Los sofistas fueron filósofos demagogos que tuvieron su apogeo sobre el siglo V A.C. en Atenas (Grecia). Fueron llamados los padres de la retórica (el arte de los discursos persuasivos) lo que les permitió con su oratoria ganar muchos adeptos como también contradictores. Entre uno de sus mayores detractores estuvo el legendario pensador del “Solo sé que nada sé” , Sócrates, quien es considerado por muchos el progenitor de la filosofía política.
No era para menos la inconformidad de los grandes filósofos, con estos «charlatanes» de la edad antigua. En primera medida estos negaban que existiera la verdad. Para ellos, lo que había era individuos que podían opinar sobre cualquier tema sin importar sus argumentos. Tal como lo describe el sofista, Protágoras, en una de sus frases más polémicas: «el hombre es la medida de todas las cosas». Así cualquiera es filósofo ¿no?
Las tesis sofistas tenían tres fundamentos. El primero denominado fenomenismo, resumido en que nada es veraz, sino solo apariencia. El subjetivismo, enfocado a que la verdad depende de la persona que la enuncie (hay decenas de verdades para igual número de pendejos). El último llamado, escepticismo, que sustenta que es imposible decidir sobre la verdad o falsedad de cualquier cosa. En resumen todo es relativo, y no existe la verdad sino apenas interpretaciones de la misma.
Es curioso, que bajo estas premisas, se autocalificaban como maestros de la verdad y de la sapiencia. Decían que enseñaban a sus discípulos a ser sabios (como si la sabiduría se pudiera enseñar). Algunos analistas e historiadores se han preguntado por siglos, cómo si refutaban la búsqueda de la verdad, podrían decir que transmitían conocimiento. En ese orden de ideas, cualquier ligereza por más estúpida que fuera era considerarse valiosa. En resumen, la única verdad sobre los sofistas, es que enseñaban el arte del embuste; el hablar bonito sin decir nada. Tenían la capacidad de enredar, así todo fuera un fraude intelectual.
En efecto, decirle a algún estudiante hoy en día, independiente del campo del conocimiento que sea, que todo es relativo y que vale igual 8 que 80 es una falacia. A nivel académico, una cosa es opinar y otra argumentar. No es lo mismo, el concepto de Pepe, que: lee, estudia, investiga; al de Juan; que no hace nada. El cuento de la “exclusión” ha llevado al sistema educativo a la debacle, en donde se ha perdido el sentido del proceso enseñanza-aprendizaje.
Es claro que las ideas no crecen en los palos y la sabiduría no llega por ósmosis. A nivel de ciencia, se sabe que si el sujeto no reconoce el objeto, y no hace uso de sus sentidos, simplemente, no se almacena saber. El método científico más simple debe tener un mínimo esfuerzo. Es algo que cuesta mucho trabajo entender en la actualidad, por la pereza mental en la que ha caído la sociedad. Decía, el fabulista francés Jean de la Fontaine hace varios siglos: “Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda.” Le cuento al también novelista, que la estupidez entró de moda en el siglo XXI y hasta está dando buenos réditos. Algunos se han enriquecido con ella.
El problema radica en que cuando se mide el éxito en dinero, salen muchas teorías al respecto en donde por supuesto tienen cabida de sobra los sofistas del siglo XXI. No podemos engañarnos y una cosa es el conocimiento académico, la búsqueda incesante de la verdad, la virtud de la política; y otra cosa es el pragmatismo que busca el colombiano promedio para salir adelante. El todo vale es la reina de las estrategias en nuestro país.
Estamos en un mundo en donde como reza el refrán popular «se confundió la mierda con la pomada» y los sofistas del nuevo milenio, tomaron la batuta de la economía, de la política y el control prácticamente de todo. Pastores que no han estudiado la Biblia, políticos con doctorado en hablar bazofia. Conferencistas expertos en nada, y los famosos influencers con sus miles de seguidores. Es la era de la filosofía del “Nihilismo”, en donde se sostiene la imposibilidad del conocimiento, y se niega el valor y la existencia del saber. Para el joven de esta época, esto es más atractivo que aprender, porque lo inteligible no es rentable, pero lo sensible que pertenece a lo emocional, sí.
Para Sócrates, el conocimiento era comparable con un parto con dolor y de ahí nació la mayéutica. Mediante diálogos entre el maestro y el alumno, por medio de las preguntas del primero, el segundo llegaba a buscar el conocimiento en su ser. El estudiante cuando se enfrenta a su ignorancia, dice el filósofo griego, es cuando descubre que está preparado para la Alethia (quitarse el velo). A partir de ese parto, nace en su ser la luz del saber.
Lo triste de este mundo es que cada vez quedan menos: Sócrates y Aristóteles, pero, pululan los: Protágoras, los Georgías y los Trasímacos. Como en la antigua Grecia, cobran y caro por transmitir sus estupideces. Lamentablemente, como decía el cantautor Facundo Cabral, temo a los idiotas porque son muchos y pueden elegir hasta presidente. Nosotros sí que sabemos se eso.
El día en que la Liendra, deje de ser tendencia en Colombia, o que la opinión política, de Marbelle, no se haga viral, o que la noticia del momento no la origine, ‘Epa Colombia’, podremos tener esperanza. Mientras tanto los que nos sentimos «bichos raros» tenemos dos opciones, o hacemos la reingeniería y nos adaptarnos al cambio (no lo creo) o seguimos apostándole a ser un «bocatto di cardinale» para la inmensa minoría.
Por: Andrés Leonardo Cabrera
Comunicador Social
Esp. en Educación Cultura y Política y Docencia Universitaria.
Una opinión
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