Tendida en la camilla, en una manifestación de amor, me tomó del brazo mientras la enfermera introducía la jeringa en busca de su arteria braquial para extraer unas gotas de sangre, un procedimiento difícil y tortuoso, pero que ella, ni un solo segundo, a través de su contacto físico me dejo percibir, sino que un leve e irregular movimiento de piernas la delató, entonces se me partió el alma, sabía que sufría, pero su fortaleza de madre le impedía quebrantarse ante el hijo de sus entrañas.
Fueron dos fallidos y largos intentos hasta que en el tercero se obtuvo el precioso líquido. Le sobe la cabeza y me ubiqué en un rincón de la congestionada sala de urgencias donde sin perderla de vista no hiciera estorbo. Ella mostraba una serenidad imperturbable como si no pasara nada, como si estuviera en casa y no en ese caótico lugar donde se libran batallas contra la muerte. Ellas, las madres, sufren inmensamente pero con el dolor de sus hijos, sus padecimientos los minimizan, los ocultan y los dejan para su soledad.
Seguí mirándola y recordando todos esos años a mi lado, o mejor a su lado, siempre allí, más en los dolorosos que en los gozosos, pensando en todo el cariño, en los sacrificios y esfuerzos dedicados a unos hijos que jamás, jamás igualaremos esa infinita fuente de amor. Doña Inés es el prototipo de una buena madre, de esas que nacen para servir, amar y proteger su descendencia. De esas madres que no les importa a quien se tenga que llevar por delante en su natural propósito. De esas madres que así sus hijos sean unos viejos saben que siempre requieren de su protección, amor y cariño, pues su lazo umbilical es eterno.
Doña Inés es hija de campesinos de Líbano, un pueblo de la cordillera colombiana, maestra por obligación y luego por vocación. Luchadora social, rebelde, de iniciativas, de armas tomar, con cierto liderazgo sindical y político alejado del sectarismo de ayer y de hoy, cumplidora de su palabra. Amiga solidaria de su esposo, de sus amigas, de sus colegas y sus alumnos.
Y en este mes de mayo, en este sencillo homenaje a mamá, a todas las madres de quienes se asoman a este portal, a Soraya, mi esposa y madre de mi única hija, les comparto estos sensibles interrogantes de don José Alfonso Arregui, director de Comunicación de “Torreciudad” en el bello elogio de la madre: “Su vida siempre nos deja un sabor… como de misterio… ¿De dónde saca fortaleza para sonreír a los que llegan? ¿Cómo adivina que nos ha ocurrido algo? ¿Por qué prefiere al hijo más débil? ¿De qué modo consigue que sean protagonistas los otros? ¿Cuándo descansa, cuándo disfruta, cuándo sueña… cuándo vive…? Y observándola de cerca, el misterio se resuelve: descansa al ver descansar, disfruta cuando otros disfrutan, sueña con los sueños ajenos…. y vive y revive, exulta y reina, cuando son su marido y sus hijos a los que ve felices…, y por eso es para todos el corazón del hogar”. “Mayo nos trae las flores, y un Perfume Virginal que en los corazones nobles impregna sin hacerse notar. Haz la prueba en este tiempo, y mira sin prisa ese rostro que sabe de amor y de pena, de firmeza y debilidad. Y agárrate fuerte a su mano, que ese asidero materno jamás abandona en la lucha, en la tregua y en la paz”, son las palabras finales en ese sentido elogio de la madre.
Y como doña Inés encontramos miles y miles de mujeres que se dejaron llevar por su instinto natural y asumieron el más sensible, el más responsable y difícil papel del ser humano sobre la tierra: Ser mamá. Nadie como ellas. Gracias a la vida por su mamá, por mi mamá.
Por: Miguel Salavarrieta Marín, Comunicador Social, Periodista.