De entre los cerros oscuros
de una democracia corrompida,
vemos bajar a la susodicha plaga
que, en otrora, mucha gala exhibía.
Armados hasta los dientes
de embustes y tecnología,
los Paracoperiodistas,
atacan, sin que nadie se los impida.
No les importa a los engendros
del micrófono y las cámaras sombrías,
arrasar con el anciano o el niño,
con tal de no tener sus cuentas vacías.
No les conmueve descuartizar a quien sea
que su patrón les demande en tiempo y hora,
mientras se vanaglorian, descaradamente,
de ser los amos y señores de la verdad inminente.
Son tan santos, salvadores y mesiánicos.
Son tan perfectos, correctos y sinceros,
que no es posible poner en duda
su labor aguerrida y valiente.
Aunque de sus almas corruptas y podridas
emane la más fétida de las pestilencias,
jamás antes conocidas.
¡Oh gloriosos Paracoperiodistas!
Hijos de la motosierra paraca;
padres de la desinformación convenida,
carentes de la ética impartida.
¡Oh gloriosos Paracoperiodistas!
Cómplices del narco y la masacre,
reyes del chanchullo y la barbarie.
No dejen de embrutecer a la gente,
para favorecer al terrateniente.
¡Oh gloriosos Paracoperiodistas!
Ejemplos a seguir de los universitarios
que anhelan prostituir sus vidas.
Que sus voces no se apaguen nunca,
ya que es la voz del mismo Dios.
Y aunque de sus gargantas sólo salga
la bazofia que día a día nos dan,
los encomendamos a los dioses
para que reciban su merecido,
porque, cada cosa que ocurre:
¡Es un Hecho Sam!
Por: Luis Carlos Rojas García Kaell de Cerpa, escritor.