Ibagué, es una foto tomada desde uno de los pisos de la gobernación a un parque que costó millones y que a nadie le interesó saber cuánto se gastaron o cómo les afectó.
Ibagué, imágenes arregladas con photoshop que se muestran en libritos con reseñas resumidas en cada administración. Con eslogans mentirosos, porque ni está primero, ni es de todos, ni es de nadie, el progreso es una utopía y aquí, los que se llenan son los mismos cuervos.
Ibagué, es recuerdo de memorias en canciones de otros tiempos, que hablan de asuntos fantasiosos como las encuestas que pagan los politiqueros de turno a los medios regionales y nacionales, para salir como los mejores en revistas y entrevistas, por aquello de: “lo que no nos cuesta lo volvemos fiesta” y a la hora del destape, amanecerá y veremos.
Ibagué, es una ciudad sin agua, en donde su principal río se muere con el paso del tiempo, en donde la gente bebe agua revuelta con mierda y en donde los gerentes de acueducto se dan el lujo de gastarse los impuestos en viajes y demandas, saliditas, paseos y reuniones especiales.
Ibagué, una prostituta a la espera del dinero de la multinacional más cercana.
Ibagué, es una catedral, un par de parques muertos, una gobernación lúgubre con miles de historias siniestras en donde los suicidios son cosa de niños comparado con las fechorías que se han tejido dentro.
Ibagué, es una ciudad atrasada, de malos dirigentes, de personas que permiten todo, de habitantes malagradecidos que no aman su tierra, de sanguijuelas que se lucran del erario, de vampiros que chupan la sangre de los pobres, de periodistas amañados que se venden al mejor postor o en últimas, por un almuercito en la caseta de doña Flor.
Ibagué, es una ciudad en donde muchos viven por vivir, en donde la mayoría comen cuento y dan su voto por un tamal mal envuelto.
Ibagué, es una ciudad que dice ser musical, pero que no lo es, porque la demora es que sale algún proyecto y primero miran cómo les conviene y luego se lo rifan entre los de siempre.
Ibagué, es una ciudad que se acostumbró a vivir de las limosnas que les dan algunos medios que buscan siempre la sinfonía, porque infortunadamente muchos, por no decir todos, los habitantes de Ibagué ni oído tienen.
Ibagué, es una ciudad que no apoya a sus músicos, con emisoras que tampoco lo hacen. Tal vez sea ese el motivo por el cual nos topamos con maestros que parecen gente de la calle, en una situación dolorosa y casi muriéndose de hambre.
Ibagué, es una ciudad en donde dejan que los monumentos se acaben y en donde la gente no tiene identidad y más jocoso, en donde el desconocimiento de las riquezas culturales y naturales es asombroso y a la vez ni de culpar.
Ibagué, es un estadio en donde se crean falsas ilusiones y en donde se concluyen jugosas negociaciones.
Ibagué, es una ciudad sin cine, más allá de lo poco que hay. Es una ciudad sin teatro porque no hay apoyo real. Es una ciudad sin danzas y en las escuelas en donde cualquiera le da por enseñar, lo hacen por cumplir o por tener algo que mostrar en el mal llamado folclorito de mitad de año.
Ibagué, es una ciudad en donde la ignorancia de dirigentes y habitantes es tan grande, que no se respeta la igualdad de condición, de raza o de sexo y si uno se viste de cierta manera lo miran mal.
Ibagué, es una ciudad con universidades en donde a los estudiantes les regalan los cartones con tal de salir del paso, en donde la enseñanza es tan mediocre como los mismos profesores que enseñan su mediocridad. Profesores elegidos a dedo y gracias a favores, nombramientos camuflados de sonrisas y méritos fantasmagóricos.
Por tal motivo, a mí no me hablen de resistencia porque hasta los que han resistido han tenido su precio. No me digan que todo es bueno, que hay proyectos, que construyeron el puente o que la llegada de los extranjeros nada tiene que ver con el lavado de su ropa y que el asunto se trata de generar empleo porque Ibagué es la ciudad del hambre, del mínimo y del «trabaje que luego le pago y si no le sirve recuerde que otros están esperando«. No me digan mentiras que yo estoy grande, tengo dientes y ahora muerdo.
Lo que escribo lo escribo con propiedad, para nadie es un secreto que los buenos ya se fueron, que los que sabían se marcharon a otras tierras a buscar oportunidades ciertas y los demás, están bajo tierra mirando al cielo en ese cementerio anticuado.
No dejo de lado a esa minoría que hace lo que puede, los que intentan, los que denuncian, a los que en verdad se preocupan y lo sienten. Sin embargo, en Ibagué el conformismo es grande y lo importante es hacer algo, aunque se haga mal.
Así es Ibagué, la ciudad que duele, la ciudad enferma, a la que maquillan a cada rato y le dan socarronas serenatas como si eso la fuese a aliviar de tantos maltratos, de tantos abusos, de tanta indiferencia de esa comunidad que la asesina y la remata, comunidad que le ha cortado su vuelo. Ibagué es y seguirá siendo mientras todos lo permitan, la ciudad triste, la ciudad sin color, la ciudad que hasta para iluminarla un fin de año le traen las sobras de otras lados y se roban el resto.
Y como dijo Tomás: “A Ibagué, yo la recuerdo”.
Por: Kaell García, escritor.