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Imagen: suministrada.

El periodista y el alcalde: la tautología

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Sin duda el espectáculo del pasado tres de diciembre, al observar con una diferencia de menos de 200 metros, a quien le obedece más la masa sumisa en pletórica felicidad ante el enterrar simulado o el condecorar inusitado, sea la cortina de humo de lo que se nos viene previo a las elecciones de 2019.

Porque en el fondo es eso: obedecer al llamado.

La masa obediente quizá sea el santo grial con lo que todo político sueña o ha soñado, y en eso no escatima ningún medio, dado que lo que importa es el fin: el dinero del Estado, público, el que nada ha costado.

Y las élites de Ibagué y el Tolima (gremiales, castrenses, ganaderas, latifundistas, corporativas, las de dudoso cuño y quizá también las que le hacen el mandado de futura  expropiación a la corona británica, a la plutocracia china o a la igualmente corona del Reino de los Países Bajos) que se anidan como los colorados en los pastizales, están detrás de los llamados de obediencia del periodista y del alcalde.

Que el periodista está en su derecho de usar todas las formas de lucha con la masa obediente para llegar a gobernar a la Ibagué (la por lo de Villa), está en la Constitución y en lo que se  nos ha enseñado como democracia desde los remotos tiempos del general Casabianca y sus alcaldías a principios del XX.

Concomitantemente el Alcalde está obligado por la ley a mostrar resultados de su gobierno, incluso para perpetuarse en el inconsciente de la masa obediente.

Sin embargo, las élites que estuvieron detrás del entierro simulado y de la condecoración inusitada, como en los predadores del reino animal, se lamian los bigotes y se frotaban sus extremidades ante el espectáculo del uno y del otro.

La razón: ninguno de los dos representan un peligro para sus heredados privilegios ni para el inveterado secuestro de lo público, que desde el General Casabianca, pasando por la muerte de Gaitán, por el nacimiento del Rojo Atá hasta su versión moderna en la Refundación de la Patria, se han arropado para sí y para sus familias liberales y conservadoras.

Como antaño, las élites locales saben bien que la masa domeñada ibaguereña y tolimense (a veces con nepotismo, a veces con “corbata colombiana”) rinde sus frutos para lo que pudiera denominarse como la bucólica plutocracia de villorrio que ahora va tras de los páramos, sus aguas, el subsuelo y el material genético (vegetal y animal) a nombre propio o a nombre de mandaderos del corporativismo mundial.

Para ello hace poco dieron, también como antaño, en financiar otros espectáculos con los que lograron poner en el Senado y en la Cámara a la señora Matiz y a los señores Ferro, Barreto, Gaitán, Hernández, Yepes y Medina.

Es decir los jefes de jefes con los que la élite local apuesta, como antaño, perpetuar sus privilegios heredados llevando a la alcaldía, por ejemplo, al empleado de los 500 mil jefes o al sucesor de los contados logros sociales alcanzados por su enfant gâté.

De hecho dentro de su vieja alforja guardan para otros espectáculos, algunos denarios: el partido político llamado CCI, el partido de la Justicia o el nuevo partido de los “expertos” naranja, resultado de años de coptación a la academia universitaria local, como les funciono con el matemático nefasto que les permitió poner luego rector de su universidad Inc., en nuestra universidad pública que, como en antaño, a toda costa pretenden acabar.

Dice la academia española de la lengua castellana, Tautología: 1. Acumulación reiterativa de un significado como en persona humana, o 2. Repetición inútil y viciosa.

La creciente desconfianza por las élites (políticas, periodísticas, económicas) a nivel mundial, puede llevar al populismo y a partir de éste a descreer en la democracia, instalando presidentes como Trump o como Bolsonaro.

La bucólica élite local, desde los 80 nos juega a su acomodo, entre confianza y desconfianza, porque como en el adagio popular, nos repite, de elección en elección: con cara gano yo y con sello pierde usted.

De los ibaguereños y del poder de las redes sociales depende y estará lograr en 2019 plantarle cara (to stand up to) de una buena vez a la centenaria élite local, a sus espectáculos financiados, a sus jefes de jefes puestos en el Congreso y a sus partidos con los que atiborra su alforja de exclusión y plutocracia.

Por: Luis Orlando Ávila Hernández, ingeniero agrónomo, propietario de la ex Tienda Cultural La Guacharaca.

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