Fueron las palabras del Dios hebreo Yahvé a Adán y con las cuales el ser humano desde el punto de vista cristiano empezó a trabajar para poder comer (Génesis 3:19). Al parecer, en el plan divino original, no era así, ni estaba involucrado el sufrimiento para conseguir el sustento.
Cada primero de mayo gran parte del mundo conmemora el Día del Trabajo. Millones de personas realizan movilizaciones que sirven para recordar los logros obtenidos gracias a las luchas por mejorar las condiciones de los trabajadores en todo el orbe.
Precisamente, en el año 1886 en esta fecha se celebraba el IV Congreso de la Federación Americana del Trabajo en Chicago, Estados Unidos. Allí se abrió el camino para establecer la jornada laboral de ocho horas en una manifestación que tuvo protestas multitudinarias.
Es de recordar, que todavía después de la Revolución Industrial, los obreros tenían 12 horas laborales diarias, hasta seis y siete días a la semana. Las protestas que duraron cuatro días tuvieron como consecuencia la muerte de muchos manifestantes que fueron luego bautizados como los: “Mártires de Chicago”.
La historia de la humanidad está plagada de una lucha de clases en la que los más fuertes han explotado a los más débiles. En los procesos históricos la esclavitud siempre estuvo presente desde tiempos inmemoriales. Hasta hace apenas algunas décadas se dio un giro de justicia. Muy lejos todavía para pagar la deuda histórica.
Lamentablemente, nada de esto se ha ganado mediante diálogos, o gracias a la compresión de los que están arriba de la pirámide. El que lee la historia sabe que con lágrimas y sangre se avanza hacia la justicia. Muchos odian a los que protestan. Curiosamente, se han beneficiado de la sangre derramada por ellos.
La esclavitud sigue mimetizada con distintas formas. El sistema nos vende la necesidad de tener vidas ideales. Camino hacia esa utopía y de manera voluntaria, miles inmolan su tiempo (su vida). Son pocos los que llegan a ser verdaderamente ricos de manera honesta y trabajando como obreros.
Eso sí, son muchos los obreros calificados que creen que porque tienen un salario digno pertenecen a la aristocracia. Son como aquellos perros que defienden a su amo, aun sabiendo que jamás entrarán a la casa y tendrán que esperar afuera a que les tiren el hueso. Son felices siendo sabuesos y jamás saborearán el valor de la libertad.
Mientras tanto, el mundo gira y pasan los siglos y la filosofía de un libro (mitológico para algunos) escrito por bárbaros hace milenios, está vigente. Sigue costando para la inmensa mayoría, mucho sudor, mucho esfuerzo y tiempo de vida (ese que no se devuelve) el ganarse el pan para subsistir. Feliz Día del Trabajo.
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy
Editor General