En el escenario político del Tolima, dos figuras encarnan el eterno conflicto entre la experiencia y la ambición. El Viejo, curtido en batallas políticas, ha construido su liderazgo con el tiempo, aprendiendo de aciertos y errores. Su legado es innegable: ha sabido mover los hilos del poder, tejiendo con paciencia un entramado que, aunque algunos cuestionen, ha sostenido el rumbo del departamento. Su liderazgo, guste o no, es producto de la estrategia, la inteligencia y la capacidad de adaptación.
Por su parte, el Nuevo, antaño discípulo del Viejo, ha decidido trazar su propio camino. Con energías renovadas, promete cambios y renovación. No obstante, su inexperiencia lo ha llevado a tropezar, y en su afán por destacar, ha recurrido a prácticas que cuestionan su integridad.
El Viejo, con décadas de experiencia, ha tejido su legado a través de obras y proyectos que han dejado una huella tangible en la región. Su sabiduría, fruto de años en el servicio público, le ha permitido navegar las complejidades del poder con destreza.
El Nuevo, por su parte, llegó con la promesa de cambio, con la bandera de la renovación ondeando al viento. Su discurso es fresco, su energía contagiosa. Pero en su afán por conquistar el poder, ha caído en las mismas prácticas que critica. Ha adoptado los vicios que juró erradicar y, en su intento por derrotar al Viejo, ha demostrado que lo que más le interesa es ser como él.
El Viejo ha tejido su influencia con paciencia, moviendo fichas en el tablero político con la destreza de quien ha jugado muchas veces. Sabe cuándo hablar y cuándo callar, cuándo dar la mano y cuándo soltarla. Su legado está escrito en obras y estrategias que, aunque discutibles, han cimentado su dominio. Como todo jugador veterano, ha sabido aprovechar las reglas a su favor, y en más de una ocasión ha ganado la partida.
El Nuevo, en cambio, llegó con el ímpetu de la renovación, con la promesa de barrer con el pasado y traer un aire fresco a la política. Pero pronto quedó claro que detrás del discurso de cambio había más ego que propósito, más espectáculo que visión. En su afán de desbancar al Viejo, ha demostrado que su mayor interés no es la transformación, sino la consolidación de su propia imagen. Su política no se basa en construir, sino en destruir lo que vino antes, aun cuando eso signifique dividir y confundir a la ciudadanía.
El Viejo, con todos sus matices, entiende que el poder no se mantiene solo con discursos grandilocuentes, sino con estrategia y gobernabilidad. Sabe que la política requiere alianzas, paciencia y un conocimiento profundo de la realidad social. El Nuevo, cegado por su propio protagonismo, no construye puentes, sino trincheras. Se aferra a la confrontación como si el liderazgo fuera un duelo de egos y no una responsabilidad con el pueblo.
En esta lucha entre la sabiduría y la soberbia, entre la experiencia y el arrebato, el Tolima se convierte en espectador de una batalla que no le deja nada. Porque mientras el Viejo sigue liderando con la astucia que los años le han dado, el Nuevo se consume en su propio reflejo, sin darse cuenta de que una escoba nueva puede parecer brillante, pero si solo se usa para levantar polvo, jamás servirá para limpiar.
Por: Adriana Avilés Alvarado
Analista política.