstante, también es otra verdad irrefutable que hubo gente de poder que cuidó esos votos para que no se los robaran en el escritorio. Es por eso que en su gobierno habrá: santismo, llerismo y hasta samperismo.
No se rasguen las vestiduras que eso no es malo. Sigo creyendo en que la principal misión de Gustavo Petro que es disminuir los índices de pobreza en Colombia, bajar los índices de corrupción, apostarle a la calidad en la salud y a mejorar la educación se pueden cumplir. Una cosa es que le toque negociar y otra diferente es que les entregue el poder. Petro no es títere de nadie.
Si Petro no negociara y buscará gobernar por decreto y por medio de plebiscitos o referéndum, entonces saltaría más de uno a decir que es un dictador. Si acerca como todos al Congreso, converge, dialoga con todas las partes entonces es un político tradicional que traicionó sus ideales y a su pueblo. La tarea dura es tener contentos a todos.
Bienvenida la oposición con altura, esa que se basa en resultados, en hechos y para ello habrá que esperar por lo menos seis meses de gobierno. Por ahora, si quieren ver un culpable de la situación actual del país nos toca ser sensatos y responsabilizar al que estuvo cuatro años paseando por el mundo y quien se encontró la presidencia como cuando alguien jamás juega el Baloto y un día cualquiera lo compra y se lo gana. Él ganó y Colombia perdió.
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy
Editor General.