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Imágenes de referencia.

Los Mujiks de la antigua Rusia, no desatinan con los menesterosos de Colombia

Esta semana por fin pude terminar de leer el reconocido libro: «Las almas muertas» del escritor ruso Nikolái Gógol, el cual fue publicado en 1842. Puede ser que el autor no llegue al nivel de fama de León Tolstói, pero sin lugar a dudas, esta obra es fundamental para los amantes de la buena literatura, la historia y la política.

El argumento nos traslada al Imperio ruso de antes de la emancipación de los siervos en 1861. En esta época los ricos tenían derecho a poseer esclavos para cultivar sus tierras. El cobro de impuestos a los terratenientes estaba basado en el número de almas que el propietario tenía en sus registros. Por lo tanto, los tributos dependían de los censos que se hacían. A mayor cantidad de siervos más elevados eran los impuestos.

Es ahí donde nace la historia del protagonista de este poema que es el señor Chíchikov, el cual encarna a un charlatán personaje, extraído de la pretenciosa baja nobleza. Este personaje (muy parecido al político avivato colombiano) arranca una idea de negocio para hacerse millonario aprovechando su falso prestigio, su retórica y demagogia.

El embuste era muy práctico. Aprovechándose de su encanto (posaba como un gran señor) viajaba por los pueblos de la época comprando siervos muertos que aún no habían sido registrados en los censos que hacía el gobierno. Para los dueños de estas «almas» aunque les parecía extraña la propuesta de compra, era un negocio o mejor una oportunidad, para desligarse de la pesada carga tributaria.

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Chichikov, ofrecía un pago irrisorio a cambio de tener a los muertos (vivos para la administración) en su nómina de siervos. Con esto obtenía «legalmente» por parte del gobierno, nuevas tierras en contraprestación al número de familias a su cuidado (un falso samaritano). De hecho, mostrándose como un gran latifundista conseguía grandes créditos bancarios por lo que ganaba fama de hombre distinguido poderoso y hasta filántropo.

Este nauseabundo y fraudulento negocio de «almas muertas» se convertía en un contubernio entre terratenientes despiadados y funcionarios corruptos. Se permitía y auspiciada aprovechándose de la miseria de los campesinos, incapaces hasta la fecha de luchar por sus derechos. Estos pobres esclavos, sin propiedades, sin libertades, eran llamados los mujiks (de ahí el título de la columna).

Si les puso a mis lectores esta historia los pelos de punta, los invito a reflexionar sobre lo que se vive en nuestra comarca. Estando nosotros al otro lado del charco y con una situación anacrónica con cerca de dos siglos de diferencia, vivimos situaciones muy similares en Colombia. En la formalidad (discutible en la realidad) constitucionalmente somos un Estado de derecho y gozamos de libertades. Obviamente, los grilletes de nuestra ignorancia supina han permitido que sigamos siendo siervos a merced de los miles de Chichikov, que tiene la política de la nación. La diferencia sólo radica en que acá no se espera a que se mueran las almas, aquí las matan.

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Hace poco leí como el congresista Óscar Villamizar del Centro Democrático, presuntamente se había hecho a un predio más grande que el parque Simón Bolívar de Bogotá, ubicado en una vereda de la zona rural del municipio de Girón, Santander. (El “curioso” lío de tierras que involucra al congresista Óscar Villamizar | EL ESPECTADOR). Es escalofriante leer cómo lograron despojar a los dueños de esa tierra a punta de engaños, amenazas y de estrategias macabras. Aunque siempre hay terceros involucrados en los casos, si se hilvana la situación desde el inicio no es difícil sacar conclusiones. Lo más lamentable, es que podría detenerme a enumerar historias de estos casos en Colombia y no alcanzan diez libros para contarlas.

Eso sí, invito a que escudriñe sobre la historia del paramilitarismo y cómo expropiaron de sus tierras a cientos de campesinos en Colombia (muchos de ellos asesinados en masacres). Interesante revisar la forma en cómo operó Agro Ingreso Seguro, en manos del exministro Arias y quiénes se beneficiaron de esos dineros.

En este país las cosas no terminan en temas de restitución de tierras.  Bueno sería reflexionar sobre cómo trabajan las Notarías ¿a quién y por qué las otorgan? ¿Cuánto dinero pueden recaudar en apenas un mes?

Averigüen cómo a través del POT (Planes de Ordenamiento Territorial) los políticos compran predios a precio de huevo, para luego incrementar en una fortuna su valor una vez se ajustan las modificaciones del suelo. Conozcan para qué sirven las fundaciones y por qué está tan de moda constituirlas para evadir impuestos y recaudar fondos. Sería bueno, que muchos colombianos le siguieran la pista a la forma como se han robado la salud (por medio de carteles) desde que se aprobó la Ley 100 y se crearon las mafias de las EPS. Es imposible pensar bajo esos parámetros que pueda existir paz cuando la ley es para los de ruana. 

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Quizás lo más doloroso de todo esto es ver a millones de Mujiks criollos, apoyar a sus verdugos cual, Síndrome de Estocolmo. Lo picaresco, el cinismo, la ambición y las prácticas corruptas que son descritas a través de los personajes de Gógol son apenas la punta del Iceberg, de lo que sucede en nuestro amado terruño. Pareciera que lo peor de las malas prácticas políticas descritas por Hobbes en su Leviatán, Rousseau en El Contrato social, Kant en La paz perpetua y hasta Maquiavelo en El príncipe; son pendejadas al lado de los procederes nuestros.

Chichikov, Shylock (usurero judío del Mercader de Venecia), Tartufo el Impostor (Moliere) comen chitos al lado del recurso humano colombiano. Para muestra, un botón, la semana pasada se celebró la captura de Otoniel, máximo jefe del Clan del Golfo. Definitivamente, en nuestro país contamos con grandes ejemplares de bandidos y ¡ojo! más cerca de lo que creemos.

Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy

Comunicador social

Esp. en Educación, cultura y política
Docente.

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