“El doping en el fútbol es cosa seria. No puedo entender cómo hay jugadores que se dopan con anticonceptivos y otras cosas”, Fredy Rincón.
En mi niñez televisiva de los años ochenta, recuerdo esta entrevista que con sorna y petulancia, difundiera el periodista Carlos Antonio Vélez. Y aunque desde hace treinta años tronaron contra la poca instrucción de los futbolistas, seguimos tolerando los escándalos, bala, muertos y borracheras de los asprillas, tigres castillos, medinas, y demás, todo porque nos embriagan con los goles que realizan en su cuarto de hora.
Y los periodistas y el país, escasos de referentes educativos en este gremio, por mucho tiempo ponderaron al odontólogo que se había vuelto futbolista, cuando Edwin Congo pasó del Once Caldas al fútbol de España. Pero con “mucha agua que ha corrido debajo del puente”, hay que ver lo que dejó la transferencia de Congo: a un Once endeudado hasta la camisa por no haber pagado los impuestos del dinero que recibió por la venta; o a un Congo huyendo de la península, con un bar que montó, debiendo el alquiler y los servicios básicos.
Otro ejemplo que sin duda fue inspirador, y que duró muy poco: el de Lucas Jaramillo, maduro goleador de Santa Fe, hace algunos años. Lucas, confesó que siempre tuvo el sueño de ser futbolista, pero que su padre no se lo permitió hasta tanto no hubiese terminado su carrera de Economía. Luego de su breve paso por el rentado colombiano, Jaramillo participó en un reality, se casó con una modelo y actriz, y hasta ahí alcanza mi radar para seguirle la pista.
Ahora que Colombia ocupó un puesto deshonroso en las pruebas Pisa, que miden los estándares de educación en todo el mundo, deberíamos pensar qué vamos a hacer para replantear nuestro deficiente sistema de enseñanza. En esta campaña al Congreso, no he escuchado ni una sola propuesta de los candidatos regionales o nacionales, en ese sentido.
Tristemente, nuestros jóvenes están creciendo con referentes como que ser matón y narco, es el camino expedito a la reivindicación social, porque eso está mostrando la televisión. Sumado a ello, la penetración de las redes sociales, y el bombardeo de otro tipo de mensajes a través del internet, está haciendo crecer en ellos, un profundo síndrome de desatención. Pruebe a apagarle el televisor o el computador a un niño, y pretenda que le habla de algún tema de interés, y me dirá si esa pobre víctima le pone cuidado por al menos cinco minutos seguidos.
Y lo peor: cuando en verdad sale un talento o un científico que no quiere irse del país, o venderse cual prepago a las multinacionales, o emplearse en la burocracia, tratamos de destruirlos a cualquier costo. A Manuel Elkin Patarroyo, año tras año, le vienen recortando el presupuesto que asignan a sus investigaciones, y hasta le acaban de revocar el permiso para usar primates en sus experimentos. A Raúl Cuero, científico que trabaja, y patenta inventos en Estados Unidos, lo desprestigiaron con una serie de informes ‘objetivos’ y periodísticos, todo porque cometió algunas ligerezas y exageraciones consistentes en echarse demasiadas flores a sí mismo sobre su trabajo de décadas. En un reciente evento académico, animaron a Cuero a buscar el gen del canibalismo, que muta con frecuencia en algunos perversos colombianos.
Sobre ese particular, el de “los cerebros fugados”, Colciencias acaba de anunciar un ambicioso programa para repatriar a los colombianos, que con doctorado y otros estudios, trabajan fuera del país. Con un presupuesto de doce mil millones de pesos, cubrirán gastos de transporte, alojamiento, exenciones de impuestos, y ofrecerán a los investigadores trabajo, cátedras universitarias, y otros estímulos, para que puedan multiplicar su experiencia en Colombia, y así potenciar el desarrollo de otros científicos e investigadores como ellos.
Quizá seguimos en la ignorancia, porque nuestros cerebros inconscientemente se resisten al cambio. O porque la negación, también es la primera reacción casi involuntaria, a la aceptación de un problema. O porque sin saber nada, queremos abrumar a otros con nuestra supuesta sapiencia, que a veces queda en ridículo. Nos lo cuenta el cronista Alberto Salcedo Ramos de esta manera: dos habitantes de un pueblo de la costa atlántica están debatiendo sobre temas de diversa índole. Uno de ellos dice “es que la espada de Demóstenes, caerá sobre él”. El otro le corrige: “no es Demóstenes, es la espada de Damocles”. El ‘sabio’ replica: “eso es lo mismo porque en esa época todos andaban armados”.
Por: Alexander Correa C., contador público, periodista, autor.