El Niágara en bicicleta

Alexander Correa
Alexander Correa

A propósito de la crisis del Federico Lleras.

Hace algunos años, de paseo por la Costa norte del país, mi tía Anita tuvo un accidente y hubo que llevarla a un hospital de la ciudad de Santa Marta.

El cuadro que ofrecía el centro médico rebasaba todo límite de la imaginación: la sala de urgencias estaba inundada por el detritus de las cañerías, no había agua en los baños, y tuve que salir a comprar el hilo de sutura con el que remendaron la lastimada cabeza de mi familiar, pues no se encontraba en existencia en la clínica. Además, hube de llegar a saltos a la droguería, por las principales calles, para no ensuciarme con las alcantarillas rebosadas que los lugareños parecían disfrutar con pasividad desde sus andenes.

Traigo a colación este recuerdo, porque quizá, ahora, nuestros hospitales, y principalmente el Federico Lleras Acosta, podrían llegar a ofrecer el mismo espectáculo rapaz y miserable.

En los últimos días, hubo verdadero temor por el servicio prestado en la entidad. En medio de amagos de paro, porque no cancelaban los salarios atrasados, se anunció el cierre de la sala de cuidados intensivos neonatales, y de otros servicios prioritarios, el despido de trabajadores, y hasta el gobernador Delgado, cpntra viento y marea se empeña en mantener al gerente Jsé Raúl Reyes, quien dicho sea de paso, llegó al cargo en medio de un cuestionado concurso realizado por la Universidad de Antioquia.

¿De quién es la culpa? Algunos hablan de la politiquería de siempre, y que los exsenadores liberales Guillermo Santos y Mauricio Jaramillo, colocaron a una de sus cuotas en la gerencia, para tomar el hospital como caja menor o chequera personal.

No me atrevo a señalar culpables, pero sí recuerdo las nefastas administraciones de dos ‘inmejorables’ gerentes que tuvo el Federico: Alfonso Ricaurte e Iván David Hernández. El primero, investigado y sancionado por los entes de control; y el segundo, indemne ante las denuncias, pero quizá con los bolsillos repletos de dinero birlado. No en vano, una auditoría estimó un faltante de 45 mil millones de pesos en los últimos meses de reinado de Hernández en el Federico. Hoy se comenta a sotto voce, que el conductor y cercano confidente del exfuncionario, otrora un pobre vaciado, es titular de inmensos bienes de fortuna, y que no se le compra con cuatro pesos.

A tal grado llegó la desidia de las administraciones recientes, que unas pipetas de gas tiradas al descampado y cerca a la morgue, originaron la explosión que en 2010 mató a ocho trabajadores del hospital. Las demandas que empiezan a fallar con justicia los tribunales, han terminado por desangrar aún más las maltrechas finanzas del Federico.

También, hay que decirlo, durante el mandato de Guillermo Alfonso Jaramillo como gobernador (2001- 2003), el hospital salió de la ley de reestructuración de pasivos y estrenó modernas instalaciones con equipos de última generación. En la gerencia estuvo el médico Gilberto Barragán. No conozco de nada a ambos, ni soy partidario político del exsecretario de Gobierno de Bogotá, por si alguien quiere hilar delgado o atribuirme simpatías en algún sector político, que no las tengo.

De Barragán se afirma que aunque salió hace varios años, sigue facturando con el hospital con el alquiler de equipos médicos. El exfuncionario, pasa sus días con holgura en una cómoda vivienda del sector de Palma del Vergel, en Ibagué.

El Federico Lleras no puede decaer, ni llegar a perder su título como “el primer centro asistencial del Tolima”. Ni mucho menos dejar de prestar atención a miles de pacientes de Ibagué, y buena parte de los municipios tolimenses.  Si lo hace, en un futuro cercano, estaremos tarareando con conocimiento de causa la canción de Juan Luis Guerra:

No me diga que los médicos se fueron

no me diga que no tienen anestesia

no me diga que el alcohol se lo bebieron

y que el hilo de coser, fue bordado en un mantel… 

 

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