Si se hiciera una lista de los problemas más serios de Colombia, la gran mayoría coincidiría en que son: la corrupción, la desigualdad social, la inseguridad, la deficiente educación, entre otros. Sin embargo, si miramos el fondo y no la forma, olvidamos el principal que es la pandemia y no precisamente la del coronavirus. Hago referencia a un mal enquistado, que es difícil encontrarle su origen, pero, de seguro mezcla la llamada ‘malicia indígena’ junto a los genes de lo más crápula de la sociedad española que nos colonizó.
Quizás podemos culpar a fenómenos más recientes como el del narcotráfico de los años 80, en donde se sembró la semilla del ‘dinero rápido’. (fácil no creo que sea la vida del mafioso). El daño de este flagelo, además de dejar un río de sangre en todo el territorio, fue inocular una serie de pensamientos en millones de colombianos sobre la relevancia del dinero y los medios para conseguirlo. Es común que el paisano promedio, mida su éxito en la vida, de acuerdo a su crecimiento económico que debe ser acorde con: propiedades, placeres y lujos.
Quiero hacer claridad en que el problema no es querer mejorar el nivel de vida, en eso todos tenemos el derecho. La patología aparece cuando sale a flote el ADN congénito de avivatos que tienen los colombianos y que lamentablemente se remasterizó gracias a la cultura ‘traqueta’ haciendo una apología a la frase de: “el fin justifica los medios” atribuida al escritor italiano del Renacimiento; Nicolás Maquiavelo.
Los colombianos han sido fieles testigos de cómo se han hecho ricos por medio del erario, decenas de políticos y sus cómplices. Estamos hastiados de leer, ver y escuchar, noticias de escándalos de corrupción en: Odebrecht, Reficar, Interbolsa, Universidad Distrital, Saludcoop, Hidroituango; y decenas de casos más. Se nos volvió costumbre escuchar los nexos de quienes nos gobiernan y sus familiares con los carteles de la droga. No nos ruboriza que una ministra, deje perder 70 mil millones de pesos y apenas le cueste el cargo, que muy seguramente es más un traslado a otra dependencia.
En Colombia, es difícil encontrar las divergencias entre la ley el hampa. Mientras los grupos al margen de la ley se abastecen y se financian del narcotráfico, la extorsión y demás; los que presuntamente juegan a favor del pueblo lo hacen a través de la corrupción. Le escuché hace varios lustros a un político decir: “si se roba, se debe robar bastante, así queda para el pago de abogados y uno asegura su futuro” ¡Qué joyita!
En esa incredulidad que tienen la mayoría de los colombianos frente a sus instituciones, se forman dos vertientes: una que representa el hastío y la desesperanza; y otra también muy grande que reclama su parte en la tajada. No es de rasgarse las vestiduras, la falta de escrúpulos pulula como el cáncer y contagia más que el Covid-19. Me refiero al ADN que mencionaba anteriormente y que se lleva en la sangre sin importar: religión, raza e ideología política. La viveza y la astucia de la que nos sentimos orgullosos, es calificada como trampa y malas maneras en sociedades de otras latitudes.
Nos dedicamos a aplaudir al avivato, nos sentimos orgullosos de decir que el colombiano no se vara, pero, lamentablemente varias de las actividades que algunos desarrollan carecen de ética y de moral. Aplaudimos al agiotista, al estafador, al que promueve la ludopatía, al jíbaro, al charlatán (muchos camuflados de coach o religiosos), al funcionario corrupto y a la prepago (bendecida y afortunada). Desde que maneje una buena camioneta y ponga las fotos de sus viajes al exterior en Instagram, es un ganador y el honesto que lo critique, un perdedor. Esto está lleno de ’emprendedores torcidos’ que posan como adalides de la moral.
La familia como la estructura más importante de la sociedad, ha sido permeada con estas prácticas y hasta termina siendo permisiva con las mismas. Se critica la paja en el ojo ajeno, pero se omite la viga en el propio. La doble moral ha sometido al país y ni la religión se salva, porque hemos hecho un Dios a la medida de nuestros pecados. Condenamos al ateo pero nuestra familia quizás esté llena de fariseos.
Es así que contra el Covid19, tenemos las vacunas de: Pfizer, AstraZeneca, Moderna, Sinovac, entre otras. Aunque ¿Quién nos vacunará contra la enfermedad del ‘Todo vale’? ¿Cómo podemos desligarnos de esta epidemia y de tan enquistadas mañas? ¿Podemos exigirle a quienes nos representan honestidad, cuando muchos si tuvieran la oportunidad harían lo mismo?
No voy a generalizar, pero cuando transitamos por la calle y vemos tantos irresponsables al volante, o cuando encontramos tantos picaros en el comercio, en las iglesias, en la empresa privada; la fe empieza a tambalear. La tarea es ardua si se quiere construir país, con la misma defectuosa materia prima que pulula por todos lados y que es ambidiestra.
Las reglas tienen sus excepciones, es verdad, no obstante, cada vez el ciudadano honesto se siente más relegado, más solo, más impedido, al ver cómo crece los amantes del ‘Todo vale’. La clase política a la que tanto atacamos, es simplemente muestra fehaciente de nuestra idiosincrasia. Es por eso que día a día me convenzo más, que no es la ciudadanía la que merece una mejor Colombia, es Colombia, la que merecería una mejor ciudadanía.
Por: Andrés Leonardo Cabrera Godoy
Comunicador Social
Esp. en Educación, cultura y política
Docente
Una opinión
Pingback: ¿Quién puede vacunarnos contra la pandemia del ‘Todo vale’ en Colombia? - A La Luz Pública, Principal Medio de Comunicación Digital en Ibagué - Del Tolima